CONSIDERACIONES SOBRE LA ACTIVIDAD ORGÁNICA DEL PARTIDO CUANDO LA SITUACIÓN ES HISTÓRICAMENTE DESFAVORABLE - 1965
[De Il Programma Comunista, nº2-1965]
1.- La llamada cuestión de la organización interna del partido ha sido siempre objeto de las posiciones de los marxistas tradicionales y de la actual Izquierda comunista nacida como oposición a los errores de la Internacional de Moscú. Naturalmente, esto no es un sector aislado en un compartimento cerrado, sino que es inseparable del cuadro general de nuestras posiciones.
2.- Cuanto forma parte de la doctrina de la teoría general del partido, se puede encontrar en los textos clásicos, y está resumido de modo profundo en manifestaciones más recientes, en textos italianos como las Tesis de Roma y de Lyon, y en muchísimos otros con los cuales la Izquierda manifestó su presagio de la ruina de la III Internacional por fenómenos no menos graves a los ofrecidos por la II. Todo este material, en parte es utilizado también ahora en el estudio sobre la organización (entendida en sentido restringido como organización del partido, y no en el sentido lato de organización del proletariado en sus varias formas históricas y sociales), y no se quiere aquí reasumirlo, remitiendo a dichos textos y al vasto trabajo en curso de la Historia de la Izquierda, de la que está en preparación el segundo volumen.
3.- Es dejado a la teoría pura, común a todos nosotros, y ahora ya fuera de discusión, todo cuanto se relaciona con la ideología y la naturaleza del partido y las relaciones entre el partido y su propia clase proletaria, que se resumen en la obvia conclusión de que sólo con el partido y con la acción del partido el proletariado llega a ser clase para sí misma y para la revolución.
4.- Acostumbramos a indicar como cuestiones de táctica (repetida la reserva de que no existen capítulos y secciones autónomas) aquéllas que surgen y se desarrollan históricamente en las relaciones entre el proletariado y las otras clases, el partido proletario y las otras organizaciones proletarias, y entre el partido y los otros partidos burgueses y no proletarios.
5.- La relación que existe entre las soluciones tácticas, para que no sean condenadas por los principios doctrinales y teóricos, y el multiforme desarrollo de las situaciones objetivas y, en cierto sentido, externas al partido, es ciertamente muy mutable; pero la Izquierda ha mantenido que el partido debe dominarla y preverla anticipadamente, como está desarrollado en las Tesis de Roma sobre la táctica, entendidas como proyecto de tesis para la táctica internacional.
Existen, y para ser sintéticos hasta el extremo, períodos de situaciones objetivas favorables, junto a condiciones desfavorables del partido como sujeto; puede darse el caso opuesto; hay estados, raros pero con sugestivos ejemplos de un partido bien preparado y con una situación social que ve a las masas lanzadas hacia la revolución y hacia el partido que la ha previsto y descrito con antelación, como Lenin reivindicó para los bolcheviques de Rusia.
6.- Abandonando pedantes "distinciones", nos podemos preguntar en qué situación objetiva versa la sociedad actual. Ciertamente, la respuesta es la peor posible, y que gran parte del proletariado, más que estar aplastado por la burguesía, está controlado por partidos que trabajan al servicio de ésta e impiden al proletariado mismo todo movimiento clasista revolucionario, de modo que no se puede anticipar cuánto tiempo pueda transcurrir hasta que, a esta situación muerta y amorfa, no le suceda de nuevo la que otras veces definíamos "polarización" o "ionización" de las moléculas sociales, que preceda a la explosión del gran antagonismo de clase.
7.- ¿Cuáles son, en este período desfavorable, las consecuencias sobre la dinámica orgánica interna del partido? Siempre hemos dicho, en todos los textos más arriba indicados, que el partido no puede no resentirse de los caracteres de la situación real que lo circunda. Por tanto, los grandes partidos proletarios que existen son necesaria y declaradamente oportunistas.
Una tesis fundamental de la Izquierda es que nuestro partido no debe por esto renunciar a resistir, sino que debe sobrevivir y transmitir la llama a lo largo del histórico "hilo del tiempo". Está claro que será un partido pequeño, no por nuestro deseo o elección, sino por ineluctable necesidad. Pensando en la estructura de este partido, incluso en las épocas de decadencia de la III Internacional, y en polémicas innumerables, hemos rechazado, con argumentos que no hace falta repetir, varias acusaciones. No queremos un partido de secta secreta o de élite, que rechace todo contacto con el exterior por manía de pureza. Rechazamos toda fórmula de partido obrero y laborista que quiera excluir a todos los no proletarios, fórmula que pertenece a todos los oportunistas históricos. No queremos reducir el partido a una organización de tipo cultural, intelectual y escolástico, como las polémicas que se remontan a hace más de medio siglo; aún menos creemos, como ciertos anarquistas o blanquistas, que se pueda pensar en un partido de acción armada conspirativa y que se dedique a tejer conjuras.
8.- Dado que el carácter de degeneración del complejo social se concentra en la falsificación y en la destrucción de la teoría y de la sana doctrina, está claro que el pequeño partido de hoy tiene un carácter preeminente de restauración de los principios de valor doctrinal, y desdichadamente falta el fondo favorable en que Lenin la cumplió después del desastre de la primera guerra. Todavía, no por esto podemos levantar una barrera entre la teoría y la acción práctica, porque después de un cierto límite nos autodestruiremos junto a todas nuestras bases de principio. Reivindicamos, por tanto, todas las formas de actividad propias de los momentos favorables, en la medida en que las relaciones reales de fuerza lo permitan.
9.- Todo esto podría desarrollarse mucho más ampliamente, pero se puede llegar a una conclusión acerca de la estructura organizativa del partido en un pasaje tan difícil. Sería un error fatal verlo como divisible en dos grupos; uno dedicado al estudio y otro a la acción, porque esta distinción es mortal no sólo para el cuerpo del partido, sino incluso respecto a un militante individual. El sentido del unitarismo y del centralismo orgánico es el de que el partido desarrolla dentro de sí los órganos aptos para las diversas funciones, que nosotros llamamos propaganda, proselitismo, organización proletaria, trabajo sindical, etc., hasta llegar, mañana, a la organización armada, pero nada se debe concluir por el número de compañeros que se considera dedicado a tales funciones, porque en principio ningún compañero debe ser extraño a ninguna de ellas.
Es un accidente histórico que en esta fase puedan parecer demasiados los compañeros dedicados a la teoría y a la historia del movimiento, y pocos los ya preparados para la acción. Sobre todo sería insensato buscar el número dedicado a una y otra manifestación de energía. Todos sabemos que, cuando la situación se radicalice, y se radicalizará, innumerables elementos se alinearán con nosotros, en una vía inmediata, instintiva y sin el mínimo curso de estudios que pueda remendar cualificaciones escolásticas.
10.- Sabemos muy bien que el peligro oportunista, desde que Marx combatió a Bakunin, Proudhon, Lassalle y en todas las fases ulteriores de la enfermedad oportunista, ha estado todo ligado a la influencia sobre el proletariado de falsos aliados pequeño burgueses.
Toda nuestra infinita desconfianza hacia la aportación de estos extractos sociales no debe ni puede impedirnos utilizar, sobre la base de potentes enseñanzas de la historia, a los elementos de excepción, que el partido destinará a su trabajo de reordenación de la teoría, fuera de la cual no existe más que la muerte, y que en el futuro con su plan de difusión deberá identificarse con la inmensa extensión de las masas revolucionarias.
11.- Las violentas chispas que saltaron de entre los conductores de nuestra dialéctica nos han enseñado que es compañero militante comunista y revolucionario quien ha sabido olvidar, renegar, arrancarse de la mente y del corazón la clasificación en la que lo inscribió el anágrafe de esta sociedad en putrefacción, y ve y se confunde a sí mismo en todo el arco milenario que liga al ancestral hombre tribal luchador con las fieras, al miembro de la comunidad futura, fraterna en la armoniosa alegría del hombre social.
12.- Partido histórico y partido formal. Esta distinción está en Marx y Engels, y ellos tuvieron el derecho de deducir que, estando con su obra en la línea del partido histórico, despreciaban pertenecer a todo partido formal. De esto ningún militante actual puede inferir el derecho a una elección: de tener los papeles en regla con el "Partido Histórico" y desentenderse del partido formal. Esto, no porque Marx y Engels fuesen superhombres de un tipo o raza distinta de los demás, sino precisamente por la sana inteligencia de su propuesta, que tiene sentido dialéctico e histórico.
Marx dice: partido en su acepción histórica, en el sentido histórico, y partido formal, o efímero. En el primer concepto está la continuidad, y de él hemos derivado nuestra tesis como característica de la invariancia de la doctrina desde cuando la formuló Marx, no como una invención de genio, sino como descubrimiento de un resultado de la evolución humana. Pero los dos conceptos no están en oposición metafísica, y sería necio expresarlos con la doctrinilla: le doy la espalda al partido formal y voy hacia el partido histórico.
Cuando de la invariante doctrina sacamos la conclusión de que la victoria revolucionaria de la clase trabajadora no puede obtenerse más que con el partido de clase y la dictadura del mismo, y con el acompañamiento de las palabras de Marx afirmamos, que antes de la existencia del partido revolucionario y comunista el proletariado sea una clase, quizás para la ciencia burguesa, pero no para Marx y para nosotros; la conclusión a deducir es que, para la victoria, será necesario tener un partido que merezca al mismo tiempo la calificación de partido histórico y de partido formal, o sea, que se haya resuelto en la realidad de la acción y de la historia la contradicción aparente, y que ha dominado un largo y difícil pasado, entre partido histórico, es decir, en cuanto al contenido (programa histórico, invariante), y partido contingente, o sea, en cuanto a la forma que actúa como fuerza y praxis física de una parte decisiva del proletariado en lucha.
Esta sintética puesta a punto de la cuestión doctrinal va referida aun rápidamente a los traspasos históricos que estén detrás de nosotros.
13.- El primer pasaje, de un conjunto de pequeños grupos y ligas, en los que se manifiesta la lucha obrera, al partido Internacional previsto por la doctrina, se tiene con la fundación de la I Internacional en 1864. No es éste el momento de reconstruir el proceso de las crisis de ésta, que bajo la dirección de Marx fue defendida hasta el extremo contra las infiltraciones de programas pequeño burgueses como son los de los libertarios.
En 1889 se reconstruye la II Internacional, después de la muerte de Marx pero bajo el control de Engels, cuyas indicaciones no son sin embargo aplicadas. Por un momento se tiende a tener de nuevo en el partido formal la continuación del partido histórico, pero esto es despedazado en los años sucesivos por el tipo federalista y no centralista, por las influencias de la práctica parlamentaria y del culto de la democracia, y de la visión nacionalista de cada sección, no concebido como ejército de guerra contra el propio Estado, como habría querido el Manifiesto de 1848; surge el revisionismo abierto que devalúa el fin histórico y exalta el movimiento momentáneo y formal.
El surgir de la III Internacional, después de la bancarrota desastrosa de 1914 en el puro democratismo y nacionalismo de casi todas las secciones, fue visto por nosotros, en los primeros años después de 1919, como la plena unión del partido histórico y el partido formal. La nueva Internacional surgió declaradamente centralista y antidemocrática, pero la praxis histórica del pasaje a la misma de las secciones federadas en la Internacional quebrada fue particularmente difícil, y apresurada por la preocupación de que fuese inmediato el pasaje entre la conquista del poder en Rusia y la conquista en los otros países europeos.
Si la sección surgida en Italia de las ruinas del viejo partido de la II Internacional fue llevada de forma particular -no por virtud de personas, ciertamente, sino por derivaciones históricas- a advertir la exigencia de la soldadura entre el movimiento histórico y su forma actual, fue por haber mantenido luchas particulares contra las formas degeneradas, y haber rechazado por tanto las infiltraciones, no sólo de las fuerzas dominadas por posiciones de tipo nacional, parlamentario y democrático, sino incluso de las (itálicas, maximalismo) que se dejaron influenciar por el revolucionarismo pequeño burgués, anarco-sindicalista. Esta corriente de izquierda luchó particularmente para que fuesen rígidas las condiciones de admisión (construcción de la nueva estructura formal), las aplicó en pleno en Italia, y cuando ellas dieron resultados no perfectos en Francia, Alemania, etc., fue la primera en advertir un peligro para toda la Internacional.
La situación histórica, por la que en un solo país se había constituido el Estado proletario, mientras en los otros no se había llegado a conquistar el poder, hacía difícil la clara solución orgánica de mantener el timón de la organización mundial a la sección rusa.
La Izquierda fue la primera en advertir que, en caso de que el comportamiento del Estado ruso, en la economía interna como en las relaciones internacionales, comenzase a acusar desviaciones, se habría establecido una variedad entre la política de partido histórico, o sea, de todos los comunistas revolucionarios del mundo, y la de un partido formal que defendiese los intereses del Estado ruso contingente.
14.- Este abismo se ha cavado desde entonces tan profundamente, que las secciones "aparentes", que están bajo la dependencia del partido-guía ruso, hacen en el sentido efímero una vulgar política de colaboración con la burguesía, no mejor que la tradicional de los partidos corrompidos de la II Internacional.
Esto da la posibilidad, no diremos el derecho, a los grupos que derivan de la lucha de la Izquierda Italiana contra la degeneración de Moscú, de entender, mejor que ningún otro, por qué camino el partido verdadero, activo, y por tanto formal, pueda permanecer en total adhesión a los caracteres del partido histórico revolucionario, que en línea potencial existe por lo menos desde 1847, mientras en línea de praxis se ha afirmado a grandes rasgos históricos a través de la serie trágica de las derrotas de la revolución.
La transmisión de esta tradición no deformada, con los esfuerzos para hacer real una nueva organización de partido internacional sin pausas históricas, organizativamente no se puede basar en la elección de hombres muy cualificados o muy informados de la doctrina histórica, sino que orgánicamente no puede más que utilizar del modo más fiel la línea entre la acción de grupo con la que ella se manifestaba hace 40 años, y la línea actual. El nuevo movimiento no puede esperar superhombres ni tener El Mesías, sino que se debe basar sobre el reavivarse de cuanto pueda haber sido conservado a través de largo tiempo, y la conservación no puede limitarse a la enseñanza de tesis y a la búsqueda de documentos, sino que se sirve incluso de utensilios vivos que formen una vieja guardia y que confíen en dar una consigna incorrupta y potente a una joven guardia. Ésta se lanza hacia nuevas revoluciones, que quizás no deban esperar más de un decenio desde ahora para la acción en el plano de la escena histórica; no interesándoles nada al partido y a la revolución los nombres de los unos ni de los otros.
La correcta transmisión de la tradición por encima de las generaciones, e incluso por esto por encima de nombres de hombres vivos o muertos, no puede ser reducida a la de textos críticos, y al solo método de emplear la doctrina del partido comunista de forma adherente y fiel a los clásicos, sino que debe referirse a la batalla de clase que la Izquierda marxista (no entendemos limitar el reclamo a la sola región italiana) implantó y condujo en la lucha real más ardiente en los años siguientes al 1919, que fue despedazada, más que por las relaciones de fuerza con la clase enemiga, por el vínculo de dependencia de un centro que degeneraba de aquel del partido mundial histórico, o aquel de un partido efímero destruido por la patología oportunista, hasta que históricamente por fin se rompe de hecho.
La Izquierda trató históricamente, sin romper con el principio de la disciplina mundial centralizada, de dar la batalla revolucionaria incluso defensiva, manteniendo al proletariado de vanguardia indemne de la colusión con los estratos intermedios, sus partidos y sus ideologías lanzadas a la derrota. A falta incluso de este riesgo histórico de salvar si no la revolución, al menos el nervio de su partido histórico, hoy se ha vuelto a comenzar en una situación objetiva torpe y sorda, en medio de un proletariado infectado de democratismo pequeño burgués hasta la médula; pero el naciente organismo, utilizando toda la tradición doctrinal y de praxis remachada por la verificación histórica de tempestivas previsiones, la aplica también a su acción cotidiana, persiguiendo la reanudación de un contacto cada vez más amplio con las masas explotadas, y elimina de la propia estructura uno de los errores de partida de la Internacional de Moscú, liquidando la tesis del centralismo democrático y la aplicación de toda máquina de voto, como ha eliminado de la ideología hasta del último adherente, toda concesión a encaminamientos democratoides, pacifistas, autonomistas y libertarios.
“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”
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