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DESDE EL PRINCIPIO AL MÉTODO

“Avanti!” del 3-2-1913.

 

 

El siguiente artículo del “Avanti!” n. 34 del 3-2-1913 vale para iluminar la polémica en la primera preguerra entre revolucionarios y reformistas, incluso cuando se trataba de los mejores entre ellos, que reconocían el error de limitarse a objetivos demasiado modestos y a expedientes fugaces y contingentes.

 

De nuevo en las columnas de la “Critica sociale” Zibordi denuncia a los socialistas el peligro de una política del “día a día” cuya propagación puede contenerla sólo una reafirmación de la “fuerza y de la consistencia de los principios y de los ideales”.

Comprendemos y compartimos las aprensiones de Zibordi y hacemos nuestros sus consejos y advertencias. Es más, la línea de demarcación entre la fracción del partido que salió victoriosa del congreso de Reggio y las demás fracciones, está precisamente en haber insistido siempre la fracción intransigente sobre la necesidad de acentuar ante el proletariado, como ante la opinión pública en general, el lado ideal, es decir revolucionario, de la teoría y de la táctica socialista. La división en reformistas y revolucionarios – división que en rigurosa lógica ni siquiera debiera existir entre socialistas, ya que es absurdo suponer que un socialista pueda no ser revolucionario: ser socialista quiere decir reconocer implícitamente que el actual orden social debe sufrir una profunda revolución – , la división en reformistas y revolucionarios consiste precisamente en la mayor o menor importancia que se le atribuye a la reforma (que es el medio), o a la revolución (que es la meta).

Y sin embargo, cada vez que los reformistas constatan y procuran hacer constatar a otros la necesidad de relevar mayormente el lado idealista del socialismo, ellos se apresuran a diferenciarse de los “revolucionarios” y del “verbalismo inútil” de éstos. ¿dónde está pues la lógica? El contraste, el antagonismo entre el trabajo cotidiano y práctico, y las aspiraciones ideales del proletariado no existe más que en la imaginación de quien, malinterpretando o falsificando el movimiento socialista, ha querido crearlo. Ni los revolucionarios, o sea aquellos que por sus estudios o también, a veces, por su temperamento son inducidos a darle mayor importancia a la meta final que a las reformas, jamás han descuidado, o despreciado, las conquistas diarias del proletariado. Es inútil volver sobre lo que también desde estas columnas fue escrito hace algunos días sobre la consideración en que los socialistas tienen y deben tener todas las manifestaciones de la lucha de clase del proletariado, incluidas, entiéndase bien, las que tienden a las mejoras inmediatas de la clase, esto es, las que sirven para preparar la psicología revolucionaria de las masas. Todas las mejoras que el proletariado conquista dentro de los límites de la sociedad capitalista deben servir para hacerle sentir con más intensidad el antagonismo de clase; deben servir para animarlo e infundirle una aspiración, cada vez más consciente y activa, a transformar el actual orden social, aboliendo la propiedad privada. Dice el Manifiesto de los Comunistas: “De tanto en tanto los obreros salen victoriosos, pero es una victoria pasajera. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la solidaridad cada vez mayor de los trabajadores”.

El error fundamental e imperdonable de los reformistas está, precisamente, en haberles hecho creer a los trabajadores que las pequeñas y limitadísimas mejoras obtenidas por ellos representan algo estable, definitivamente adquirido, algo que representa un fin, no ya un medio.

Es intuitivo que las condiciones económicas de las capas sociales – no todas francamente proletarias ni mucho menos pertenecientes al proletariado industrial – sobre las cuales se han hecho en Italia los experimentos de organizaciones de clase y de socialismo, han contribuido a darle tal importancia a la propaganda y a la organización. La visión neta y precisa de los antagonismos de clase, la posibilidad de abarcar con el pensamiento “los grandes rasgos de la historia” es accesible al proletariado industrial – mucho menos al proletariado agrícola – y sólo en vía excepcionalísima e individual a los artesanos, a los pequeños propietarios y a los pequeños burgueses – razón por la cual el movimiento socialista italiano – no obstante la originaria tendencia de sus caudillos – ha tomado ese cariz por el cual las conquistas inmediatas se han convertido en la meta, sustituyendo poco a poco en las mentes y en las acciones de los organizados la aspiración a emanciparse totalmente del capitalismo.

Y aquí se nos podría quizás objetar que, estando así las cosas, los reformistas no podían actuar de forma diferente, y que por consiguiente el reformismo ha nacido y se ha impuesto en las cosas, de las cuales la táctica reformista no es más que el reflejo.

Precisamente para evitar dichas objeciones que nos obligarían a volver sobre cosas ya dichas, relevamos que el error de los reformistas está en haber hecho surgir en sus seguidores – organizados en sindicatos o en las cooperativas – falsas ilusiones. Hacía falta, junto al esfuerzo ciertamente loable y necesario de mejoras inmediatas y de constitución de núcleos sociales de resistencia, de producción o de consumo, mantener alta también en estos elementos la conciencia de la relatividad de todo aquello que, dentro de los límites impuestos por la economía burguesa, ellos podían conquistar. Hacía falta tener siempre presente a sus ojos las grandes dificultades, las múltiples luchas, los conflictos a los que irá al encuentro la sociedad antes de que se pueda instaurar un sistema social basado en la igualdad y en la libertad. Hacía falta hacer comprender que, siguiendo sus intereses e idealidades de ciudadanos, ellos debían secundar al proletariado de otros sitios y de otros países en el asalto de éste a la sociedad burguesa. Hacía falta aprovechar cualquier intento de ellos por mejorar sus condiciones para demostrar que, aun habiéndolas mejorado, ellos seguían siendo esclavos, desheredados, burlados, y que la sociedad les reservaba a los hijos de los que creían por ello ser “privilegiados” un futuro de incertidumbres económicas y de humillaciones políticas y sociales. Hacía falta suscitar y mantener en ellos el sentimiento del más vivo descontento y este descontento habría creado ese sentimiento de solidaridad con todos los explotados y todos los oprimidos que es el primer y fundamental estímulo para el pensamiento y la acción socialista. Los reformistas no lo han hecho, y no sólo no lo han hecho con las capas sociales más difícilmente convertibles al socialismo, sino que han cometido el error de aplicar los criterios pequeño-burgueses de la vida tranquila también a los elementos revolucionarios, esto es, a la organización del proletariado industrial. No es que el método para la rígida lucha de clase ha fracasado, sino que el mismo método ha sido alterado. De aquí proviene la incomodidad de los reformistas. Y ellos no podrán eliminar o mitigar el mal que lamentan, porque se trata de un mal demasiado profundamente arraigado.

El utilitarismo no se combate ni mucho menos se erradica haciendo de vez en cuando un llamamiento a que se observen los principios, sino que se observa y se inculca el principio no tolerando que el utilitarismo pueda surgir y desarrollarse.

Los intereses del proletariado coinciden con el más amplio y elevado altruismo, porque éstos coinciden con los intereses de toda la humanidad excepto los explotadores – hacer saltar esta conciencia de cada contingencia de la vida social quiere decir hacer a las masas revolucionarias, esto es, animadas del más sano, del más activo idealismo, del más intenso propósito de transformar cuanto antes la sociedad burguesa en sociedad socialista.

Y para hacer esto no hay necesidad de “subirse a las nubes de las hueras ideologías verbales”, sino que basta con nutrir la propia propaganda y la acción de las masas con la realidad de las cosas. Ya que es precisamente la realidad – los existentes antagonismos de clase – los que hacen revolucionarias a las masas.

Entre los reformistas y revolucionarios, ¿quién tiene más familiaridad con las “nubes”? ¿Quién está más cerca de la realidad?

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“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

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