PARTIDO SOCIALISTA Y ORGANIZACIÓN OBRERA
“Avanti!” del 30-1-1913.
Es interesante, sirviéndose de algunos escritos aparecidos en el “Avanti!” e inspirados en las directrices de las fuerzas de extrema izquierda del partido, demostrar que estaba claro, desde el periodo anterior a la primera guerra mundial, el planteamiento marxista de izquierda sobre cuestiones importantes entonces y que han conservado hoy íntegramente su importancia.
El siguiente artículo del “Avanti!” n. 30-1-1913 (entre otros muchos) sirve para documentar que los izquierdistas han sostenido siempre como exigencia central revolucionaria la de la actividad en las organizaciones económicas proletarias.
En su penúltimo fascículo, la “Confederazione del Lavoro” contiene una alusión bastante resentida a los “supersocialistas” que “denigran el movimiento obrero”. Nosotros los marxistas nos sentimos tan alejados de dichos supersocialistas, que no sólo no creemos que la áspera censura se refiera a nosotros, sino que incluso la compartimos y no encontraremos términos suficientemente enérgicos para designar a quien verdaderamente mereciera ser incluido entre los “supersocialistas” como reo de una depreciación del movimiento obrero. Aunque sin embargo – y quizás precisamente por esto – nos parece que no es superfluo volver sobre el argumento. En todo lo que respecta a la diagnosis del mal hecha por Serrati, y la identidad de nuestra actitud tanto hacia el reformismo como hacia el sindicalismo – dos “teorías” y dos tácticas igualmente lejanas de la teoría y de la táctica del socialismo marxista, esto es, del socialismo revolucionario, de clase, y por tanto implícitamente intransigente – nosotros no tenemos nada que quitarle a lo que ya escribió Serrati. Más bien quisiéramos añadir algo en lo que se refiere a las relaciones entre el partido y las organizaciones económicas.
Tiene razón la “Confederazione del Lavoro” cuando dice que quien es marxista no puede depreciar el movimiento obrero. No puede depreciarlo porque lo comprende, no siendo el materialismo histórico más que “la luz teórica llevada al movimiento proletario”. El paso del socialismo desde la utopía a la ciencia consiste precisamente en el método adaptado por quien se dispone a comprender y resolver la cuestión social; consiste en la aplicación del criterio de la causalidad a los fenómenos de la vida social. Y al igual que el socialismo científico demuestra por qué el proletariado organizado en partido de clase está llamado a ser el artífice de la revolución social, del mismo modo éste nos explica implícitamente por qué el proletariado es hoy lo que es, y no podía dejar de serlo. Los críticos del movimiento obrero caen a menudo en un grosero error cuando juzgan a las masas según su rasero personal, olvidando la enorme diferencia psicológica que no puede por menos que existir entre los individuos rebeldes pertenecientes a la burguesía o a la pequeña burguesía, y los trabajadores como exponentes de la clase de los explotados. Son distintas las vías que conducen al socialismo a unos y a otros. Los pocos intelectuales que abandonan la burguesía para pasarse al socialismo lo consiguen merced a los estudios, merced a una rebelión individual contra las injusticias y los privilegios, y a su mente no le es difícil concebir el paso de la sociedad basada en el privilegio a la sociedad socialista.
Se trata, como ya hemos dicho, de excepciones, de individuos que por una razón o por otra abandonan los intereses y la ideología de la clase en la cual han nacido. No tan fácil es la transformación mental de una clase como el proletariado en la que la inferioridad y las dependencias económicas, la falta de cultura y la dificultad de concebir el lado general de un problema, han creado esa resignación y esa indiferencia hacia las injusticias y las desigualdades sociales, que sólo la gran industria, la necesidad de organizarse para defender sus intereses y la educación socialista pueden definitivamente erradicar. Si se tiene en cuenta las condiciones sociales y por tanto también morales e intelectuales en que viven las masas, según nosotros, no se tiene derecho a sorprenderse de las pruebas de egoísmo o de indiferencia que manifiestan algunas organizaciones de oficios, sino que hay que sorprenderse de que no sea peor.
Según nosotros el primer deber del intelectual que quiere servir a la causa del proletariado es el de despojarse de su propia psicología burguesa y procurar identificarse con la psicología del proletariado. La burguesía como clase no podía llegar a esto. Los tránsfugas individuales de la burguesía, compenetrados de la seriedad de la tarea que asumen y de la modestia de lo que pueden darle al movimiento proletario, pueden alcanzar este objetivo; basta con que estudien y observen y disciplinen su pensamiento y su acción y los identifiquen con el pensamiento y con la acción del proletariado como clase que desde el estado de esclavitud debe, poco a poco, con esfuerzo heroico, superando diariamente innumerables obstáculos íntimos y exteriores, llegar a la conciencia de sus propios derechos, a la comprensión de los nexos sociales, a la convicción de que una sociedad basada en la igualdad de los derechos y de los deberes de todos los ciudadanos, sustituirá a la actual organización social.
Todo cuanto rodea al trabajador y lo que se trata de inculcarle tiende a mantener y a desarrollar el egoísmo, la resignación y la indiferencia hacia las injusticias sociales. La lucha por la existencia, la desenfrenada competencia entre hambrientos, la necesidad de vender al menos malo de los postores su fuerza de trabajo, el temor de permanecer desocupado, la constante preocupación económica, la imposibilidad de elevar su pensamiento por encima de las disputas por el pedazo de pan, la autoridad ejercida por sus superiores, la educación religiosa y militarista: éste es el ambiente en el que se desenvuelve la vida de las masas, sin relevar la influencia nociva del trabajo extenuante, de la sistemática desnutrición, del alcoholismo y de otros innumerables factores que deprimen y oprimen a la clase trabajadora.
No se puede acusar de egoísmo y de falta de impulso revolucionario a quien no siente siquiera el estímulo de mejorar sus propias condiciones, no siente ni rebelión ni descontento ni defiende tampoco sus más elementales derechos individuales. Procurar desarrollar en el proletariado la aspiración a la más absoluta libertad e igualdad sociales y a hacerlo intolerante hacia cualquier injusticia, es deber elementalísimo de todo socialista, pero a ninguno corresponde el derecho de exigir que el proletariado sea hoy como un día se volverá.
Querer esto quiere decir hacer abstracción de las condiciones en que éste vive; quiere decir crear utopías, y toda utopía es, según nosotros, una aspiración pequeño burguesa, no ya la manifestación de una voluntad activa, que es así porque sabe comprender los obstáculos, y los afronta para superarlos.
El proletariado no tiene ya necesidad de utopías porque la realidad histórica que él crea contiene en su seno la solución más audaz y revolucionaria, y señala la vía que conduce a esta solución.
Lo que no se habría podido alcanzar con ningún otro medio viene realizado gracias a la gran industria. Ésta empuja al proletariado a organizarse; los antagonismos que ella crea suscitan el descontento en las masas y la empujan a la unión. El primer estímulo para la formación de la conciencia de clase es siempre de índole egoísta. Es así desde el punto de vista subjetivo; deja de serlo cuando se considere el resultado objetivo de los esfuerzos individuales por mejorar las propias condiciones. Este resultado es útil para toda la clase trabajadora; el esfuerzo individual se convierte en esfuerzo colectivo, el egoísmo se vuelve altruismo, porque poco a poco se vuelve cada vez más claro a los ojos de los individuos que su causa es la causa común de todos los explotados. Cuando el proletariado toma conciencia de esto, lleva a cabo todos los días actos de heroísmo, modestos en la forma pero revolucionarios en la sustancia, y toda la actual lucha de clase es una página sublime de idealismo, tanto más humilde porque ésta es realizada por los más humildes y por los más resignados.
Las organizaciones profesionales representan el primer escalón en el desarrollo de la conciencia de clase que prepara al proletariado para el socialismo. Éstas reclutan a todos los trabajadores que sin ser todavía socialistas tienden a mejorar sus propias condiciones. Deber del partido socialista es secundar con todas sus fuerzas la organización económica de las masas. Deber igualmente elemental y urgente es el de conseguir que, paralelamente a la organización de los trabajadores en los sindicatos de oficios, se haga una intensa propaganda socialista para que la solidaridad de todos los explotados, la aspiración a la total emancipación de todas las cadenas sea sentida cada vez más imperiosamente por las masas, y que lo que hoy es un audaz sueño de unos pocos precursores se convierta mañana en deseo consciente de las multitudes.
“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”
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