SIGUIENDO EL HILO DEL TIEMPO
XXXVI
LOS SOCIALISTAS Y EL MEDIODÍA[1]
(Battaglia Comunista, nº 48 del 21 al 31 de diciembre de 1949)
Traducido por Partido Comunista Internacional
“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”
AYER
En la vida del partido socialista italiano molestó mucho – a los necios – que en el sur de Italia, en Nápoles, en Palermo, pongamos en Cosenza o en Isola Capo Rizzuto, hubiera miembros que pretendieran mantener sobre las cuestiones de dirección del partido posiciones de marxismo revolucionario integral radical o de izquierda o como se quiera llamar, oponiéndose duramente, por ejemplo, a la táctica de hacer bloques con partidos y movimientos derivados de estratos sociales medios y no proletarios en elecciones locales y nacionales.
La cuestión es simple. El localismo, buen compañero del momentismo[2] en el caldero de la traición oportunista, es inherente a todas las posiciones antimarxistas de tipo federalista, proudhoniano, obrerista y sindicalista, no menos que a las que ensalzan el electoralismo parlamentario a función suprema. Las dos perspectivas vanas: la de actuar concretamente caso por caso, lugar por lugar y tiempo por tiempo una ventaja económica relativa para los que están mal, los que tienen poco, para los miserables y los pobres en general – la de conseguir en todos los municipios o en todos los colegios tener un buen reclamo en los recuentos de votos según la democracia burguesa – llevan a hacer todo lo contrario de lo que es la tarea, en el ámbito nacional primero, en el internacional después, del partido proletario de clase.
Era pacífico que el número de obreros sindicados como el de inscritos al partido socialista era menor en las regiones meridionales, donde menos desarrollada estaba la industria capitalista, y mayor estadísticamente era el peso social de las clases medias, del mismo modo que debía entenderse que el número de votos en las elecciones podía ser mucho menor. Pero se pretendía transformar la diferente situación cuantitativa y la diferente relación de fuerzas en un método político diferente, e imponer que en nombre del mismo partido se pudiera hacer propaganda en Milán de la lucha de clases y de un programa revolucionario, mientras que en Nápoles había que ocuparse a capa y espada de los famosos "problemas locales" y de las aún más malolientes "cuestiones morales".
Esto equivalía a hacer pasar por buena la tesis de que en la Italia unida y en el estado parlamentario de la monarquía saboyana, la aplicación de los inmortales principios liberales habría conducido ya a la perfecta solución de los problemas administrativos, al lúcido tecnicismo y a la honestidad reflejada en la cosa pública por las civilizadas provincias del norte, mientras que sólo en la parte sur y sucia quedaban por despedir administradores burros y ladrones de la riqueza social, bastando en este sentido alzar la bandera, no del derrocamiento del sistema capitalista y del poder burgués, sino de la aplicación del sifón hidráulico a la taza de la letrina.
Molestó mucho, pues, que haciendo una conferencita de propaganda al sur del paralelo de Roma se pretendiera hablar pestes del perfecto capitalismo evolucionado y enunciar las posiciones marxistas sobre la condena de la democracia parlamentaria y la mentira de la civilización liberal burguesa, o que llegando a un congreso socialista desde una sección que no estaba a una latitud superior a la de Florencia se contribuyera a criticar el socialismo acomodado reformista y bloquista; o el anticlericalismo masónico y bufón.
Allí abajo había que pensar siempre "antes que en cualquier otra cosa", según los arrogantes del gradualismo, en completar la evolución burguesa y el disfraz democrático. En Italia las cosas iban mal ya que desde entonces llevaba el disfraz en dos trozos. Quedaban por hacer un montón de cosas, además del régimen histórico de los W.C., para estar a la altura de los severos juicios del civilizado liberalismo anglo-europeo, desde la afirmación de Dios a la difusión de las Logias, a la Revolución meridional o liberal. Qué estragos, entonces, cuando las tormentas de la historia obligan a esos mismos chapuceros a pedir la misma revolución democrática para Italia entera, el segundo resurgimiento, y la rebendición de toda la componenda desde las alturas del Vaticano...
Es inútil decir cómo, incluso analizando la historia y la situación social del Mediodía a la luz del serio método marxista, estaba claro que la lucha antifeudal había precedido allí a la hecha en las tierras del rey de Cerdeña, y que los liberales desde 1821 luchaban allí no tanto contra un feudalismo ya desplumado, sino contra la monarquía borbónica, deseosa de futuro burgués, con el trabuco entonces y no con la papeleta, veían ya planteada la cuestión social y Carlo Pisacane hablaba de lucha de clase obrera antes de haber leído a Marx. Como se veía claro que la paralización del desarrollo industrial, más allá de a otros motivos de orden técnico y productivo, se debió luego a la unidad nacional y a la histórica alianza entre burgueses del norte y del sur en una simbiosis apta para explotar y mantener sometida a la clase obrera en Italia, que sólo con una política unitaria podía enfrentar este régimen y amenazarlo.
Los marxistas, así, han pretendido arraigar en todas partes y no sólo a la sombra de los altos hornos. Saben bien que no en todas las zonas tienen la misma posibilidad de convertirse en secretarios sindicales o diputados. Por el contrario, si son marxistas serios, se complacen de no tener tal perspectiva, que mayormente termina "asquerosamente".
Si la economía burguesa es por excelencia alimentada de libertad, de autonomía y de competencia, como los burgueses puros reclaman, y como la teoría socialista describe en sus primeros elementos, si el desarrollo del capitalismo se lleva a cabo en una carrera continua de destrucción de los centros productivos más modestos y menos equipados para dejar sitio a concentrados bestiales siempre nuevos, la disparidad de distribución de los "beneficios del progreso" en las diferentes áreas mundiales y en el seno de una misma nación es una de las consecuencias directas del desorden burgués de la economía. Las famosas "zonas negligidas" no son, pues, un legado de los tiempos preburgueses, sino uno de los tantos regalos del capitalismo, de su originaria "ausencia de plan". Cuando empieza a hacer planes para los fines de la mundial defensa de clase, también mete en el plan unas cuantas lágrimas hipócritas y demagógicas sobre la suerte de las desgraciadas áreas atrasadas con el único fin de que se consideren afortunadas aquellas donde, llegado a las últimas expresiones, funda campos de concentración o descarga bombas atómicas.
HOY
Entre las grandes fuerzas y las grandes empresas de la escena política nacional no vemos ninguna dirigida a batirse contra el blanco central de la clase dominante y del Estado de Roma, contra la explotación complementaria de los buitres del negocio industrial y comercial y de los capos de la propiedad inmobiliaria.
Al proscenio es llevada con la mayor movilización propagandística la cuestión de liberar a una parte de la nación de una forma social de explotación económica, que sería la de la gran propiedad agraria meridional, considerada tan enorme y pesada que la explotación por parte de los patrones de industria, de banca y de establecimientos comerciales se convierte en un problema poco relevante.
El ministro Pella, después de enunciar la nueva norma de que el gobierno, como digna junta que administra los negocios conjuntos, cada año publicará no sólo los balances del estado sino también un cuadro de toda la economía nacional (¡verdaderamente emocionantes estos logros socialistas!) dio una primera muestra de la situación hasta 1948. Se tienen las cifras de la renta nacional. En la economía burguesa y en la marxista se hablan lenguas distintas. ¿Qué es pues la renta nacional? ¿La suma de lo estafado a los trabajadores italianos por los propietarios de empresas de todo tipo, o la cifra que acumula los "ingresos" de todos, obreros por los salarios, empleados por los sueldos, empresarios por los beneficios, propietarios por las rentas? En la segunda interpretación, las conclusiones son aún más expresivas. Entre todos en Italia ganamos 63 billones 304 millones de liras. Somos 45 millones. La división da este resultado; para cada italiano están a disposición estas cifras; al año 140.000 liras, al mes 11.660, al día 380. Pero un momento. Toda esta gorda renta media individual no se consume, somos gente demasiado sabia para hacer eso, ¡qué diablos! Se ahorra, se aparta, y luego – aquí vamos a las clases superiores de la ciencia capitalista – se invierte en nuevos usos productivos el 12%. Y entonces lo que a cada italiano le queda para el consumo se reduce aún más: al año 123.000 liras, al mes doce mil, al día 330. Íbamos a decir, si cada uno fuma un paquete de cigarrillos. Pero corremos el riesgo de ir al banco de los burros: ¿queréis que fumen también los lactantes? Correcto: hay que hacer la cuenta por familias y, si se quiere, por unidad de individuos productivos. Productivos en un sentido muy amplio, debiéndose incluir a los funcionarios de Pella y a los millones de trabajadores que sabrían producir, pero no encuentran trabajo. Y entonces pongamos uno de cada tres, ya que en las familias numerosas no será sólo uno el que "produzca". El balance medio italiano asciende a las siguientes cifras: 370.000 liras anuales, 30.000 mensuales, 1.000 diarias. ¿Cuáles serán pues los mínimos? Dejémoslo ahí, pero evidentemente si el sistema es este, no es sorprendente la "revelación" de que el guardia municipal de Melissa tiene trece mil liras al mes. Eso es siempre más que para un mecánico despedido por la Isotta Fraschini. Afortunadamente tenemos una cámara electiva llena de poderosos ingenios económicos; unánimes luego cuando está en juego la fortuna de la patria.
Ahora bien, ¿cuánto es la renta de toda la propiedad terrateniente de los seis billones? ¿Cuánto la de la propiedad agraria latifundista? Es inútil dar a este efecto dos o tres nombres que tienen cien y doscientos millones de renta. Las empresas son pocas, las rentas unitarias bajas. ¡Si al menos estos charlatanes propusieran suprimir la renta privada de las tierras de alto rendimiento...! Pero sin duda en los cuadros de Pella tendríamos la respuesta, leyendo cuánto del billón en impuestos que recauda el fisco proviene de la gran propiedad terrateniente.
Hagamos las cuentas así. Supongamos que realmente hay un millón de hectáreas de tierras despreciables en grandes propiedades. La base imponible no puede valorarse en más de 250 liras por hectárea para los buenos pastos y las malas tierras cultivables. Son liras de 1939, llevémoslas a diez mil de hoy. Son diez mil millones: toda la presión de los estamentos baronales atrasados sobre la nación vale un sexcentésimo de la renta total, es decir, el 0,16%. He aquí todo el escándalo social en el que forcejean con despreciable consenso los democristianos, por un lado, y los socialcomunistas, por el otro.
En cuanto a la historia de que las tierras liberadas se pondrían a mayor rendimiento, ya sabemos bastante: en todo caso, es pacífico que hace falta invertir; puesto que decíamos (de acuerdo con Sturzo) que se necesita un billón, y Pella no quiere, con Keynes, que se invierta más que el ahorro, mientras prefiere inversiones "productivas", es decir, comerciales, industriales, empresariales; si se le arranca el diez por ciento del ahorro se necesitarán unos quince años para el saneamiento agrario. Está clarísimo que en un régimen burgués esto ni siquiera se dará.
Pero todo esto no basta. Las cifras de la renta nacional tomadas de las estadísticas oficiales están distorsionadas. Todo lo que los trabajadores perciben en salarios se sabe con certeza. La misma certeza se aplica a las rentas de las explotaciones agrarias, de la tierra y de las casas, y en grado máximo a los pequeños establecimientos industriales y comerciales que el recaudador de impuestos descarna hábilmente. La duda gigantesca concierne a la gran industria, a las sociedades anónimas y al gran mundo de los negocios. También aquí descubrió Don Sturzo algún falso fondo[3]. Especialmente en la zona de contacto con los gastos del estado y los ingresos de los planes internacionales, el chanchullo de miles de millones es fantástico. Por lo tanto, no sólo la consideración de que el consumo medio es evidentemente superior a lo que se deduce de las cifras de Pella, sino las observaciones obvias hechas y, particularmente, las conocidas triquiñuelas de los balances, los beneficios y los dividendos de las grandes empresas anónimas, permiten suponer que los "ingresos" sean mucho más altos.
Ahora bien, sobre esos ingresos, los beneficios del capital representan una parte imponente, que no se lee en las estadísticas de la riqueza móvil ni siquiera de lejos. ¿Cuánto podría ser? Al menos el diez por ciento, siendo prudentes. Al menos 600 mil millones. 60 veces más que las fabulosas rentas baronales. Y en gran medida la primera cifra, no la segunda, ya es neta de impuestos.
El socialismo, la economía socialista, es otra cosa, se ha dicho cien veces. Pero si se quiere ofrecer a los de Cosenza el espectáculo de un barón en la horca, hay que ofrecer aquí en Milán el de sesenta capitalistas.
Aclarado bien que pueden tener incluso "brillantes precedentes antifascistas", invirtamos nuestros escasos ahorros pellísticos[4] en la ampliación de Piazzale Loreto[5].
[1] N.d.T: Mezzogiorno en italiano que, igual que en su equivalente castellano (mediodía), significa el Sur (punto cardinal), en este caso de Italia.
[2] N.d.T: Tempismo en italiano. No hay una traducción directa en castellano pero se refiere a la posición política que se fundamenta y justifica en el supuesto aprovechamiento del momento oportuno, de la coyuntura, etc.
[3] N.d.T: altarino en italiano. Literalmente “tabique” o “murete” que se utiliza en los hornos para separar dos espacios, el del fuego y el de la cocción. En el contexto del texto, se refiere a un truco o artimaña para ocultar una parte de los ingresos.
[4] N.d.T: Adjetivo derivado del nombre del ministro Giuseppe Pella referido anteriormente.
[5] N.d.T: lugar donde fue colgado Benito Mussolini, después de haber sido fusilado.
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