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SIGUIENDO EL HILO DEL TIEMPO

XXVII

LUCHA DE CLASE Y “OFENSIVAS PATRONALES”

(Battaglia Comunista, nº 39 del 19 al 26 de octubre de 1949)

Traducido por Partido Comunista Internacional

“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

 

 

AYER

Los errores en la práctica de la lucha proletaria y las ruinosas desviaciones de ésta, que han caracterizado históricamente la época de la primera guerra mundial y en la segunda la época de la guerra y la posguerra, están estrechamente ligados a la pérdida de los fundamentos críticos del método marxista.

Marx coordinó la previsión de la insurrección revolucionaria de los trabajadores con las leyes económicas del desarrollo capitalista.

Los revisionistas del marxismo han querido encontrar defectuoso el sistema, fortalecidos por el retraso de un siglo en el que se encontraría nuestra revolución, mientras que Marx, por las condiciones cambiantes de los medios de conexión y comunicación mundial, preveía una marcha más rápida que la de la revolución burguesa, y pretenden que esas leyes fueran erróneas y que el devenir más moderno del régimen burgués habría desmentido la tesis central: cada vez más riqueza en un polo, cada vez más miseria en el otro.

Y desde hace cincuenta años se citan las estadísticas de la aumentada tasa del salario, del aumentado radio y tasa de los consumos del trabajador industrial, los resultados de la vastísima maquinaria de las reformas sociales que tienden a salvar de la caída en el hambre absoluta a los trabajadores expulsados fuera del ciclo de la actividad asalariada por accidente, enfermedad, vejez y desempleo. Y, por otro lado, se pretendía que tuvieran un valor como sustituto de las exigencias socialistas la extensión de las funciones de la máquina estatal central, su supuesto control sobre los altos rendimientos y los picos excesivos de la especulación capitalista, su distribución a todos de beneficios y servicios sociales y colectivos.

Todo ello en la visión revisionista tendía a diseñar la posibilidad ''progresiva'' de una cada vez mejor distribución de los frutos de la producción entre quienes habían participado en ella, cayendo cada vez más la poderosa aspiración socialista en las mórbidas bajezas de una campaña de untuosos filántropos por la tonta palabra de "justicia social", bagaje teórico y literario anterior a la obra de Marx y exterminada por ésta sin piedad.

El capitalismo fue llevado del poemita idílico a los horrores de la tragedia de la loca carrera monopolista e imperialista que tuvo un primer desenlace en la guerra de 1914; y la evidencia de que, cuando éste persiste, vive y crece, a la vez crecen y se extienden la miseria, el sufrimiento y la masacre, se reflejó en un vigoroso retorno de los partidos obreros a las posiciones radicales y a la batalla que tiene como objetivo la destrucción, no la enmienda del sistema social burgués.

Después de la confirmación teóricamente aún más decisiva de la Segunda Guerra, los años que transcurrieron plantean el grave problema de una falta de reacción revolucionaria de los métodos de acción proletaria en el mundo.

La ley general de la acumulación capitalista fue expuesta por Marx en el Libro I de El Capital en el cap. XXIII. El primer párrafo parte de la premisa de que el progreso de la acumulación tiende a elevar la tasa de los salarios. La difusión de la producción capitalista a gran escala, como en el ejemplo inglés desde principios del siglo XV hasta mediados del siglo XVIII, y como por lo demás en todo el mundo moderno en la segunda mitad de este último, con la demanda de un mayor número de asalariados hace que “se produzca un aumento de los salarios”. Es en vano, por lo tanto, querer desmentir a Marx con el hecho de que los salarios de los esclavos del capital no han descendido. Porque inmediatamente después de las palabras citadas, Marx escribió las otras: "las circunstancias más o menos favorables en que viven y se desenvuelven los obreros asalariados no hace cambiar en lo más mínimo el carácter fundamental de la producción capitalista".

Y este carácter fundamental, la ley general de la que se trata, no fue fijado por Marx en la sola relación obrero-patrón, sino en la relación del conjunto de las dos clases. La composición de éstas varia continuamente. En la clase burguesa la riqueza acumulada se concentra dividiéndose en un número de manos cada vez menor y sobre todo en un número cada vez menor de grandes empresas. En el punto de llegada de esta perspectiva está expresamente el «límite que será alcanzado únicamente en el momento en que todo el capital social sea reunido en una sola mano ya sea de un único capitalista como de una sociedad de capitalistas». Engels comentó en 1890 que esta previsión de 1864 fue verificada por los «novísimos trusts americanos e ingleses». El entonces marxista radical Kautsky reiteró veinte años después que el fenómeno se había extendido por todo el mundo capitalista. Lenin desarrolló, en 1915, la teoría completa del imperialismo.

La escuela marxista tiene los materiales para completar el texto clásico con las palabras: "... o incluso en el Estado capitalista nacionalizador, tenga éste a la cabeza a los Hitler, Attlee o Stalin".

Al otro lado de la trinchera social, Marx sigue en ese análisis central, como en toda su obra, no la oscilación de la compensación, sino la composición de la población no poseedora y su distribución variable en ejército industrial de reserva. Y construye su ley general en el sentido de que, con la expansión y la acumulación del capitalismo, pase lo que pase con la tasa de remuneración de los asalariados temporalmente ocupados en las empresas, crece el número absoluto y relativo de todos los que están en reserva sin tener siquiera los ingresos del trabajo de los propios brazos. En el cuarto párrafo del mismo capítulo él llega al enunciado de la ley en cuestión, que lleva el nombre de ley de la miseria creciente: «La magnitud relativa del ejército industrial de reserva crece, por consiguiente, a medida que crecen las potencias de la riqueza. Y cuanto mayor es este ejército de reserva en proporción al ejército obrero en activo, más se extiende la masa de la superpoblación consolidada, cuya miseria se halla en razón inversa a los tormentos de su trabajo. Y finalmente, cuanto más crecen la miseria dentro de la clase obrera y el ejército industrial de reserva, más crece también el pauperismo oficial».

Miseria y pauperismo para el economista filisteo son el no tener para comer. Según el monje católico citado por Marx se ocupa de ello la caridad, según los conquistadores de hoy día de América, la UNRRA (United Nations Relief and Rehabilitation Administration, 1943-1947). La miseria para Marx es aquella por la que el Lázaro proletario, por la incesante "expansión y contracción" de la empresa burguesa, entra y resurge de la tumba de la falta cotidiana de medios, y esta miseria crece porque crece desproporcionadamente el número de los que se encuentran encerrados en las barreras de estas dos alternativas: matarse a trabajar para el capital o morirse de hambre.

El clavo de los revisionistas de Marx era que éste hubiese comenzado a revisarse a sí mismo de 1848, al escribir El Capital. La prueba de que no habían entendido nunca un Kolaroff está en el hecho de que el mismo Marx en este pasaje cita en una nota su escrito anterior al mismo Manifiesto: La Miseria de la Filosofía escrita contra la Filosofía de la Miseria de Proudhon en 1847. La referencia a la nota se coloca inmediatamente después de las palabras: "Este carácter antagónico de la producción capitalista". El pasaje autocitado en la nota dice que las relaciones de producción actuales " sólo hacen brotar la riqueza burguesa, es decir, la riqueza de la burguesía, destruyendo al mismo tiempo sin cesar la riqueza de ciertos individuos pertenecientes a esta clase y engendrando un proletariado cada vez más numeroso".

Punto, éste, por lo tanto, central del marxismo, de hecho piedra angular de éste, que está CADA VEZ MÁS EN PIE, en la carrera histórica 1847-1874-1949.

El proletario es el miserable, es decir, el sin-propiedad, el sin-reserva, no el malpagado. La palabra fue encontrada por Marx en un texto de 1774, según el cual cuanto más proletarios tiene un País, más rico es éste. “sólo puede llamarse "proletario" - define Marx - al obrero asalariado que produce y valoriza "capital", viéndose lanzado al arroyo tan pronto como ya no le sirve de nada a Monsieur Capital”. Con infinita perspicacia Marx se burla del otro autor que habla del "proletario de la selva virgen". El habitante de éste es su propietario, no es un proletario: "Lo sería si la selva virgen le explotase a él, en vez de explotarla él a ella".

El ambiente de la peor barbarie es este moderno bosque que se sirve de nosotros, un bosque de chimeneas y bayonetas, de máquinas y de armas, de extrañas bestias inanimadas que se ceban con carne humana.

 

HOY

La situación de todos los sin-reservas, reducidos a tal estado porque son dialécticamente ellos mismos una reserva, ha sido espantosamente agravada por la experiencia de guerra. La naturaleza hereditaria de la pertenencia a las clases económicas hace que estar sin reserva sea una cosa más grave que estar sin vida. Después del paso de las llamas de la guerra, después del bombardeo sistemático, los componentes de la clase trabajadora, no menos que después de cualquier otro desastre, no sólo pierden con máxima probabilidad la ocupación contingente, sino que ven destruida también la mínima reserva de bienes muebles que en cada habitación está compuesta por muebles rudimentarios. Los títulos del poseyente sobreviven en parte a cualquier destrucción material, porque son derechos sociales sancionados para la explotación de otros. Y para escribir todavía con caracteres en llamas la marxista Ley del antagonismo viene la otra constatación al alcance de todos de que las industrias de la guerra y de la destrucción son las que conducen a las máximas ganancias y a las máximas concentraciones de riqueza en manos restringidas. No se quedan atrás la industria de la Reconstrucción, y el bosque de los negocios y de los planes Marshall y ERP (European Recovery Program) elige al Gran Oficial Chacal como su digno Delegado Administrador.

Las guerras han hecho caer pues sin posibilidad de equívoco a otros millones y millones de hombres en las filas de los que nada más tienen que perder. Éstos han dado en la cara del revisionismo el golpe de knock out. La consigna del marxismo radical debía resonar tremenda: los proletarios no tienen nada que perder en la revolución comunista excepto sus cadenas.

La clase revolucionaria es la que nada tiene que defender y no puede creer más en las conquistas con las que se la engañó en los tiempos de entreguerra.

Todo fue comprometido por la infame teoría de la "Ofensiva burguesa".

La guerra debía dar lugar a la iniciativa y a la ofensiva de los que no tienen nada contra la clase que tiene y domina todo, y fue por el contrario etiquetada como la plataforma de lanzamiento para acciones de la clase dominante dirigidas a retirar al proletariado inexistentes beneficios, ventajas y conquistas de tiempos pasados.

La praxis del partido revolucionario se trocó en una praxis de defensa de tutela y de reclamo de "garantías" económicas y políticas que se pretendió que habían sido adquiridas por la clase proletaria, allí donde eran precisamente las garantías y las conquistas burguesas.

No sólo en la frase final el Manifiesto había esculpido ese punto central, resultado de un análisis de todo el complejo social que años de experiencia y de lucha habían desarrollado, sino en otro de los que Lenin define como los pasajes olvidados del marxismo: "Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente”.

Fue el final, en el ejemplo italiano, para el movimiento revolucionario cuando, por orden del todavía vivo Zinoviev, que a un precio caro pagó estos descuidos sin remedio, se lanzaron todas las fuerzas para defender "garantías" como la libertad parlamentaria y el cumplimiento constitucional.

El carácter de la acción de los comunistas es la iniciativa, no la réplica a las denominadas provocaciones. La ofensiva de clase, no la defensiva. La destrucción de las garantías, no su preservación. En el gran sentido histórico es la clase revolucionaria la que amenaza, es ella la que provoca; y para esto debe prepararla el partido comunista, no para el taponamiento aquí y allá de supuestas fugas en el barcucho del orden burgués, que debemos hundir.

El problema del retorno de los trabajadores en cada país sobre la línea de la lucha clasista está en esta conexión reavivada entre la crítica del capitalismo y los métodos de la batalla revolucionaria.

Hasta que toda la experiencia de los desastrosos errores del pasado no sea utilizada, la clase trabajadora no escapará de la protección exorbitante de sus jactanciosos salvadores de ofensivas amenazas y provocaciones que podrían surgir mañana, y que se les presentan intolerables. Hace por lo menos un siglo que el proletariado tiene delante y encima lo que no puede tolerar, y que cuanto más tiempo pasa, más intolerable se volverá, según la ley de Marx.

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