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 LA POLÍTICA DE LA INTERNACIONAL 

[De «L' Unità», 15–10–1925]

 

  

 

    Nápoles, 21 de septiembre de 1925

 

    Queriendo exponer mejor las críticas al trabajo de dirección de la Internacional Comunista desde hace algunos años a esta parte, me centraré casi exclusivamente en las vicisitudes de su política en Alemania, tanto porque se presta muy bien a exponer de manera más concreta nuestro punto de vista, como porque representan la parte central y más importante de la actividad comunista internacional. Queremos remontarnos al IV Congreso (diciembre de 1922) y a la discusión sobre la táctica y el gobierno obrero. Es conocido que nosotros sostenemos que los reveses posteriores en Alemania están en relación, en primer lugar, con el modo insuficiente de resolver los problemas de las directrices políticas fundamentales a través de los Congresos y del trabajo de los órganos directivos del Komintern.

    En el trabajo político de éste prevalecen algunos criterios de equilibrio congresual momentáneo entre los grupos dirigentes de los partidos y, estaría por decir, de maniobra interna de tipo parlamentario, sobre el criterio que a nosotros nos parece vital para el partido revolucionario de realizar un trabajo político que sea la negación dialéctica de los métodos y de los hábitos del politiqueo burgués. Pero, antes de estas graves deducciones críticas es mejor primero exponer los argumentos de hecho. Tanto más que, nosotros, en este aborrecimiento de imitar la técnica del parlamentarismo o de la diplomacia burguesa, no partimos de apreciaciones apriorísticas y de repugnancias puritanas, sino que pretendemos estar plenamente en el terreno realista y marxista de la adecuación de los medios al fin revolucionario que nos prefijamos.

 

 

LA CUESTIÓN TÁCTICA EN EL IV CONGRESO

 

    Quien escribe tomó la palabra sobre el informe del compañero Zinóviev poniendo de relieve la duda imperante sobre la naturaleza de la táctica del Gobierno Obrero.

    En el Ejecutivo Ampliado de junio de 1922, como he recordado tantas veces, el Gobierno Obrero fue definido como un sinónimo de la dictadura proletaria y de la movilización revolucionaria de las masas. Estando así las cosas, nosotros no habríamos tenido razones para oponernos: pero yo me preguntaba si estaba completamente excluida una interpretación más de derechas, de una vía de pasaje distinta entre el poder burgués y la dictadura proletaria, de una maniobra política efectiva sobre el terreno parlamentario.

    Debo reproducir textualmente lo que dije para Alemania: resumen estenográfico oficial, Boletín nº 4, página 15 de la edición francesa: «En Alemania, por ejemplo, nosotros vemos plantearse, en la vigilia de una crisis industrial general, el problema del control de la producción en el movimiento de los Consejos de empresa. Hay una cierta analogía con la situación italiana del mes de septiembre de 1920, que precedió a una gran derrota proletaria. Si se produjese un hecho revolucionario semejante, el Partido Comunista Alemán debe prepararse para ver a las tendencias oportunistas, sin excepción, rechazar hasta el más modesto apoyo a esta consigna del Control Obrero. O el Partido Comunista puede llegar a representar, a partir de este momento, una parte autónoma o, a lo mejor, es posible que se desarrolle una situación contrarrevolucionaria, que prepararía un gobierno en el que un fascismo alemán tendría la colaboración de los traidores de la socialdemocracia».

    Al mismo tiempo, yo anunciaba que la mayoría de la delegación italiana habría presentado otro proyecto de tesis sobre la táctica, contra el proyecto de Zinóviev, subrayando el desacuerdo sobre la interpretación del Gobierno Obrero y del Frente Único, para presentarlo no como una coalición con partidos socialdemócratas, sino como una movilización de las masas para su conquista por parte de la acción independiente del PC.

    Se hizo seguir, inmediatamente después de mi discurso, el del compañero Graziadei. Digo se hizo, porque lo separaban de mí dieciséis puestos en la lista de oradores. Y Graziadei, aunque se detuviese sobre todo en la cuestión italiana, a la que yo de hecho no me había referido, entre otras cosas, dijo textualmente (lugar citado, página 19): «Yo no he compartido nunca la opinión del compañero Zinóviev que parecía creer que el gobierno obrero fuese sobre todo un sinónimo de la dictadura proletaria. Veo con placer que esta concepción ha sido modificada por él mismo y por el Comité Ejecutivo de la III Internacional». Y más adelante: «Se puede considerar la posibilidad histórica de que el gobierno obrero sea una etapa real entre el gobierno burgués, o incluso socialdemócrata, y la dictadura del proletariado. También en este caso puede muy bien acaecer que el gobierno tenga incluso una forma parlamentaria».

    Tales declaraciones, efectuadas como respuesta oficial a mis herejías, tenían indudablemente el mérito de la claridad. Por lo demás, la claridad faltó completamente en la discusión sucesiva, en la cual Radek sostenía explícitamente la fórmula de Graziadei, mientras tendían a atenuarla Zinóviev y Bujarin.

    Si aquél desacuerdo hubiese sido entonces resueltamente DESVISCERADO, como se debería hacer en una sesión abierta entre buenos revolucionarios, hasta dotar a los trabajadores y a los Partidos Comunistas y al Centro directivo de la Internacional de una línea segura, no se habría planteado después tan turbiamente la cuestión de descargar la responsabilidad de todo lo que había sucedido en Alemania y, añado, si el trabajo de dirección de la Internacional no hubiese sido invalidado por estos métodos erróneos, los mismos acontecimientos habrían podido tener un giro distinto y menos desfavorable. De hecho, el problema que eclipsó al más vital de la clarificación, devino un problema interno: obtener con el voto la acostumbrada unanimidad por medio de la fórmula que contentase a todos sin precisar nada.

    Nosotros solos, nos quedamos fuera de tal unanimidad, y fuimos el blanco contra el que disparar una serie de discursos severos y violentos como de costumbre. En un cierto punto, cuando yo ponía de relieve la disensión entre Radek y Zinóviev, fui interrumpido con la noticia –no por cierto resultante de los actos del Congreso que probaban lo contrario– de que Radek–Zinóviev se habían puesto de acuerdo. Y, en realidad, colaboraron en la compilación de la tesis. Incluso en esa prevaleció el ingrediente químico de la solución Radek sobre la solución Zinóviev, continuando éste sin embargo a sostener, contra nuestro infantilismo corto de vista, que él no había cambiado nunca de parecer sobre dicho punto, muy claro desde el punto de vista de la táctica o supertáctica que hoy se diría leninista o bolchevique.

    En efecto, he aquí como se expresan las tesis (Boletín nº 32, p. 15): «Un gobierno obrero resultante de una combinación parlamentaria, en consecuencia, de origen puramente parlamentario, puede incluso (subrayado en el texto) ofrecer la ocasión de reanimar al movimiento obrero revolucionario». Luego se afirma, es verdad, que éste conducirá «a la lucha más encarnizada y eventualmente (¡sic!) a la guerra civil contra la burguesía». Y más adelante: «En ciertas circunstancias, los comunistas deben declararse dispuestos a formar un gobierno con partidos y organizaciones obreras no comunistas». Más tarde, estas normas de acción tan escabrosas y poco sólidas ceden su puesto (según una costumbre, no quiero decir un expediente, del compañero Zinóviev) a una disertación narrativa y descriptiva sobre los cinco tipos de gobierno obrero posibles. El capítulo precedente sobre el Frente Único por cierto es más izquierdoso, sólo porque no fue objeto de todas las componendas preparatorias en la Comisión y en la subcomisión, quedando más parecido a la primera redacción del orador. Pero lo curioso es que, mientras que en tal capítulo está excluido que el Frente Único pueda ser una combinación parlamentaria, en el dedicado al Gobierno Obrero, del que he expuesto los pasajes esenciales, reaparece la afirmación graziadiana.

    El Gobierno Obrero es una consecuencia inevitable de toda la táctica del Frente Único.

    Toda esta cocina está en contraste tan evidente con la necesidad de establecer una guía para la acción dificilísima del movimiento comunista mundial, que se podría excusar sólo desde el punto de vista de quien piense que las resoluciones de los Congresos no sirven para nada: pero entonces sería legítima la objeción de que los Congresos es mejor no tenerlos, y no se tiene razón gritando tanto contra quien no transige en todas sus deliberaciones.

 

 

OCTUBRE DE 1923 EN ALEMANIA.

EL PENSAMIENTO DE TROTSKI

 

    En la discusión del IV Congreso estaban en primera fila entre los más ortodoxos y los más geniales interpretadores de la verdadera táctica, los dirigentes del Partido alemán, Brandler y Thalheimer, incluidos en la unanimidad Radek–Zinóviev de la que hemos hablado.

    Pero los acontecimientos debían desmoronar esta topografía de tipo parlamentario. En 1923 se presentó en Alemania una situación excepcionalmente favorable para el Partido Comunista, pero, por opinión unánime del V Congreso, aquél no supo aprovecharla y siguió una táctica que ni siquiera condujo a la derrota, sino a la ausencia del inicio de la batalla. La polémica sobre las responsabilidades de este error, todavía no está cerrada. Según Radek, Brandler, Thalheimer y los derechistas alemanes, la lucha era imposible, y la dirección del Partido alemán no había cometido ninguna falta, ya que ha aplicado la táctica del Frente Único y del Gobierno Obrero según las tesis del IV Congreso y las disposiciones del Ejecutivo de la Internacional.

    Según la izquierda del Partido alemán, que vencía clamorosamente en el Congreso de Francfort, antes del V Congreso (los representantes de la izquierda en el IV Congreso habían sido, sin embargo, copartícipes y solidarios con la solución dada a la cuestión táctica), la dirección del partido había fracasado en su función, dirigiendo la política del partido con espíritu socialdemócrata, ilusionándose en una coalición con la izquierda socialdemócrata y con una penetración pacífica en el poder burgués en Turingia y Sajonia, donde, como es conocido, participaron de hecho en el gobierno tres ministros comunistas y, por consiguiente, dejando pasar la ocasión de llamar a las masas a la lucha.          

    Según la actitud oficial tomada por Zinóviev, los dirigentes alemanes, y con ellos Radek, tenían la culpa del fracaso por no haber aplicado la táctica y seguido las órdenes de la Internacional, cuya política, bien establecida en el IV Congreso, había sido mal realizada, sobre todo por los compañeros que entraron en el gobierno en Sajonia.

    Nosotros sostuvimos en el V Congreso que los dirigentes alemanes eran responsables del fracaso, pero conjuntamente con todos aquellos que habían aprobado y deliberado la táctica graziadiana del IV Congreso, cuya táctica se había desplomado no porque no se la hubiese sabido aplicar en el caso específico, sino porque era una táctica equivocada, que constituía una desviación de la línea revolucionaria.

    En el V Congreso no ha aparecido el compañero Trotski. Recientemente hemos visto en «L'UNITÀ» un amplio escrito del compañero Kunsinen, tendente a probar una insistente aserción: que Trotski había criticado la táctica seguida en octubre de 1923 en Alemania por la Internacional sólo mucho tiempo después, mientras que, en su momento, había estado de acuerdo con las decisiones del Ejecutivo, no solamente eso, sino que también le había dado la razón a la decisión de la Central de Brandler de no lanzar la señal de lucha. Solamente Trotski puede aportar la verdadera clave de esta contradicción aparente, y no está bien que se saque provecho del silencio en que él se ha encerrado tras la publicación de su formidable crítica contenida en su 1917. Yo no tengo ningún encargo para sustituirlo en tal punto.

    Puedo observar esto, Kunsinen se refiere a una reunión del Ejecutivo de enero de 1924, pero él dice: «Es verdad que el compañero Trotski no asistió personalmente a estas reuniones». No se trata, pues, de declaraciones de Trotski, sino de tesis presentadas por Radek y en las que Trotski habría colaborado. Ahora bien, la preparación de estas tesis puede haber acaecido de muchos modos.

    La frase más escandalosa de esas tesis sería ésta: «Si el partido hubiese desencadenado la insurrección, como proponían los compañeros de la organización de Berlín, habría caído con los riñones hechos pedazos». Nadie puede decir si Trotski debe asumir la paternidad de tal frase. Por mi parte, pienso que tampoco los compañeros de Berlín, y menos aún los dirigentes de la Internacional, habían hecho todo lo que debían para poder exigir la proclamación de la lucha. No hablo de los obreros comunistas berlineses, sino de sus delegados en el IV Congreso, entre ellos Ruth Fischer, que habrían debido oponerse entonces al equívoco y a la peligrosa fórmula de las tesis; oponerse a la valoración unánime de los dirigentes de derechas alemanes como parte legítima de la unanimidad congresual.

    Tras la orientación que prevaleció en el IV Congreso, después de haber permitido la experiencia de combinación parlamentaria en Sajonia, después de todos estos precedentes desfavorables, incluso se puede tener el derecho de decir (desde el punto de vista de izquierda) que la insurrección no había sido favorablemente preparada y podía fracasar. El éxito de la revolución no puede depender de una decisión de cinco minutos.

    La mise à point (corrección) sobre las pretendidas contradicciones lanzadas por Kunsinen sólo puede venir, pues, del mismo Trotski, y no es de esos que por la propia buena fama se apresuren a distribuir eventuales puntapiés en los flancos a Radek o a otros, como parece que es hoy la regla en vigor.

    Pero que todo lo que he dicho ahora pueda coincidir con el pensamiento de León Trotski, puedo sentirme autorizado para deducirlo de una interesante exposición que le oí en un coloquio personal, en la época del IV Congreso, sobre el desarrollo de los acontecimientos en Alemania y sobre las propuestas hechas por él, desde la primavera, para la acción táctica en la que basarnos.

    Según Trotski, la perspectiva revolucionaria era visible muchos meses antes, y era necesario, según su sugestiva frase, fijar la fecha de la insurrección. ¿Qué significa marxista y leninístamente fijar la fecha para una revolución? Trotski me lo explicaba de modo que la posterior lectura de las «Enseñanzas de Octubre» (he dicho mal: la lectura misma de las acerbas críticas que fueron difundidas entre nosotros meses y meses antes que el texto trotskiano) me lo dejó aún más claro.

    El partido debe advertir, adelantarse, al desarrollo de una situación decisiva que llevará a las masas al choque revolucionario, y cuanto más madura ésta, tanto más potentemente debe saber tomar en sus manos la iniciativa.

    Al inicio de 1924, según Trotski, era posible –así lo manifestó en los primeros meses del año a petición de la compañera Zetkyn, no dejando de sostener su proyecto en todas las ocasiones sucesivas; he aquí la declaración que recuerdo de él; hombre al que efectivamente no creo infalible, pero al que considero firmemente con estatura superior a ciertos chapuceros y polémicos expedientistas que siguen la moda– era posible trazar el desarrollo progresivo de la acción del Partido de este modo: tantas semanas para una agitación hecha con vigor y con empuje sobre la consigna: constituyamos los Soviets; otras tantas semanas sobre la consigna: todo el poder a los Soviets; a otras tantas semanas de distancia, la señal de la insurrección para la toma del poder. Se comprende que la fecha de la culminación de la lucha podía ser anticipada o postergada en el curso de la campaña, según el éxito obtenido en las primeras fases. Pero en todo el período la preparación debía desarrollarse ardientemente sobre la base de la convicción absoluta de que se debía llegar.

    Debo decir que Trotski de hecho no excluía, en el curso del movimiento, el empleo de medios tácticos como el Gobierno Obrero, que me reprochaba no querer aceptar, pero (me dijo textualmente) que sólo debía tratarse de una propuesta lanzada a las masas bajo la forma de ardiente ultimátum a la socialdemocracia: en veinticuatro horas se le debía plantear la alternativa: o con nosotros o contra nosotros, y estar prestos para la necesidad de marchar también contra la socialdemocracia.

    Yo reafirmaría, y reafirmo, mi opinión de que una tal táctica no es realizable, que comporta demasiadas probabilidades de darnos un octubre a la alemana y no a la rusa y que, su aceptación por parte del Partido, está en contradicción estridente con la difícil preparación del mismo como masa y Estado Mayor, con la formidable facultad de iniciativa revolucionaria que le asigna la visión de Trotski de la preparación para la revolución.

    Paralelamente a la descripción de su plan, Trotski me exponía las indecisiones y las contradicciones de las órdenes dadas por el centro internacional al Partido alemán.

    Se quiso fijar una cierta fecha, con día y mes, con mucha antelación, para una jornada antifascista, imponiéndosela al partido, sin saber ordenar nunca (según un estilo demasiado conocido) si debía tener como punto de mira una demostración política o la apertura de la guerra civil. Se toleró que la táctica del Frente Único se trajinase en una serie interminable de proposiciones con los socialistas, que desorientó y cansó a las masas.

    La ausencia de la orden de lucha fue la consecuencia inevitable de una valoración equivocada de la situación y de una preparación mal hecha: de hecho, en las jornadas en que era más elevada la temperatura de las masas, el Partido no estaba preparado para dirigirlas a la victoria y, afrontando el riesgo de la lucha, no habría escapado al desastre.

    No menos claramente Trotski pensaba que el no haber luchado y no haber sabido preparar la lucha, pasado el momento de tensión, permitía prever un retroceso inevitable de la influencia del Partido. Por esto fue tratado como derechista y pesimista.

 

 

LA CUESTIÓN ALEMANA EN EL V CONGRESO

 

    Los dirigentes de la izquierda del Partido alemán, en particular Ruth Fischer y Maslow, consideraron el error y sus enseñanzas bajo un ángulo visual falso. Habrían debido interpretar la amarga desilusión de los trabajadores revolucionarios de Alemania a través de una crítica que atacase no sólo a los dirigentes ocasionales del Partido, sino a todo el método que al mismo se le hizo adoptar por la Internacional. Por el contrario, consideraron como resultado supremo –no hago acusaciones que los habituales lenguaraces deban traducir en su lenguaje estrecho y personal– la sustitución de los viejos dirigentes del Partido y, debiendo obtener para esto el consenso del Ejecutivo de la Internacional, pusieron la sordina a la crítica de éste.

    En el V Congreso, esos dirigentes de la izquierda alemana, se presentaron como aliados con Zinóviev haciendo de Brandler y Cia. los únicos chivos expiatorios, y se lanzaron contra Trotski que era pesimista, sustituyendo su crítica marxista y revolucionaria con la banal afirmación de que, desde el momento en que la dirección había pasado a los izquierdistas, todo estaba resuelto y todo debía marchar divinamente en el partido alemán. Como apoyo de esta tesis se traía el argumento del éxito en las elecciones de 1924, posteriores a la derrota de octubre.

    Pero Trotski piensa que casi siempre un aparente éxito electoralista sigue a las derrotas de la acción de masas del partido, como un contragolpe y una contraoleada del estado de ánimo de las masas proletarias que manifiestan su desilusión por la no alcanzada victoria, pero no por esto consiguen reparar el daño sufrido. En apoyo de esta consideración de Trotski yo le cité una confirmación: la de las elecciones italianas de 1921, que alcanzaron un éxito mayor para los partidos proletarios que el que obtuvo el Partido Socialista en 1919. Mientras que, ya desde finales de 1920, se avanzaba hacia una situación contrarrevolucionaria (no es desde hoy que he sostenido que es una estupidez el criterio según el cual el de izquierda se distinga del de derechas porque el primero es optimista y el segundo pesimista sobre la posibilidad de la revolución).

    Los dirigentes de la izquierda alemana no supieron traducir la experiencia adquirida en la amarga desilusión del partido que representaban y llevarla en su totalidad al debate internacional. En el V Congreso practicaron la diplomacia y el maniobrismo, y nada más.

    En las secretísimas reuniones de la delegación alemana no trascendía nunca oficialmente el abierto desacuerdo de la parte extrema compuesta de obreros de Berlín, de Hamburgo y de la cuenca del Ruhr contra las continuas concesiones de la Fischer, que se desviaban incluso netamente de las instrucciones–mandato dadas por el partido a la delegación, escritas por Maslow, entonces en la cárcel, muchas afirmaciones de las cuales se acercaban a nuestra critica de las tesis de Zinóviev.

    Se desvió (con una intriga de coloquios y acuerdos extraños al desarrollo del Congreso) la violenta reacción con la cual los compañeros alemanes acogieron la propuesta de la unidad sindical internacional, la bomba del V Congreso. Se aceptó de buena gana descargar dos o tres discursos contra la rebelde izquierda italiana. Finalmente, se proclamó el acuerdo completo entre el ejecutivo de la Internacional y la izquierda alemana en las nuevas tesis tácticas y en todo lo demás, entre las que estaba la excomunión de Trotski en la cuestión rusa; en el entretanto, Zinóviev, aun negando contradecirse una vez más con su posición del IV Congreso, declaraba solemnemente que con el V Congreso la Internacional efectuaba un giro a la izquierda.

    Según los eventos ulteriores, veremos qué valor tuvieron los sagrados resultados del V Congreso: el giro a la izquierda, la interpretación rectificada de la táctica del Frente Único y del gobierno obrero, la confianza concedida sin reservas al grupo Fischer–Maslow, ortodoxo, disciplinado, verdadero interprete de la táctica leninista, justo censor y crítico de las bestialidades de la izquierda italiana. No dejamos de hacer notar que, para perpetuar el equívoco, mientras se nos acusaba a nosotros por nuestra actitud de hacerle el juego a Radek y Brandler, se preparaban resoluciones que, como de costumbre, estos votaban en pleno, anegándose en la unanimidad triunfal.

    Pero, por todo eso, se dirá: ¿pedís vosotros, por principio, que en los Congresos comunistas haya lucha y desacuerdo abierto y violento sin posibilidad de una solución común?

    Respondemos enseguida que, si la unanimidad se alcanzase por el estudio y la consideración objetiva y superior de los problemas, éste sería el ideal, pero que la unanimidad artificial es mucho más dañina que el desacuerdo abierto en la consulta del Congreso, salvada siempre la disciplina ejecutiva: y que se trataba de unanimidad artificial, se han encargado de probarlo los hechos, como los fracasos de la táctica votada con tanto entusiasmo, la excomunión de aquellos que se habían presentado como los pioneros más seguros de ésta, el descabalgamiento alternado de grupos de dirigentes a cuya solidaridad y disciplina con las directrices infalibles de la Internacional se había alabado antes.

    Las tesis sobre la táctica del V Congreso van muy hacia la izquierda respecto a las del IV. Pero yo no me arrepiento de haberlas combatido. No me arrepiento de no haber requerido, en correspondencia del voto de la izquierda italiana, que se hubiese introducido alguna otra frasecilla más a la izquierda que las existentes. Los acontecimientos se habrían desarrollado como se han desarrollado: confirmando –demasiado– la justeza de nuestra desconfianza hacia el modo de trabajar en la Internacional y en sus Congresos.

    El capítulo sobre el Frente Único es severísimo. Ninguna coalición, ninguna rebaja al nivel de los obreros socialdemócratas, sino lucha para arruinar a la socialdemocracia, convertida en tercer partido burgués, denuncia del peligro oportunista en la táctica del Frente Único mal aplicado, etc. En cuanto al gobierno obrero, la tesis de Graziadei viene triturada: dos veces muerde el polvo, dos veces en los altares... El texto de las tesis dice («Correspondencia Internacional», Ed. Francesa, nº 61, del 2 de septiembre de 1924): «La consigna del gobierno obrero y campesino no es en ningún caso, para los comunistas, una táctica de acuerdos y de transacciones parlamentarias con los socialdemócratas». Y un poco antes: «La consigna del gobierno obrero y campesino es para la Internacional Comunista, traducida a la lengua del pueblo, a la lengua de la revolución, la dictadura del proletariado». El lector no tiene más que confrontarla con lo que se dice en el párrafo citado del Congreso precedente para apreciar la amplitud de la rectificación. Sin embargo, esta no nos ha parecido suficiente para nuestra obstinación de izquierdistas... Nosotros hemos pedido que, a la consigna, a la terminología misma de Gobierno Obrero, se le hiciese un funeral de tercera clase. Teníamos razón al hacerlo porque, como se ha visto precedentemente, habían sido hechas las mismas declaraciones que aseguraban, o que tendían a asegurar (junio de 1922), y no habían evitado mínimamente el peligro. Pero todo lo que ha sucedido a continuación, consideramos que nos ha dado todavía mayormente la razón.

    El grupo Fischer–Maslow, por el contrario, volvía a Alemania entusiasta para anunciar a las turbas que el V Congreso había dado un paso gigantesco hacia la izquierda.

 

 

OTRO EPISODIO DEL V CONGRESO

 

    No estará mal ilustrar otro episodio al que se reclamaba una afirmación muy arriesgada hecha durante esta discusión: aquella de que nosotros de la Izquierda italiana, en el V Congreso, nos hubiésemos alineado con la condena a la oposición trotskista en la cuestión rusa. Incluso si esto fuese verdad, no nos quitaría ningún derecho a solidarizarnos con las críticas hechas por Trotski a la política internacional expuestas en sus posteriores Enseñanzas de Octubre. Pero las cosas son muy distintas. Antes del V Congreso, nuestro Partido no se había pronunciado sobre las divergencias surgidas entre Trotski y el Comité Central del Partido ruso a propósito de la vida interna del Partido y de los problemas de la vida económica en la república de los Soviets. Le tocaba pronunciarse a la delegación. Pero ésta debió constatar unánime que al Congreso no se habían llevado los elementos para un serio y motivado juicio. Había habido un amplio informe de Rykov, en ruso, del que no fueron hechas las traducciones orales, y las escritas fueron distribuidas con gran retraso. Trotski y los suyos no habían intervenido en la discusión, considerándola cerrada desde el XIII Congreso del PCR. No había habido ningún debate. La comisión no se había reunido. Una pequeña comisión de cinco, de la que yo era miembro, debía reunirse sólo en la vigilia del final del Congreso, en el sentido preciso del término.

    En la reunión de nuestra delegación nadie se pronunció sobre el mérito de la cuestión a favor de la condena de León Trotski. Los más declararon no poder pronunciarse: algunos (nosotros de la Izquierda) aportaron argumentos a favor de las críticas de Trotski contra el sofocamiento de la discusión interna en el Partido ruso. Fue propuesto que se declarase dejar al Partido ruso la responsabilidad de la toma de decisión, y se pidiese al Congreso votar, a título informativo, la pura y simple moción del Partido ruso. Yo preparé una declaración en este sentido para insertarla en los informes de la pequeña comisión rusa, pero en el último momento incluso ésta les pareció a los centristas un paso arriesgado, y yo hice una declaración sólo en nombre de la Izquierda: esto sin que la delegación hubiese modificado su actitud de neutralidad. Después de esto, es verdad que todos votamos en la última sesión del Congreso la resolución contra la oposición, pero esto no debe dejar estupefacto, cuando se piense que en pocas horas fueron votadas todas las resoluciones sobre todos los puntos del orden del día y que en aquel breve y apresurado momento del trabajo del Congreso ya era difícil obtener la palabra a quien no fuese orador, y por lo tanto diferenciarse del mecánico proceder de la sesión. Nosotros de la Izquierda nos consideramos satisfechos de haber votado contra la resolución de la mayoría en la discusión política central, y de haber hecho no pocas declaraciones sobre la táctica y los otros puntos del orden del día. Votamos materialmente la resolución rusa como tantas otras que no podíamos compartir totalmente: pero precisamente la resolución rusa fue votada, sin compartirla, por toda la delegación italiana. Tanto que, en la discusión ante el Ejecutivo Ampliado sucesivo, todos los italianos se opusieron a la expulsión del trotskista Souvarine, con gran escándalo de la mayoría.

    En todos estos elementos (que he sido colocado en la necesidad de precisar) emerge el lado desaprobado por nosotros del modo de trabajar de los órganos del Comintern. No se debe creer lógico y posible el romper con este método a través de una forma de oposición aún más obstinada e irreductible de aquella de la que quizás es acusado continuamente el que suscribe: no se trata de una reacción de naturaleza moral o de dar ejemplo personal de la exageración del coraje para remediar su ausencia general en los representantes en el Congreso. Nada de extraño, pues, que también nosotros hayamos sido reducidos a dar votos contra nuestras opiniones. El mal está en el sistema, que es necesario eliminar no con un código de conducta personal, distinta, de los compañeros, sino con un planteamiento distinto de toda la actividad colectiva y orgánica de los partidos y de la Internacional.

 

 

TRAS EL V CONGRESO. LA «NUEVA TÁCTICA»

 

    Entre el 21 de marzo y el 3 de abril del año en curso se ha tenido en Moscú el Comité Ejecutivo Ampliado de la Internacional. Desde el punto de vista formal se ha confirmado totalmente la línea política del V Congreso. La resolución principal, en lo que se refiere a Alemania, aun revelando no pocas deficiencias en el trabajo del Partido, que no ha liquidado todavía los errores de izquierda en la cuestión sindical (se trata del escisionismo sindical que por nuestra parte hemos aborrecido siempre), se remacha la norma: «propaganda de la consigna del gobierno obrero y campesino en la interpretación del V Congreso, o sea, en el sentido revolucionario que excluya toda interpretación oportunista».

    Pero el 4 de abril, Zinóviev pronuncia un discurso importante. Al inicio se entretiene sobre la cuestión de la estabilización del capitalismo, para protestar contra las interpretaciones exageradas de su pensamiento, y reafirmar que nosotros estamos, a juicio de la Internacional Comunista, en la era de la revolución mundial abierta en 1917. El presidente de la Internacional, luego, pronuncia palabras sintomáticas a propósito de las elecciones presidenciales alemanas, que en la primera vuelta habían señalado una sensible recuperación de las fuerzas del Partido Comunista. Zinóviev dice que se han cometido errores, y critica a aquellos compañeros que afirman que es indiferente para el proletariado que haya una república o una monarquía. Desde el punto de vista marxista la cuestión no se plantea así. Zinóviev tiene razón: ¿pero la plantea luego él de un modo marxista? No lo parece y, sobre todo, no lo parece de hecho con el tipo de solución que él extrae. Se comienzan a seguir fórmulas inciertas, contradictorias que, a veces, de golpe nos plantean incluso la duda sobre tesis que parecían muy seguras, evidentes y estables. Tenemos nuevos ejemplos de esta manera de resolver o no resolver las cuestiones, que pone al verdadero y viejo militante marxista en la necesidad de preguntarse: pero ¿cuál es pues el verdadero motivo por el que se debería hacer así?

    Escuchad lo que dice Zinóviev («Correspondencia Internacional», nº 43, del 25 de mayo de 1925): «Para la lucha de clase del proletariado, la república burguesa es un terreno mucho más favorable que la monarquía. Naturalmente, no ya porque la república tienda a la paz civil, sino porque esta forma de gobierno pone de relieve más netamente el carácter de clase de la burguesía». Pero, entonces ¿qué deben hacer los comunistas alemanes? Todavía no se dice: pero desde el momento que la república es la forma más claramente burguesa, los comunistas alemanes deben, nos parece a nosotros, lanzar más radicalmente contra los burgueses republicanos las fuerzas revolucionarias del proletariado. Por el contrario, se verá que no es así. Solamente Zinóviev (el cual sabe, a diferencia de muchos otros que se dicen fautores, qué es el marxismo) no ha podido no de dudar ante la tesis de que el régimen más republicano y liberal facilita, por la menor reacción y represión, la acción proletaria, tesis clásicamente madre de la teoría y de la práctica socialdemócrata. Zinóviev ha establecido la diferencia –que existe– entre régimen monárquico y republicano en una fórmula justa, pero que provoca equívoco en las consecuencias tácticas que él había decidido ya que se debían defender.

    Sigamos los hechos y los documentos. En las elecciones para la segunda vuelta los comunistas alemanes mantienen la candidatura de Thaelmann, que obtiene 60.000 votos más, pero el general Hindenburg consigue ser presidente de la república prevaleciendo claramente sobre el candidato republicano burgués, Marx. Se lanza sobre los comunistas alemanes la tempestad de las recriminaciones de costumbre, la izquierda burguesa y socialdemócrata se comporta como si los revolucionarios hubiesen firmado un contrato con ella comprometiéndose a sostenerla cuando la derecha se la vaya a jugar. Sufrir esta extorsión quiere decir admitir que el comunismo no es más que un subproducto de la democracia, tesis digna de la escuela de Treves y Turatti: mientras a nosotros nos parece que es siempre un fecundísimo medio de preparación y clarificación revolucionaria el mantener, clásicamente, ante tales pretensiones una actitud política que, además de nuestro modo de valorar la distinción entre república y monarquía, liberalismo y horca burguesa, corresponda devolviendo y restregando en la cara de los demócratas y socialdemócratas sus pretensiones, invitando a los trabajadores a no desperdiciar ninguna lágrima por su derrota.

    Pero el comité Central de izquierda del Partido alemán, algunas horas después de ser elegido Hindenburg se reunió para declarar haberse equivocado y no haber sabido valorar el peligro monárquico. Convoca al Comité nacional del partido que confirma ese juicio, aunque se forma una fuerte minoría que lanza la alarma contra el repliegue del comité Ejecutivo de la Internacional y del Centro alemán sobre posiciones dignas de Brandler y Cía.

    En el nº 54 de la citada «Correspondencia Internacional» podemos leer la resolución del Comité nacional. Cuando menos es confusa, pero contiene gravísimas concesiones en materia de táctica, que aquí no nos urge mucho criticar en si mismas, queriendo sobre todo poner de relieve cómo hoy no pueden representar ninguna garantía las resoluciones de los congresos, que son muy izquierdistas, mientras que luego se continúa con una táctica más que de derechas: «Debemos mostrar que la democracia burguesa no permite la transición al socialismo y no ofrece ninguna garantía contra la reacción (esto está bien). Nosotros debemos exponer también que ella facilita la lucha de clase más que un gobierno monárquico absolutista, permitiendo plantear más abiertamente los problemas de clase, haciendo la vida política accesible a las masas, suscitando más fácilmente luchas internas entre los diversos estratos de la burguesía, contribuyendo con eso a fortificar al proletariado, a condición de que éste sepa sacar provecho de una tal situación». Y ¿cuáles son las consecuencias de esta presentación contradictoria de un problema viejo y siempre nuevo? Helas aquí: «En las elecciones presidenciales... habíamos debido maniobrar en el sentido de las propuestas de la delegación alemana y de la Internacional Comunista. Así habíamos conducido a la clase obrera alemana, formando bloque sobre un programa republicano mínimo con los verdaderos partidarios de la república (¡sic, sic, sic, sic!), uniéndose en torno al nombre de un candidato republicano militante en la lucha contra la reacción». Así se habría desenmascarado, dice la resolución, a la socialdemocracia. La propuesta del Comintern era la de invitar a esta a no retirar a su candidato, Braun, por el que habrían votado los comunistas retirando la candidatura de Thaelmann. Pero si el objetivo era: a) desenmascarar a la socialdemocracia; b) evitar el peligro de la victoria monárquica, está claro que los socialdemócratas, con las cifras en la mano, habrían respondido que no bastaban los votos de Braun más los de Thaelmann para batir a Hindenburg, y era necesario formar el bloque incluso con las fuerzas del demócrata burgués y católico Marx. La consecuencia, pues, de la política sugerida por la Internacional, era el apoyo de los comunistas a una candidatura burguesa o, cuanto menos, el voto simultaneo de comunistas y socialdemócratas y demócratas burgueses para una candidatura, pongamos, de Braun. Está bien que los demócratas probablemente habrían rechazado un tal acuerdo con la participación de los comunistas, pero nosotros debemos mirar el efecto que las propuestas de maniobras tácticas provocan en las masas: y no hay de qué escandalizarse si nosotros indicamos la inevitable consecuencia del bloque con Marx, cuando no sólo por nuestra firme opinión, sino por declaración formal –en las tesis– del mismo Ejecutivo ampliado, la socialdemocracia no es más que el tercer partido burgués.

    El documento que estamos examinando, y el otro contenido en el nº 62 de la citada «Correspondencia Internacional»: «Resolución del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista después del Consejo nacional del PCA», además del otro aparecido en el n.º 69: «Mensaje del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista al X Congreso del PCA» (creo que publicado en L'Unità) remachan esta nueva táctica, y añaden que es totalmente admisible que los comunistas, en ciertas situaciones parlamentarias, no derroquen e incluso apoyen a los gobiernos socialdemócratas, o también a gobiernos de izquierda burguesa, siempre para evitar el triunfo de los monárquicos. Se habla, es verdad, de poner algunas condiciones. Pero esto agrava la cosa: ya no se trata solamente de una actitud negativa, sino de abrir negociaciones, o al menos de hacerle propuestas a dichos partidos burgueses.

    Contra las críticas de la izquierda del PCA, aquellos documentos intentan establecer una distinción neta entre una maniobra bolchevique similar y el vulgar posibilismo oportunista del tipo de bloque de las izquierdas francés. No me adentro en la crítica de esta difícil y muy poco reasegurante distinción, porque aquí no trato tanto expresamente de la táctica, como del modo de trabajar, o sea, de discutir, deliberar y de seguir de nuestros más altos órganos de Partido.

    Mientras que están en vigor las tesis tácticas del V Congreso, formalmente remachadas por el Ejecutivo ampliado, de hecho, se realiza una política y una táctica que de aquellas tesis se distancian mucho más que la táctica adoptada en Alemania entre el IV y el V Congreso, y que se quiere condenar y enterrar. Efectivamente, el Frente Único, limitado en todo caso a los solos partidos proletarios, no debía nunca convertirse en una combinación parlamentaria. El Gobierno Obrero sólo debía ser una consigna de agitación y no una forma política efectiva de transición entre el régimen burgués y la dictadura proletaria. Ahora, por el contrario, sin sentir la necesidad de hacer añicos oficialmente las tesis del V Congreso, se defiende y se practica una táctica en la que la maniobra, primero: va más allá de los partidos socialdemócratas y llega a todos los partidos republicanos; segundo: se establece y se realiza exclusivamente o, al menos, principalmente, en el terreno electoral y parlamentario; tercero: ya no es solamente un simple medio de demostrar imposible la verdadera colaboración de los comunistas con los dirigentes de los otros partidos, sino que desemboca en una acción común efectiva y positiva en cuanto se enfoca decididamente a permitir que se forme el gobierno de derechas, el que de hecho sería una necesidad para permitir un buen desarrollo de la acción de Partido.

    Yo no creo que se pueda intentar sostener seriamente que la nueva táctica no esté negada por la letra de las tesis del V Congreso, que incluso se han preocupado de prohibir maniobras, en realidad mucho más inocentes que las que ahora vemos perfilarse en el horizonte. En todo caso, esta eventualidad no nos ha dado nunca ni siquiera por sospecharla: se nos aseguraba lo contrario, que... se iba hacia la izquierda. Esto nos empuja a preguntarnos para qué valen las decisiones de los Congresos, en la observancia de las cuales se querría hacer consistir la panacea bolchevizadora de todos nuestros males. Y si esta conciliación dialéctica que yo no consigo ver es, por absurdo, posible ¿por qué no se previeron nunca con antelación, al menos en las grandes líneas, tan graves eventualidades? Y la disciplina, en la que se ve el bien supremo ¿a qué está reducida para los dirigentes, libres para hacer lo que creen respecto a las decisiones de las reuniones internacionales?

    Un intento para respondernos sólo podría justificar así la nueva táctica: tenemos una nueva situación; ayer, en la situación que nos presentaba como posible la conquista del poder, preconizábamos la táctica del Frente Único y del Gobierno Obrero como un medio para acelerar el desarrollo de la situación hacia la máxima conquista; hoy, nueva situación, nueva táctica. En una situación que no permite la lucha por el poder, la función de los Partidos comunistas es la de asegurar un mínimo de beneficios económicos y políticos para el proletariado. Pero, fuera del hecho de que todavía se niega que la situación haya mutado radicalmente, un planteamiento similar nos autorizaría verdaderamente a gritar el peligro del oportunismo que, por ejemplo, distinguiríamos en Italia en la fórmula: el antifascismo, cuestión y tarea política prejudicial.

 

 

LA EXCOMUNIÓN DEL GRUPO FISCHER–MASLOW

 

    En la campaña por la nueva táctica y contra la oposición alemana, el Centro del Partido, dirigido por la Fischer, ha sido completamente solidario con el Comité Ejecutivo de Moscú. En el Congreso, la oposición de izquierda ha sido reducida a unos pocos delegados, y ha renunciado (ha hecho muy mal) a presentar una resolución política propia. Todo esto ha sido anunciado como un resultado y una prueba de la bolchevización de la Internacional y del Partido. El Congreso era el Congreso ideal: poco debate, la enorme mayoría estaba sobre las opiniones de la Internacional. Se estaría pues, finalmente, sobre el buen camino.

    Por el contrario, nada de todo esto era una cosa seria. Confrontar el himno de A.P. en L' UNITÀ del 23 de agosto, y su reclamo a los ejemplos que deberían servir para corregirnos a nosotros, izquierdistas italianos. En este Congreso modelo, la misma izquierda de Rosenberg nos habría excomulgado. Por lo demás, en cuanto al delegado del Comintern, en su celo bolchevizador, ha creído preciso acusarme de haber estado ausente conscientemente de cualquier actividad de Partido tras el evento Matteotti. Recojo de paso otra pequeña prueba contra el método que vengo criticando, más que hacer una defensa personal. El óptimo compañero, que, en el caso específico, estaba por encima de toda sospecha de envenenamiento, sólo con saber que la consigna vigente era la de disparar sobre Bordiga (para exaltar, pongamos... a Ruth Fischer) ha olvidado el pequeño particular de que yo estaba precisamente en aquel momento en Moscú tomando parte en el V Congreso. (Eso no me impidió escribir desde Viena al Centro de nuestro Partido: no sé bien todo lo que está sucediendo ahí, pero os envío mi parecer: nada en común con la política de las Oposiciones). Que si, por lo demás, no hubiese ido al V Congreso... tierra trágame, a juzgar por el chismorreo armado porque no fui al último Ejecutivo ampliado. Así se juzga y se ordena en nuestra Internacional.

    Volviendo al Congreso de bolchevización del Partido alemán, nosotros tenemos el derecho de decir ahora que el Congreso no era más que un escenario levantado sobre la verdadera crisis del Partido. Es recientísima la noticia de que el Comité Ejecutivo de la Internacional ha debido proceder a la ejecución del grupo Fischer–Maslow, al que se le reprochan severamente errores antiguos y recientes. No importa que se haya sostenido desde hace dos años a este grupo en una violenta campaña contra viejos militantes y dirigentes del Partido alemán, que se le haya estrellado contra nosotros vestido de maestro patentado de comunismo, que se le haya convertido en el primer justiciero de León Trotski, que, finalmente, se ha querido que el reciente Congreso del Partido les reconfirmase con una confianza unánime.

    Las acusaciones que se lanzan contra este grupo son bastante extrañas. Se le acusa de casi complicidad con los ultraizquierdistas de la oposición, al que se le ha contrapuesto hasta ayer. Nosotros no tomaremos en serio una evolución hacia la izquierda de dicho grupo, sin embargo, pensamos que el mismo no merece ni cet excés d'honneur, ni cette índignité (ni este exceso de honor, ni esta indignidad). Se declara que el grupo dirigente ha sofocado el Partido, ha destruido la democracia interna, pero entonces ¿qué valor tiene el reciente Congreso y la derrota de la ultraizquierda? y ¿solamente ahora se da cuenta la Internacional del puño de hierro de Ruth Fischer?

    Lo que con claridad se puede concluir, desgraciadamente, es que no nos podemos sentir seguros con las afirmaciones de que un Partido comunista está sobre el buen camino, se encuentra en la línea política del Comintern, del leninismo y del bolchevismo, está en el camino de la bolchevización completa, que su Centro es completamente ratificado y avalado por el Estado Mayor internacional. No sólo desde nuestro punto de vista, que coloca muy en otra parte las garantías de la acción revolucionaria eficaz y potente, del asegurarse contra el oportunismo, sino desde el mismo punto de vista de Moscú, esta escena está sujeta a cambios, y podemos esperarnos la declaración oficial de que, por el contrario, todo iba mal y se estaba fuera del camino en cuanto a doctrina, a política y a organización.

    Entonces tenemos todo el derecho de no contentarnos con las garantías verbales que a cada paso nos presenta el vocabulario obligado de nuestros centristas, y continuar buscando en otra parte las nuevas pruebas de la nueva vía comunista, siguiendo aquel método nuestro que ha correspondido bien con el diagnóstico hecho, desde hace tanto tiempo, de los peligros que se van manifestando de modo tan evidente.

    La crítica conclusiva y la reconstrucción de nuestro punto de vista del criterio de trabajo en la Internacional, exige aún una exposición aparte, y el problema tampoco nosotros pretendemos llevarlo resuelto en el bolsillo. Pero lo que hemos expuesto es suficiente para iluminar a cualquier compañero sobre la necesidad de rechazar sin más el oportunismo burocrático e infecundo que querría embotellarnos y el necio procedimiento de seguir con los ojos cerrados. Un Partido como el nuestro, frente a todo esto, tiene algo que decir. Y que hacer escuchar.

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“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

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