EL COMUNISMO Y LA CUESTIÓN NACIONAL
[Prometeo nº4 - abril 1924]
Las discusiones sobre el método del proletariado revolucionario y comunista giran a menudo entorno a la cuestión de los “principios” y de un pretendido dualismo entre estos y la acción, entre la teoría y la práctica. No es frecuente que se consiga entenderse con claridad en esta materia; sin embargo sin entenderse en esto cualquier desarrollo de crítica y de polémica deviene estéril confusión.
El oportunismo viejo y nuevo, desplazando el alcance de la tesis marxista que condena y despeja todas las ideas innatas y eternas que pretenden ser la base de la conducta humana, habla a menudo de una acción a conducir fuera de toda premisa que pueda limitarla y entorpecerla, de una política sin principios fijos. El revisionismo clásico de Berstein, que hábilmente se sobreponía al movimiento proletario simulando haber dejado en pie la doctrina revolucionaria de Marx, proclamaba: el fin no es nada, el movimiento lo es todo. Decir que el fin no es nada, lo veremos en seguida, significa que se puede dejar de lado los principios: porque los principios, para el comunismo marxista, no son sino fines, o sea puntos de llegada de la acción… Y que no parezca paradójica la contraposición de los dos términos.
Quitada de en medio la visión de una vasta finalidad, y dejada en el desván la doctrina del movimiento, el reformismo oportunista habla sólo de los problemas actuales a resolver caso por caso, de manera empírica, para el futuro inmediato.
Pero, se podía preguntar, y se puede preguntar a las formas de esta falsificación que no ha terminado ciertamente de renovarse y representarse, ¿cuál será pues, suprimida cualquier regla y guía permanente, el índice que aconsejará la elección entre los varios modos de acción? Y el oportunismo (que fue y es llano “obrerismo”, por el que se ha sustituido la doctrina y la praxis general de la revolución proletaria) respondía que inspiraba su tarea cotidiana en los intereses obreros, entendiendo por eso los intereses, caso a caso, de grupos y categorías singulares y considerando su satisfacción más fácil, próxima, en breve plazo.
Las soluciones de los problemas de acción no se inspiran así en el conjunto del movimiento proletario y de su camino histórico, sino que son caso por caso concebidas limitadamente para pequeñas porciones de la clase obrera, y para mínimas etapas de su camino. Actuando así, el revisionismo se libera de cualquier ligazón con los principios, y, en sus formas más o menos desarrolladas, se vanagloria sin embargo de estar en el verdadero espíritu del marxismo, que consistiría en el más amplio libertinaje y eclecticismo de movimiento.
La lucha contra estas desviaciones asume y asumirá aspectos importantísimos en el desarrollarse del movimiento proletario, a través de sus complejas experiencias. Aquel modo de presentar y solucionar las cuestiones ha sido muchas veces criticado y recelado: sin embargo éste encontrará formas más disimuladas para volver a embeber de sí la acción del proletariado. No expondremos aquí su confutación en general, sino sólo en relación a un problema particular, lo que hace también nuestra posición más inteligible.
Bastantes veces, de nuestra parte, desde la izquierda marxista, se ha levantado el velo al truco vulgar del oportunismo. Su pretendida aversión a los principios, a los dogmas, como cretinamente se decía, se reducía simplemente a una observancia obstinada y ciega de los principios propios de la ideología burguesa y contrarrevolucionaria. Los positivos, los prácticos, los libres de prejuicios del movimiento proletario, se revelaban en el momento supremo como los más beatos partidarios de ideas burguesas, a las cuales pretendían subordinar el movimiento proletario, y todo interés de los trabajadores.
La crítica teórica que pone de relieve este hecho característico, procede paralelamente al desenmascaramiento político del oportunismo socialista como una forma de acción burguesa, y de sus jefes como de agentes del capitalismo en las filas del proletariado.
Al inicio de la guerra mundial, la bancarrota clamorosa de la Internacional oportunista se defendió a sí misma teóricamente con argumentos que, en el campo de la teoría como en el de la propaganda socialista, aparecían como sorpresas, como revelaciones no esperadas, como “descubrimientos” sensacionales. Aquellos que habían impugnado que el socialismo tuviera principios doctrinales y programáticos, afirmaban de improviso que el socialismo no conservaba ni siquiera esta originalidad, de ser el movimiento sin principios, sino que se tenía que subordinar al incondicional reconocimiento de ciertas tesis, hasta aquél momento nunca explícitamente proclamadas, siempre consideradas por el contrario como extrañas al pensamiento socialista, y objeto por parte de éste de una demolición polémica definitiva. El socialismo se reducía a una “sub-escuela” del movimiento de la izquierda burguesa, se afiliaba a la ideología de la denominada democracia, presentada improvisadamente no como la considera el marxismo en sus más elementales afirmaciones, o sea como la doctrina apropiada a los intereses de clase burgueses, sino como algo más avanzado y progresivo respecto a la dominación política capitalista. Los traidores de la Internacional “descubrieron” entonces principios que nos echaron entre las piernas, y por los cuales pretendieron que la acción del proletariado fuera ineluctablemente preenjuiciada y determinada; a los cuales afirmaron que todos los intereses inmediatos, también de los grupos particulares que ellos tenían tan cerca del corazón, debían sacrificarse inexorablemente. Tres de estos principios fueron sobre todo enarbolados: el principio de la libertad democrática, el de la guerra defensiva, el de la nacionalidad.
Con arte hasta aquél momento los oportunistas habían simulado una ortodoxia teórica hablando siempre a las masas de lucha de clase, de socialización de los medios de producción, de abolición de la explotación del trabajo: porque el descubrimiento improvisado de nuevos principios tenía que servir para sorprender al proletariado y para desbaratar su conciencia de clase y la ideología revolucionaria, saboteando la posibilidad de una movilización ideal en el sentido clasista; como, correspondientemente, el paso abierto de los cargos dirigentes de las grandes organizaciones obreras a una alianza con la burguesía tenía que cortar de golpe cualquier plataforma de reordenamiento y de vinculación a una acción socialista de la clase obrera mundial.
Entonces se aprendió (y bien pocos supieron, menos todavía pudieron, entre los militantes socialistas, expresar su indignación y su protesta) que el proletariado socialista tenía que dejar de lado los principios mientras eran los principios de la doctrina clasista, pero tenía que inclinarse ante ellos como una cosa sagrada, cuando se trataba de los principios de la ideología burguesa, de aquellas ideas fundamentales en la religión de las cuales las clases dominantes tienden a transformar la prevalencia de sus intereses: la traición al contenido de la crítica marxista no podía ser más desvergonzado…
Para dar una pequeña idea de cuán lejos se fue en esta descarada superposición de elementos extraños y antitéticos a las más obvias formulaciones de la doctrina socialista, citaremos un ejemplo solamente. Por nuestra parte fue naturalmente invocado el pasaje conocidísimo del Manifiesto de los Comunistas, según el cual el proletariado no tiene patria, y puede considerarse constituido en nación, en un sentido bien diverso al sentido burgués, sólo cuando se haya conquistado el dominio político. Pues bien, uno de los propagandistas más conocidos del partido socialista, el “técnico”, nada menos, de la propaganda en el viejo partido, esto es el Paoloni, respondió sosteniendo esto: que la condición de haber conquistado el dominio político consistía en la conquista del… sufragio democrático: y allí donde el proletariado gozaba del derecho electoral, ¡entonces éste tenía una patria y deberes nacionales! Esta tesis, que ni siquiera comentaremos, demuestra cómo aquellos a los que se confiaba la propaganda del marxismo en la segunda internacional, o eran increíblemente bestias o increíblemente descarados.
Desde estas páginas se ha expuesto y se expondrá mejor la crítica marxista al “principio” burgués de democracia y de libertad. Nosotros no nos tomamos en serio la filosofía liberal burguesa y su igualitarismo jurídico. A su demolición teórica se acompaña, en el concepto comunista, un programa político del proletariado que liquida cualquier ilusión sobre la posibilidad de aplicar métodos liberales y libertarios para la finalidad revolucionaria: la supresión de la división de la sociedad en clases. El pretendido derecho igual de todos los ciudadanos en el Estado burgués, no es más que la traducción del principio económico de la “libre concurrencia” y de la paridad, sobre el mercado, de los vendedores y compradores de mercancías: esta nivelación significa sólo la consolidación de las condiciones más oportunas para que la explotación y la opresión capitalista se instauren y se conserven.
En directa relación con esta crítica, fundamental para el pensamiento socialista, está la demostración que la invocación, como guía de la política proletaria y socialista frente a la guerra, el grado de mayor o menor “libertad democrática” conseguido por los países en conflicto, significa someterse puramente a criterios burgueses y anti-proletarios: no insistiremos pues sobre el primero de los tres principios mencionados más arriba.
Los otros dos principios están en dependencia de la misma tergiversación teórica: hablar de guerras justas e injustas, según que sean de agresión o de defensa, o bien que tengan el objetivo de dar a las poblaciones el gobierno que se dice que desean mayoritariamente, presupone la creencia en un principio de democracia instaurado en las relaciones entre los Estados, así como en las relaciones entre individuos.
Tales principios son los que la burguesía pregona con el objetivo preciso de crear en las masas populares una ideología favorable a su dominio, de la cual no puede confesar las determinantes despiadadamente egoístas. Mientras para la vida interna del Estado capitalista moderno la democracia electiva corresponde de hecho a una sanción jurídica y a una norma constitucional, aunque no constituya, desde nuestro punto de vista, ninguna garantía efectiva para el proletariado que en los momentos decisivos de la lucha de clase se encontrará contra la máquina armada del Estado; en las relaciones internacionales ni siquiera existen las sanciones y las convenciones que respondan a una aplicación formal de aquellos principios que derivan de la teoría democrática.
Para el régimen capitalista la instauración de la democracia en el Estado fue una necesidad inherente a su desarrollo; no será lo mismo de ninguna de las formas deducidas de la teoría democrática para las relaciones internacionales, y pregonadas por los partidarios ideológicos de la paz universal basada en el arbitraje, de la recolocación de las fronteras según la nacionalidad, etcétera. Aparentemente es este un argumento que se presta al juego de los oportunistas, que muestran a sectores capitalistas como adversarios de estas reivindicaciones políticas que ellos, sacándolas de teorías puramente burguesas, quieren acreditar en el proletariado. Pero el argumento se retuerce siempre contra ellos mismos.
En realidad es absurdo creer que un Estado burgués modifique su política internacional por el sólo hecho de que el proletariado socialista, desarmando toda oposición suya e independencia en nombre de la “unión sagrada”, le deje las manos todavía más libres para actuar según su interés de conservación. En segundo lugar el juego criminal de los social-traidores se demuestra todavía más desvergonzado: ellos han contrapuesto al pretendido “utopismo” de los programas revolucionarios la necesidad de ponerse finalidades inmediatas y tocables con la mano, de adherirse a las posibilidades reales; de improviso ellos echan al campo, para subordinar la dirección del movimiento proletario, objetivos los cuales, además de no ser de naturaleza clasista y socialista, se demuestran totalmente irreales e ilusorios; acreditan ideas que la burguesía no aplicará nunca, pero a las que le interesa que las masas proletarias presten fe. La política entonces de los oportunistas no mira a empujar hacia delante, aunque sea a pequeños pasos, el devenir efectivo y práctico de las situaciones, sino que se pone de relieve como la movilización ideológica de las masas en el interés burgués y contrarrevolucionario, y nada más.
En cuanto se refiere al principio de nacionalidad, no es difícil mostrar que este no ha sido nunca otra cosa que una frase para la agitación de las masas, y, en la hipótesis mejor, una ilusión de algunos estratos intelectuales pequeño-burgueses. Si para el desarrollo del capitalismo fue una necesidad la formación de las grandes unidades estatales, ninguna de ellas se constituyó con la observancia del famoso principio nacional, muy difícil por lo demás de definir en concreto. Un escritor ciertamente no revolucionario, Wilfredo Pareto, en un artículo suyo de 1918 (republicado en la recopilación “Hombres e Ideas”, editor Vallecchi, Florencia, 1920) hace la crítica del “supuesto principio de nacionalidad” y demuestra cómo no se puede encontrar una definición satisfactoria, y cómo de los muchos criterios que parecen poder servir para precisarlo (étnico, lingüístico, religioso, histórico, etc.) ninguno es completo, y todos por lo tanto se contradicen entre ellos en los resultados a los que llevan. Pareto hace también la obvia observación, tantas veces presentada por nosotros en las polémicas de la época de la guerra, que tampoco los plebiscitos son un medio seguro para indicar la solución de los problemas nacionales, debiéndose preventivamente establecer los límites del territorio al cual extender la votación mayoritaria, y la naturaleza de los poderes que la organizan y controlan: cerrándose así un círculo vicioso…
No tenemos necesidad de reproducir aquí todo el contenido de las polémicas de nueve años atrás. Fue fácil entonces para nosotros, internacionalistas, demostrar cómo los famosos principios invocados por los socialguerrerillos se prestaban a aplicaciones totalmente contradictorias. Cualquier Estado puede en guerra encontrar la manera de invocar una situación defensiva; el agresor puede ser el país cuyo territorio será “pisoteado por el invasor extranjero”; en cualquier caso a análogas consecuencias conduciría un planteamiento revolucionario del movimiento socialista sea en caso de ofensiva que de defensiva militar, pudiendo esto bastar para convertir la primera en la segunda. En cuanto a las cuestiones nacionales y de irredentismo, estas son tan numerosas y complejas que pueden ser utilizadas para justificar alineaciones de alianzas muy distintas de las habidas en la guerra mundial.
Los famosos principios enumerados se contradecían pues singularmente entre ellos en la aplicación. Preguntábamos nosotros a los socialpatriotas si ellos reconocerían a un pueblo más democrático el derecho de atacar y someter a otro menos democrático; si para la liberación de regiones irredentas se pudiese admitir la agresión militar, etcétera.
Y estas contradicciones lógicas se traducían en la posibilidad de justificar, una vez aceptadas las tesis falaces, la adhesión socialista a cualquier guerra, como en realidad sucedió, que con los mismos argumentos se sostuvo la táctica de socialtraición en todos los países, encontrándose en las más dispares condiciones, y arrastraron unos contra otros a los trabajadores de las dos partes del frente de guerra.
Igualmente fácil nos fue la previsión que los gobiernos burgueses vencedores, fueran cuales fueran, no habría aplicado ni en sueños, en la paz, los criterios en los cuales se contenía, según los social-nacionales, no sólo la motivación de la adhesión proletaria a la guerra, sino la garantía de que la guerra habría conducido a aquellos desarrollos, que se presentaron a los trabajadores engañados por sus indignos cabecillas.
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No es pues materia nueva la de la crítica a las desviaciones social-nacionalistas y de su confutación: menos obvia se presenta, y se presentaba sobre todo en el momento de la fundación de la Tercera Internacional, la solución positiva a aportar a la cuestión nacional desde el punto de vista comunista. El problema no puede decirse que fuera liquidado con las tesis del segundo congreso (1920) en la medida en que también el próximo V congreso se tendrá que ocupar de ellas.
Está claro que la Internacional comunista no tomará prestadas teorías y fórmulas burguesas y pequeño-burguesas para la solución de los problemas de su actitud política y táctica. La Internacional Comunista ha restaurado los valores revolucionarios de la doctrina y del método marxista, inspirando en ellos su programa y su táctica.
¿Cuál es la vía para llegar, sobre tales bases, a la solución de problemas como, por ejemplo, el problema nacional? Esto es lo que queremos recordar, en las líneas más elementales. Los revisionistas hablaban de un examen conducido caso por caso (“volta per volta”) sobre las situaciones contingentes, y exento de preocupaciones de principios y de finalidades generales. Desde este punto ellos llegaban a conclusiones puramente burguesas, no ateniéndose ni siquiera en el juicio sobre las situaciones a criterios marxistas, que pusieran de relieve el juego de los factores económico-sociales, y del contraste de los intereses de clase. Se podría decir que la justa línea comunista es la de asegurarse en el análisis de las situaciones una estrecha fidelidad al método marxista de crítica de los hechos, y a partir de allí llegar libremente a las conclusiones, sin tampoco ser necesario de limitarlas con ideas preconcebidas. Pero según nosotros una respuesta tal conserva en sí todos los peligros del oportunismo, por su indeterminación demasiado grande. Por otro lado se podría decir por el contrario que nosotros, a un examen más clasista y más marxista de las contingencias dadas, tenemos que añadir la observancia de principios y de fórmulas generales obtenidas con una inversión (reversión) casi mecánica de las fórmulas burguesas: nosotros admitimos de buen grado que en esto se peca de demasiado simplismo y de un radicalismo equivocado. Ciertas fórmulas simples son indispensables para la agitación y la propaganda de nuestro partido, y ellas contienen en cualquier caso menores peligros que la excesiva elasticidad y despreocupación. Pero aquellas fórmulas deben ser los puntos de llegada y los resultados, no los puntos de partida de un examen de las cuestiones, que de vez en cuando el partido debe afrontar en sus órganos supremos de crítica y deliberación, para poner las conclusiones a disposición de la masa de los militantes en términos claros y explícitos. Esto se podría decir, para poner un ejemplo, de la fórmula “contra todas las guerras” que en un importante periodo histórico óptimamente distingue los verdaderos revolucionarios de los oportunistas sutilizadores de distinciones entre guerra y guerra que conducen a la justificación de la política de cada burguesía, pero como enunciación de doctrina es ciertamente insuficiente, aunque sólo fuera porque podría, por su mismo radicalismo formal que invierte burdamente la actitud oportunista, caer en otra actitud ideológica burguesa, al pacifismo de estilo tolstoiano. Se caería así en contradicción con nuestra fundamental posición del empleo de la violencia armada.
La vía marxistamente exacta para la respuesta a cuestiones similares no es ni la una ni la otra de las dos resumidamente indicadas. Ésta merece ser todavía más atentamente precisada por el partido del proletariado revolucionario, si bien existan ya ejemplos brillantísimos de la misma, como el admirable edificio de la crítica marxista-leninista contra las doctrinas democráctico-burguesas y de la definición de nuestro programa respecto al problema del Estado.
Para indicar brevemente la solución que a nosotros nos parece mejor, diremos que se debe rechazar absolutamente la tesis según la cual la política marxista se contenta con un simple examen de las sucesivas situaciones (con un método, se entiende, bien determinado) y no necesita de otros elementos. Cuando nosotros hayamos estudiado los factores de carácter económico y el desarrollo de los contrastes de clase que se presentan en el campo de un problema dado, habremos hecho algo indispensable pero no habremos todavía tenido todo en cuenta. Hay ciertos otros criterios que hay que tener necesariamente en cuenta, que se pueden llamar “principios” revolucionarios, si se aclara que tales principios no consisten en ideas inmanentes y apriorísticas fijadas de una vez y para siempre en tablas que se han “encontrado” en alguna parte, bellas y esculpidas. Si se quiere se puede renunciar a la palabra principios para hablar de postulados programáticos: se puede siempre precisar mejor, es más hay que hacerlo teniendo también presentes las necesidades lingüísticas de un movimiento internacional, nuestra terminología.
A estos criterios se llega con una consideración en la cual está toda la fuerza revolucionaria del marxismo. Nosotros no podemos ni debemos resolver la cuestión, pongamos, de los dockers ingleses o de los trabajadores de Finlandia con los solos elementos extraídos del estudio, con un método determinista-histórico, de la situación de aquella categoría obrera o de esta nación, en los límites de espacio o de tiempo que se pongan en modo inmediato a las condiciones del problema. Hay un interés superior que guía nuestro movimiento revolucionario, con el cual los intereses parciales no pueden contrastar si se considera todo el desarrollo histórico, pero cuya indicación no surge inmediatamente de cada uno de los problemas concernientes a algún grupo del proletariado en dados momentos de las situaciones. Este interés general es, en una palabra, el interés de la Revolución Proletaria, o sea el interés de un proletariado considerado como clase mundial dotada de una unidad de tarea histórica y tendente a un objetivo revolucionario, al derrocamiento del orden burgués. Subordinadamente a esta suprema finalidad nosotros podemos y debemos resolver cada uno de los problemas.
La manera de coordinar cada una de las soluciones a esta finalidad general se concreta en postulados adquiridos por el partido, y que se presentan como los fundamentos de su programa y sus métodos tácticos. Estos postulados no son dogmas inmutables y revelados, pero son a su vez la conclusión de un examen general y sistemático de la situación de toda la sociedad humana del presente periodo histórico, en el cual se ha tenido en cuenta exactamente de todos los datos de hecho que caen bajo nuestra experiencia. Nosotros no negamos que este examen esté en continuo desarrollo y que las conclusiones se reelaboren siempre mejor, pero es cierto que nosotros no podríamos existir como partido mundial si la experiencia histórica que ya el proletariado posee no permitiese a nuestra crítica construir un programa y un conjunto de reglas de conducta política. No existiríamos, sin esto, ni nosotros como partido ni el proletariado como clase histórica en posesión de una conciencia doctrinal y de organización de lucha. Donde se presenten lagunas en nuestras conclusiones, o donde se prevean revisiones parciales futuras, sería un error suplir con la renuncia a la definición de los postulados y principios, que aparecen ciertamente como una “limitación” de las acciones que se nos podrán ser sugeridas por las sucesivas situaciones y en los varios países. Error infinitamente menor sería remediar con un complemento incluso un poco arbitrario de nuestras fórmulas conclusivas, porque la claridad y precisión, en el mismo tiempo que el máximo posible de continuidad, de tales fórmulas de agitación y de acción, son una condición indispensable del reforzamiento del movimiento revolucionario. A esta afirmación, que podrá parecer un poco arriesgada, nosotros añadimos, sin querernos detener demasiado sobre la grave cuestión que a muchos les parecerá excesivamente abstracta, que nos parece que los datos que nos proporciona la historia de la lucha de clase hasta la gran guerra y la revolución rusa permiten al partido comunista mundial rellenar todas las lagunas con soluciones satisfactorias: lo que no significa ciertamente que nada tendremos que aprender del futuro, y de la continua confirmación de nuestras conclusiones en la aplicación política de las mismas. El rechazo a “codificar” sin más demora el programa y las reglas de táctica y de organización de la Internacional no podría para nosotros tener hoy otro sentido que el de un peligro de naturaleza oportunista, por el cual nuestra acción correría el riesgo mañana de volver a refugiarse bajo principios y reglas burguesas, estos sí completamente errados y ruinosos para la “libertad” de nuestra acción.
Concluyamos que los elementos de una solución marxista de los problemas de nuestro movimiento son: el conjunto de conclusiones comprendidas en nuestra visión general del proceso histórico, dirigida a la realización del final y general éxito revolucionario, estudio marxista de los hechos que caen bajo el propio examen.
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De la cuestión nacional hablamos ahora más que nada a título de ejemplificación del método indicado. El examen de ésta y la descripción de los hechos en los cuales se compendia están contenidos en las tesis del segundo congreso, que correctamente se remiten a la valoración general de la situación del capitalismo mundial, y de la fase imperialista que éste atraviesa.
Este conjunto de hechos se examina teniendo presente el balance general de la lucha revolucionaria. Un hecho fundamental es aquél que el proletariado mundial posee ya una ciudadela en el primer Estado obrero, Rusia, además de su ejército en los partidos comunistas de todos los países. El capitalismo tiene sus fortificaciones en los grandes Estados y sobre todo en aquellos vencedores de la guerra mundial, un pequeño grupo de los cuales controla la política mundial. Estos estados luchan contra las consecuencias de la ruina general producida en la economía burguesa de la gran guerra imperialista, y contra las fuerzas revolucionarias que miran hacia el abatimiento de su poder.
Uno de los más importantes recursos contrarrevolucionarios de los cuales disponen los grandes estados burgueses en la lucha contra el desequilibrio general de la producción capitalista, es su influencia sobre dos grupos de países: por un lado sus colonias de ultramar, por el otro los pequeños países con economía atrasada de raza blanca. La gran guerra, presentada como el movimiento histórico conducente a la emancipación de los pequeños pueblos y a la liberación de las minorías nacionales, ha desmentido clamorosamente esta ideología, en la cual creyeron o fingieron creer los socialistas de la II internacional, atando a los grandes países a todos los pequeños países. Los nuevos Estados surgidos en Europa central no son sino vasallos o de Francia o de Inglaterra, mientras los Estados Unidos y Japón consolidan siempre más su hegemonía sobre los países menos potentes de los continentes respectivos.
Es indudable que la resistencia a la revolución proletaria se concentra en el poder de los pocos grandes estados capitalistas: abatido éste, todo el resto se hundiría frente al proletariado vencedor. Si en las colonias y en los países atrasados hay movimientos sociales y políticos dirigidos contra los grandes Estados y en los cuales se involucran sectores y partidos burgueses y semi-burgueses, es cierto que el éxito de estos movimientos, desde el punto de vista del desarrollo de la situación mundial, es un factor revolucionario, en cuanto contribuye a la caída de las principales fortalezas del capitalismo, mientras donde a las burguesías de los grandes estados pudiese sobrevivir un poder burgués en los pequeños países, éste sería arrollado sucesivamente por la potencia del proletariado de los países más adelantados, incluso si localmente el movimiento proletario y comunista aparece inicial y débil.
Un desarrollo paralelo y simultáneo de la fuerza proletaria y de las relaciones de clase y de partido en cada país no es en efecto un criterio revolucionario, sino que se relaciona con la concepción oportunista sobre la pretendida simultaneidad de la revolución, en nombre de la cual se llegaba a negar a la revolución rusa su carácter proletario. Los comunistas no creyeron de hecho que el desarrollo de la lucha en cada país tuviera que seguir el mismo esquema, ellos se dan cuenta de las diferencias que se presentan en la consideración de los problemas nacionales y coloniales, sólo ellos coordinan su solución con el interés del movimiento único de abatimiento del capitalismo mundial.
La tesis política de la internacional comunista, para la guía por parte del proletariado comunista mundial y de su primer Estado, del movimiento de rebelión de las colonias y de los pequeños pueblos contra las metrópolis del capitalismo, aparece pues como el resultado de un vasto examen de la situación y de una valoración del proceso revolucionario bien conforme a nuestro programa marxista. Ésta se pone bien fuera de la tesis oportunista-burguesa, según la cual los problemas nacionales deban ser resueltos “prejudicialmente” antes de que se pueda hablar de lucha de clase, y como consecuencia el principio nacional sirve para justificar la colaboración de clase, sea en los países atrasados, sea en aquellos de capitalismo avanzado, cuando se pretenda puesta en peligro la integridad o libertad nacional. El método comunista no dice banalmente: los comunistas deben actuar en sentido opuesto, siempre y en todas partes, a la tendencia nacional: lo que no significaría nada y sería la negación “metafísica” del criterio burgués. El método comunista se contrapone a éste “dialécticamente”, o sea parte de los factores clasistas para enjuiciar y resolver el problema nacional. El apoyo a los movimientos coloniales, por ejemplo, tiene tan poco sabor de colaboración de clase, que, mientras se recomienda el desarrollo autónomo e independiente del partido comunista en las colonias, para que esté listo para superar a sus momentáneos aliados, con una obra independiente de formación ideológica y organizativa, se pide el apoyo a los movimientos de rebelión colonial sobre todo a los partidos comunistas de la metrópolis. Y tal táctica tiene tan poco sabor colaboracionista, que es llamada por la burguesía acción anti-nacional, derrotista, de alta traición.
La tesis 9 dice que, sin tales condiciones, la lucha contra la opresión colonial y nacional sigue siendo una insignia mentirosa como para la II Internacional, y la tesis 11, punto e), remacha que “es necesaria una lucha resuelta contra el intento de cubrir de una apariencia comunista el movimiento revolucionario irredentista, no realmente comunista, de los países atrasados”. Esto sirve para sufragar la fidelidad de nuestra interpretación.
La necesidad de modificar el equilibrio de las colonias, resulta de un examen estrictamente marxista de la situación del capitalismo, en cuanto la opresión y la explotación de los trabajadores de color se convierten en un medio para encarnizar la explotación del proletariado indígena de la metrópolis. Aquí resalta otra vez la radical diferencia entre nuestro criterio y el de los reformistas. Estos de hecho tratan de demostrar que las colonias son una fuente de riquezas también para los trabajadores de la metrópolis, al ofrecer una salida a los productos, y extraen de esto otros motivos para la colaboración de clase sosteniendo en muchos casos a cara descubierta que el mismo principio de nacionalidad puede ser violado por el interés de la “difusión de la civilización” burguesa y para acelerar la evolución de las condiciones del capitalismo. Y he aquí otro ensayo de tergiversación revolucionaria del marxismo, que se reduce a acordar con el capitalismo prórrogas siempre más largas en relación al momento de su fin y del ataque revolucionario, mediante la atribución al capitalismo de una tarea histórica todavía larga, lo que nosotros impugnamos.
Los comunistas utilizan las fuerzas que tienden a romper el patronato de los grandes Estados sobre los países atrasados y coloniales, porque consideran posible derrocar estas fortalezas de la burguesía y confiar al proletariado socialista de los países más avanzados la tarea histórica de conducir con ritmo acelerado el proceso de modernización de la economía de los países atrasados, no explotándolos, sino empujando la emancipación de los trabajadores locales de la explotación exterior y local.
Ésta es en sus grandes líneas la correcta posición de la I.C. en el problema de que nos ocupamos. Pero importa mucho ver claramente la vía por la cual se llega a tales conclusiones, para evitar que se quiera atarla de nuevo a la superada fraseología burguesa sobre la libertad nacional y la igualdad nacional, bien denunciada en la primera de las tesis citadas como un derivado del concepto capitalista sobre la igualdad de los ciudadanos de todas las clases. Porque en estas nuevas (en cierto sentido) conclusiones del marxismo revolucionario, tal vez se asoma el peligro de exageraciones y desviaciones.
Para permanecer sobre el terreno de los ejemplos, nosotros negamos que sea justificable sobre las bases indicadas el criterio de un acercamiento en Alemania entre el movimiento comunista y el movimiento nacionalista y patriótico.
La presión ejercida sobre Alemania por los Estados de la Entente también en las formas agudas y vejatorias que ha tomado últimamente, no es un elemento tal que pueda hacer considerar Alemania en el modo de un pequeño país de capitalismo atrasado. Alemania sigue siendo un grandísimo país formidablemente equipado en sentido capitalista y en el cual el proletariado socialmente y políticamente es más que avanzado. Es imposible pues la confusión con las condiciones efectivas primeramente consideradas. Bástenos esto para ahorrarnos un amplio examen de la grave cuestión, que podrá hacerse en otro momento en modo no resumido.
Ni es suficiente para mover nuestra valoración el hecho de que en Alemania la alineación de fuerzas políticas se presente de manera que la gran burguesía no tiene una acentuada actitud nacionalista, sino que tiende a aliarse con las burguesías de la Entente a expensas del proletariado alemán y para una acción contrarrevolucionaria; mientras el movimiento nacionalista se alimenta de estratos pequeño-burgueses descontentos y exprimidos también ellos económicamente por la preparación de esta solución. El problema de la revolución instaurada en Berlín no puede verse si no refiriéndolo, por un lado, y éste es confortante, a Moscú, pero por otro lado a París y Londres. Las fuerzas fundamentales con las cuales nosotros debemos contar para rebatir la entente capitalista entre Alemania y aliados son, no sólo el estado sovietista, sino también, en primera línea, la alianza del proletariado alemán con el de los países de occidente. Éste es un factor tan importante para el desarrollo revolucionario mundial, que es un error gravísimo comprometerlo, en un momento difícil para la acción revolucionaria en Francia e Inglaterra, haciendo, aunque sea en parte, de la cuestión de la revolución alemana una cuestión de liberación nacional, aunque fuera en un plano que excluya la colaboración con la gran burguesía. La misma desproporción de madurez entre el partido comunista alemán y aquellos de Francia e Inglaterra, desaconseja esta errada posición, por la cual al anti-patriotismo de la gran burguesía alemana se quisiera contraponer un programa nacionalista de la revolución proletaria. La ayuda de la pequeña-burguesía alemana (que es ciertamente correcto utilizar con una táctica distinta de esta del “bolchevismo nacional” y mirando a la situación económica ruinosa de los sectores intermedios) sería anulada completamente en una situación en la cual París y Londres se sintieran internamente con las manos libres para actuar más allá de las fronteras alemanas: lo que se puede impedir sólo por el planteamiento internacionalista del problema revolucionario alemán. Si acaso es en Francia donde nos debemos preocupar más de la actitud de los sectores pequeño burgueses, que una agudización del nacionalismo alemán devolverá a la merced de las burguesías locales: mientras algo análogo puede decirse de Inglaterra donde el laborismo se muestra tan descaradamente nacionalista, ahora que está en el gobierno, por cuenta e interés de la burguesía británica.
He aquí cómo el olvidar el origen de principio de las soluciones políticas comunistas puede llevar a aplicarlas allí donde faltan las condiciones que las han sugerido, bajo el pretexto que cualquier complicado expediente se pueda utilizar siempre útilmente. No puede no considerarse como un fenómeno que tiene cierta analogía con las empresas del social-nacionalismo, el hecho de que el compañero Radek, para sostener en una reunión internacional la táctica fomentada por él, “descubra” que el gesto del nacionalista sacrificándose en la lucha contra los franceses del Ruhr tiene que ser exaltado por los comunistas en nombre del principio (nuevo para nosotros, e inaudito), que por encima de los partidos se deba sostener a cualquiera que se sacrifique por su idea.
Un deplorable empequeñecimiento es el que reduce la tarea del gran proletariado de Alemania a una emancipación nacional: cuando nosotros esperamos de este proletariado y de su partido revolucionario que éste consiga vencer no para sí, sino para salvar la existencia y la evolución económica socialista de la Rusia de los Soviets, y para derrocar contra las fortalezas capitalistas de occidente la llamarada de la Revolución mundial, despertando a los trabajadores de los otros países por un momento inmovilizados por los últimos conatos contra-ofensivos de la reacción burguesa.
Los desequilibrios nacionales entre los grandes Estados avanzados son un factor estudiado por nosotros y examinado igual que cualquier otro: al contrario de los social-nacionales nosotros excluimos resueltamente que éstos puedan resolverse por otra vía que la guerra de clase contra todos los grandes Estados burgueses: y las supervivencias patrióticas y nacionalistas en este campo son consideradas por nosotros como manifestaciones reaccionarias que no pueden tener ninguna influencia sobre los partidos revolucionarios del proletariado, llamados en estos países a una herencia rica de posibilidades genuinamente y exquisitamente comunistas, a una tarea de avanzadísima vanguardia en la Revolución mundial.
“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”
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