POR LA CONCEPCIÓN TEÓRICA DEL SOCIALISMO
“L’ Avanguardia”, n. 280 del 23-3-1913 y n. 283 del 13-4-1913
Es interesante citar los dos siguientes artículos de la “Avanguardia” que llevan el siguiente título : Por la concepción teórica del socialismo. Su argumento era el hacer entender cómo los jóvenes revolucionarios, contrarios a la concepción culturalista y escolástica del movimiento de la juventud, fueron precisamente los que le daban la máxima importancia al planteamiento teórico del partido de clase del proletariado, distinto y opuesto al de cualquier otro partido.
En su carácter elemental, este escrito aclara cómo la doctrina del partido revolucionario no está asociada a ninguna de las escuelas de la filosofía corriente. Se trataba de liberarse de dos vulgares opiniones: una que el marxismo se reducía a una sub-escuela del idealismo filosófico hegeliano, la otra que lo era del materialismo burgués francés o del utilitarismo inglés, o que lo estuviera empezando a ser, a principios de este siglo, del todavía más banal positivismo burgués. Y de liberarse también de otro difundido error: que el retorno desde el reformismo de los revisionistas al puro y genuino marxismo revolucionario pudiera hacerse abrazando de nuevo un idealismo o un voluntarismo de base idealista.
El esbozo del correcto planteamiento del determinismo económico nos es útil para establecer que la izquierda comunista, desde hace medio siglo, desarrolla las mismas afirmaciones contra las posiciones religiosas y espiritualistas, como contra la trivial y burguesa apología de la “Ciencia” y de la “Técnica”.
El problema de la investigación de las bases teóricas del socialismo apasiona actualmente no sólo a los estudiosos de los fenómenos sociales, sino también a muchos militantes del nuestro y de otros partidos, de modo que el tratar de ello no es trabajo de vana academia, sino que responde ya a una necesidad de nuestra acción y de nuestra propaganda.
Mucho más si, en vez de seguir a nuestros contradictores burgueses en el campo nebuloso de la abstracción, nosotros tratamos de simplificar y de consolidar las verdades elementales que constituyen el núcleo del pensamiento socialista y de reafirmar en nosotros mismos y en los compañeros ese tanto de conciencia y de “orientación” teórica que es necesaria para darle una directriz no desordenada a nuestra acción y saberla defender de los ataques adversarios.
El pensamiento de los socialistas está demasiado sometido a insidias, por miles formas de opiniones y sofismas burgueses, como para que no sea indispensable discutir de ello entre nosotros para mejorarlo, aclararlo y purificarlo cada vez más, aunque sin tener la pretensión de llegar a cerrarlo en la forma escolástica de unas pocas verdades universales que sean un suficiente catecismo para el militante socialista; y, por otra parte, sin oprimir con el estorbo de una preparación pedantescamente teórica las necesidades inmediatas de la acción que se manifiestan en la joven milicia del socialismo.
Lo que necesitamos no es tanto un análisis profundamente detallado de la historia de la sociedad humana, de los defectos de su organización presente y del modo en que sucederá su transformación, sino al menos un sistema de visiones generales que les permita a nuestros propagandistas responder a sus eventuales contradictores y de que no caigan en las trampas que éstos puedan tenderles. Recordamos siempre que no debemos ser filósofos, sino hombres de acción, y que nuestros razonamientos no deben abandonar el terreno de la política para seguir a los charlatanes de la burguesía en sus acrobatismos filosóficos, destinados en general a vender paparruchas bajo la apariencia de verdades incomprensibles.
No se debe creer que la reciente difusión de las polémicas de tendencia sea una consecuencia de la manía de discutir que tienen algunos socialistas intelectuales. La divergencia es más profunda, y existe, aunque sea en términos menos precisos o menos idóneos, en toda la actividad proletaria y en la vida real de las organizaciones. El proletariado está todavía a la búsqueda de su programa, y no lo encontrará definitivamente hasta después de una larga serie de luchas y de inevitables errores cometidos en la acción. Aquellos que tienen miedo de las tendencias y se califican de socialistas sin “adjetivo” son gente que no comprende nada, o que quiere evitarse molestias. El adjetivo, por dios, es necesario aunque no fuera más que para distinguirse de ciertos “socialistas” que se están multiplicando y que pretenden poner al socialismo de acuerdo, por ejemplo, con la religión y con la monarquía. Y la discusión del método de acción no puede hacerse si no se tiene una guía teórica del propio pensamiento, recavada, como bien se entiende, del examen desapasionado y objetivo de los hechos. Pero existe – a nuestro modo de ver – una manera errónea de satisfacer esta necesidad de “orientación teórica”, y es la de aquellos que quieren tomar la cuestión desde un punto de vista demasiado “filosófico”, buscándole un puesto al socialismo en el campo del pensamiento filosófico burgués y en sus diferentes escuelas, aceptando ciertas discusiones abstractas que sirven sólo para hacer perder el tiempo y vagan fuera de la simple mentalidad obrera.
Porque muchos consideran que la “filosofía” no es socialista ni burguesa ni de ningún partido, sino que es algo que está fuera y por encima de la vida social y política, un campo en el que todos pueden encontrarse y razonar. Y buscan en este campo la justificación teórica del socialismo y de las aspiraciones de clase del proletariado. El pensamiento burgués moderno está todo orientado hacia el idealismo, y representa una reacción contra el ateísmo que profesaba la burguesía salida de la Revolución Francesa, y contra el materialismo en nombre del cual el proletariado se prepara para la nueva revolución que deberá cambiar el orden económico de la sociedad burguesa. Las formas del neo-idealismo se propagan y nos sofocan por todas partes: vemos resurgir el racionalismo y hasta el cristianismo en ciertas formas filosóficas que sin duda Voltaire y Diderot creían, hace más de cien años, superadas para siempre. Este idealismo se ensaña particularmente en la crítica de las teorías materialistas más modernas que, quiérase o no, han formado la base del pensamiento socialista. Ahora, nosotros creemos que es un error dejarse transportar por esta corriente idealista y permitir que ésta se refleje en nuestro pensamiento de militantes socialistas. Precisamente por ello negamos que sea necesario para las opiniones socialistas el reconocimiento de los filósofos según las teorías de moda en el mundo intelectual.
Porque nosotros no creemos en la filosofía, en el sentido de que estamos convencidos de que ésta no tiene ninguna influencia sobre los acontecimientos y sobre el curso de la historia humana, y si acaso tiene alguna, esta es una influencia indirecta y negativa que debe ser contrastada por nosotros.
El pensamiento marxista, cuya importancia incluso actual en el socialismo no puede ser puesta en duda por nadie, había superado ya la filosofía y desarrollado la crítica más completa del idealismo. El marxismo puso al socialismo en el terreno científico. Hablaremos otra vez de esto. Pero aquí queremos sin embargo poner de relieve que el pensamiento socialista se había puesto, junto con Marx, fuera de la filosofía y por tanto al seguro de cualquier crítica filosófica. El materialismo histórico, basándose en todas las manifestaciones intelectuales de la sociedad humana, planteaba las condiciones materiales de la producción.
El progreso de la humanidad es un efecto del desarrollo cada vez mayor de los medios de producción y de cambio, del cual deriva toda la evolución de las instituciones política y jurídicas y de las manifestaciones del pensamiento humano. Sin negar la importancia, ni mucho menos la existencia de estos fenómenos de orden más complejo, el marxismo saca a la luz la relación de causalidad que hace derivar del hecho económico transportado a la ciencia económica el origen de la ciencia social. El materialismo de Marx no excluye tampoco – como muchos creen erróneamente – que aquellos fenómenos derivados puedan reaccionar sobre el orden económico de la sociedad, y no destruye en absoluto el valor del pensamiento y del sentimiento humano. Sólo ve en estos productos del cerebro y por tanto del cuerpo humano, un orden de fenómenos sucesivos a los fenómenos económicos y que no se pueden separar de éstos. En cambio el idealismo, en todas sus formas, pretende invertir este proceso y, basándose en todos los hechos históricos y humanos, pone la acción misteriosa de la idea en el cerebro de los hombres, admitiendo que esta Idea de cualquier forma exista con anterioridad a las cosas y a los hechos del mundo real. Este idealismo filosófico pretende ser la expresión de una “necesidad del espíritu humano”...
Pero nosotros no podemos seguirlo más allá sin adentrarnos en discusiones ociosas. Nosotros observamos con Marx que cada época ha tenido la “filosofía” que le convenía a la clase dominante. La filosofía, del oficio de motriz de la historia humana ha sido reducida al oficio menos honorable de alcahueta de la clase en el poder, tarea que comparte con las religiones de cualquier naturaleza. Es desde este punto de vista que observamos y criticamos el retorno presente de la filosofía a las fantasías idealistas. La clase burguesa se ha dado cuenta de que, en sus orígenes revolucionarios, se ha dado demasiada prisa en abandonar los ídolos y los altares de toda naturaleza. La filosofía racionalista y el programa de igualdad y libertad con los que la burguesía se asomaba a la historia, no tardaron en entrar en contraste estridente con las leyes de desarrollo de la economía capitalista, que forjaba a los nuevos esclavos en forma de trabajadores asalariados, después de haber proclamado en teoría la redención de la humanidad. Para justificar este estado de cosas, la burguesía ha tenido que retroceder y reconocer que no puede existir dominio de clase que renuncie, para legitimarse a sí mismo, a la intervención misteriosa de una religión, aunque sea evolucionada; y la burguesía, frente a la acción y al pensamiento despiadadamente demoledores del proletariado, se ha vuelto de nuevo “idealista”.
Nosotros, socialistas, no podemos ser idealistas en este sentido teórico de la palabra. Debemos tener el coraje de afrontar el problema social en su verdadera esencia económica y real, desentrañando las profundas contradicciones que se esconden en el mecanismo de la economía presente. Es en este sentido completamente realista que el socialismo es y debe ser materialista, cualquier cosa que digan de la muerte del materialismo los profesores de filosofía y los enamorados de ciertos acaramelamientos intelectuales de la burguesía. Existe una profunda contradicción entre socialismo e idealismo. La tesis idealista, en cuanto pone como base de las acciones humanas un concepto abstracto, una fuerza misteriosa y que, se quiera o no, escapa al análisis crítico de la mente humana, reconoce el concepto de la “revelación”, o sea la existencia de un individuo o de una minoría privilegiada moralmente, que comunica a la humanidad el deseo de esa fuerza misteriosa, “superior”, y, cuando sea necesario, lo impone. Ya sean los colegios de los augures de los paganos, los profetas hebreos, los apóstoles cristianos, los santones mahometanos e incluso las modernas escuelas filosófico-políticas, toda predicación idealista tiene sus sacerdotes. Todo idealismo divide a la sociedad humana en dos clases: la minoría que dicta las normas, y la masa bruta que debe soportarlas sin discutirlas. La concepción idealista excluye la libertad de pensamiento...
Estas diversas concepciones religiosas y filosóficas, que pretenden estar inspiradas en las necesidades reales y morales de todos los hombres, siendo en verdad dictadas por una minoría, acaban reflejando los intereses inmediatos y económicos de dicha minoría. La “necesidad superior del espíritu humano” se transforma así en la insaciable codicia de todas las castas de sacerdotes de cualquier género, que en el curso de la historia humana han apoyado siempre a los dominadores y a los tiranos.
No hay que excluir ciertamente que un programa idealista o religioso pueda ser la plataforma de una revolución. Podemos incluso reconocer que, por ejemplo, el cristianismo reflejaba las necesidades reales de una gran masa de oprimidos y de explotados.
Pero estas reivindicaciones, cuando son perseguidas a través de un programa idealista y, por tanto, bajo la guía autoritaria de los “reveladores” de la nueva verdad, preparan fatalmente la transformación de los liberadores de hoy en los tiranos de mañana. Así sucedió en lo que respecta a la iglesia romana y todas las demás confesiones “reveladas”.
El programa socialista, el programa revolucionario de la clase proletaria, no puede y no debe ser un programa idealista. Nosotros no tenemos necesidad de escribir en él palabras abstractas que no significan nada y que hasta ahora han significado una sangrienta ironía: Justicia, Libertad, Igualdad... La revolución socialista se lleva a cabo de forma consciente y no tiene necesidad de enmascarar su programa con fórmulas abstractas. El problema de la redención social es afrontado por primera vez en términos reales, la solución no desciende del cielo o de elucubraciones de los filósofos, sino que se busca por primera vez en las bases lógicas del orden social y las condiciones económicas de la producción y del cambio. Nosotros tenemos un programa real : la abolición de la propiedad privada y del régimen salarial.
Esto no quiere decir que la tarea del socialismo se agote dentro de los límites del hecho económico. Al contrario, éste absorbe todos los campos de la actividad humana, hasta los más complejos, y no olvida la solución de los problemas de orden intelectual y “moral”.
Planteando sobre la base de la economía colectiva el problema del bienestar social, el socialismo no tiene intención en absoluto de plantear el individualismo económico y el vulgar utilitarismo personal o de pequeños grupos como base de las acciones humanas. La solución universal que el socialismo persigue, conseguida por primera vez en la historia mediante el examen directo de las condiciones reales en que vive la sociedad, examen llevado a cabo con el método del determinismo económico y no por medio de predicaciones misteriosamente abstractas y a las que pocos tienen acceso, exige para ser llevada a cabo la renuncia de los individuos a las soluciones parciales, inmediatas y egoístas de los particulares y aislados problemas económicos.
He aquí que el materialismo socialista no excluye lo que comúnmente se entiende por “altruismo”.
Mientras en cambio la burguesía, que es idealista y religiosa, organiza toda la vida económica actual sobre la mecánica de los apetitos individuales, y en realidad adora a un solo Dios: la ganancia. Toda concepción idealista es en conclusión un colosal equívoco deseado por una minoría dominante o que quiere dominar.
He aquí por qué la revolución proletaria no debe revestirse de este carácter idealista. Aunque también ésta es deseada por una minoría, se realizará no obstante en interés de la clase que representa a la enorme mayoría del género humano, y el día después de su verificación las clases desaparecerán de la historia. En la poderosa concepción de Marx, con la sociedad actual acaba el periodo de la prehistoria humana y de las revoluciones inconscientes. Por primera vez se plantea el problema de someter a la razón humana las enormes fuerzas productivas de las cuales se dispone.
Resuelto el problema basilar y fundamental en sus goznes económicos, se reconstruirá sobre las nuevas bases una sociedad en la cual el desarrollo intelectual y “ético” del hombre podrá cumplirse verdaderamente, después de haber roto las cadenas que hoy lo obstaculizan. Planteado en la realidad, el problema de la realización del socialismo no es una concepción idealista. No importando lo que digan ciertos críticos venenosos, el socialismo que no es monopolio de nadie, el socialismo que no tiene iglesias ni tiene sacerdotes no es, no debe y no quiere ser, ni una religión ni un idealismo filosófico.
Sin embargo es necesario resolver un equívoco: comúnmente se le da a la palabra idealismo un significado completamente distinto del cual hasta ahora lo hemos empleado. Nosotros hemos criticado al idealismo entendido como tendencia o escuela filosófica, como método de concebir la actividad y la historia humana.
Pero algunos entienden por idealismo la condición psicológica de quien lucha y se sacrifica por un objetivo no personal y no inmediato, sino lejano y colectivo. En este sentido, que no es exacto, también el socialismo es un ideal, o sea un objetivo que no se puede tocar con las manos: ¡ y también a los materialistas se les puede llamar “idealistas” !
Pero emplear en este sentido la palabra, significa colocarse fuera de la antinomia existente entre los términos materialista e idealista, como dice Federico Engels, del cual citaremos para concluir, y para demostrar que la nuestra no es una interpretación arbitraria de las teorías del materialismo histórico, un vivo pasaje polémico:
“El filisteo por la palabra materialismo entiende la codicia, la embriaguez, la lujuria, la sed de oro, la tacañería, la manipulación de la ganancia, el fraude en la bolsa... En una palabra, todos los vicios crapulosos a los cuales él se abandona a escondidas; por idealismo entiende la fe en la virtud, en el amor al prójimo, en una sociedad mejor... En resumen, todo aquello que él pueda amar delante del mundo, pero en lo que no cree en absoluto, nada más que en el momento de la bancarrota y durante los ataques del mal, que fatalmente vienen a continuación de sus habituales excesos materialistas ”.
II
El artículo precedente en estas columnas afirmó la necesidad de una orientación teórica en los militantes socialistas, sosteniendo que esta orientación teórica debe establecerse fuera y contra los dictámenes de la cultura oficial burguesa, basándose en las nociones de la vida económica general de la clase trabajadora y en una interpretación realista de ésta, guardándose de los engaños del pensamiento burgués y particularmente de las formas idealistas del mismo, destinadas en general a distraer la atención del proletariado de los problemas económicos que éste tiende a resolver con la supresión violenta del dominio de clase. Estos idealismos – está ya claro el significado con el que usamos repetidamente este término – son el culto a Dios, a la Patria, a la Justicia y a semejantes palabras solemnes escritas con mayúscula. Decíamos también que el socialismo científico de Marx contenía la crítica de toda esta filosofía de la cual hace ostentación la clase burguesa, y que en éste el programa del proletariado, basándose en la interpretación materialista de la historia, asumía un carácter real y se desarrollaba en el terreno de la lucha económica.
La gran concepción de Marx ha sido calumniada por sus adversarios e incluso por sus partidarios. Se ha querido sostener que reconocer en el factor económico el origen de la vida social de la humanidad, equivalía a limitar la cuestión social a un solo lado de ésta; se ha pretendido que el marxismo reducía todo a la acción de los egoísmos utilitarios y que en éste el individuo se convertía en un autómata, en una pieza de la máquina que transforma automáticamente las condiciones económicas en la historia social. Que esta torpe interpretación del determinismo socialista la ofrezcan los burgueses, en nombre de la “dignidad del espíritu humano” y de semejantes paparruchas, nos hace poco daño. Es fácil demostrar que ellos hacen esta crítica para garantizar su propio bolsillo y que hablan en nombre de un pretendido idealismo mientras son impulsados más que nunca por el resorte económico. Es más, así tomamos un nuevo elemento de demostración para nuestra tesis.
Pero es desagradable que sean los socialistas los que – por no haber comprendido bien el significado del materialismo socialista – por una necesidad morbosa de imitar el intelectualismo burgués – por una falsa actitud psicológica que les hace buscar una opinión que ofrezca la frágil elegancia de la paradoja en vez de la fuerza esquelética de la realidad – y quizás porque no sienten la síntesis universal de los sufrimientos y de las rebeliones proletarias – se encuentran a disgusto en la ruda y potente concepción anti-idealista de Marx, y sostienen que ésta limita la estética del pensamiento socialista.
La estética del pensamiento podemos dejársela a quienes poseen el pellejo redondo y bien nutrido, e ignoran las deformaciones fisiológicas a las cuales el trabajo excesivo condena a la humanidad que produce. Nuestro pensamiento de revolucionarios es un gran acto de sinceridad contra todo el pensamiento político de la burguesía que no es más que falsificación y especulación. Contra el pensamiento vendido por el cura, que engorda al hambriento diciéndole: espera a la otra vida; contra el pensamiento vendido por el nacionalista, que roba al hambriento diciéndole: hagamos fuerte a la patria y tú estarás mejor; contra el pensamiento resbaladizo y sinuoso vendido por la democracia, que quiere “la elevación de las clases pobres, cuando sean educadas y redimidas de la ignorancia”, sabiendo que así dicha elevación es aplazada sine die ; contra esta colosal gestión subterránea de mentiras nosotros oponemos la gran palanca de la verdad. Nosotros debemos arrancarle al proletariado las vendas idealistas y decirle no “escuchad”, sino “mirad a vuestro alrededor”.
Él mirará y verá su lugar en la lucha de clases; y cuando él sepa que su hambre no la remediará nunca ni dios ni la patria ni la buena voluntad interesada de los “demócratas”, lo empujará a buscar y a estrechar la mano del compañero...
Su cultura socialista se realizará pronto y llegará pronto a su completa síntesis: la solidaridad y, si hace falta, el sacrificio por la causa común. El mismo desarrollo que se verifica en la teoría marxista, allí donde todos quieren ver la contradicción: los burgueses para poder negar sus nefastas consecuencias para ellos y algunos socialistas para poderse servir de otras premisas más... elegantes.
Si queremos, el proletariado, después de este examen de su problema económico que lo induce a convencerse de que éste se identifica con el problema colectivo, se convierte en el defensor de la utilidad colectiva incluso contra su propia utilidad, de la cual ha partido. Se convierte en héroe. Pero no a la manera tradicional. Los héroes de la religión y del patriotismo son seres anormales; fanáticos, histéricos, ebrios, enamorados de su propio yo...
Las víctimas de la lucha de clase no caen por el bello gesto, sino por... la consciente necesidad de resolver el problema económico y de llenarse el estómago. Los caballeros del ideal al tanto por ciento pueden dirigirse a las tradiciones del pasado y encontrar fórmulas más elegantes: ¡”Dios lo quiere”, o “por la Patria y el Rey”!
Pero a nosotros mismos y al proletariado, nosotros no daremos nunca la cultura de los manuales históricos y literarios escritos según el modelo oficial... Es preciso deshacerse de una montaña de porquerías retóricas y literarias que nos corrompen, y que desgraciadamente a menudo embellecen los discursos de nuestros propagandistas. Es preciso convencerse de que todas esas frases “nobilísimas” son la etiqueta bajo la cual quiere pasar la codicia de la burguesía, su “ideal del tanto por ciento”.
* * *
El socialismo está pues teóricamente en contraste con la filosofía idealista. Con Marx éste se ha vuelto científico...
He aquí todo otro lado de la cuestión a desarrollar. Nosotros aceptamos el punto de vista marxista de que pueda existir una “ciencia” social basada en la economía (¡basada, no reducida!). Creemos posible obtener leyes suficientemente exactas y formular previsiones muy generales.
Sin embargo reconocemos que los seguidores de Marx han ido demasiado al otro lado. No por defecto del método, sino por falta de elementos sobre los cuales ejercerlo. Engels decía que las bases de la ciencia del socialismo estaban echadas, y que no quedaba más que desarrollarla en los detalles... ¿ Puede el pensamiento proletario asumir la enorme carga de este desarrollo teórico completo ?
He aquí el problema. Respondiendo que sí, nosotros quizás volveremos a caer en la filosofía y en la metafísica “positivistas” después de haber conseguido substraernos a las idealistas. Haremos depender nuevamente la acción proletaria del intelectualismo burgués, o por lo menos le pediremos de nuevo a éste el reconocimiento formal de aquella. Pediremos el absurdo.
Porque nosotros consideramos que la “ciencia” actual no merece más fe que la que le hemos atribuido a la filosofía. Creemos que a ese desarrollo científico del socialismo le falte la posibilidad de tener los elementos científicos genuinos, ya que la “ciencia” burguesa piensa falsificarlos a tiempo.
¿Hemos ultrajado acaso a otra deidad, la señora Ciencia? No nos importa. Nosotros podemos creer en la verdadera ciencia como suma de los resultados, de las investigaciones y de la actividad humana, pero no consideramos posible su existencia en la sociedad actual minada por el principio de la competencia económica y de la caza a la ganancia individual.
Chocamos así con otro prejuicio común, el de la superioridad del mundo científico. Hoy se creen indiscutibles las decisiones de las academias, como en la Edad Media la de las sacristías. ¡Y sin embargo sería necesario un libro y no un artículo para desvelar un poco las intrigas miserables y mercantiles de la ciencia! El diletantismo más inconsciente, los más audaces engaños, las más viles prepotencias de las minorías dominantes, encuentran con facilidad la garantía de la etiqueta científica. Sería muy largo documentarlo. Hacemos referencia por encima a los miles de inventos industriales sofocados por la competencia porque son perjudiciales para los monopolios especuladores, mientras a menudo representan un alivio de las penas del obrero; recordamos el sistema del trabajo “científico” del ingeniero verdugo Taylor, del cual se habla en estos días, y la antropología científica del profesor-policía Ottolenghi.
La ciencia burguesa a la par que la filosofía es también un montón de paparruchas. El socialismo científico no puede respirar esta atmósfera de engaño.
Sus deducciones pueden estar equivocadas e incluso ceder ante los chismorreos de la crítica, porque se deben extraer de las estadísticas falsificadas por los Estados burgueses, y deben pedirle a la ciencia oficial todos los elementos reales necesarios.
Pero la concepción socialista en sus grandes líneas no cae por esto. Las diatribas escolásticas de filósofos o de científicos no la han matado. Los hechos lo recuerdan, incluso recientemente.
Las huelgas colosales en Inglaterra, en América, en Bélgica, en Hungría y las últimas magníficas afirmaciones de la Internacional...
Puede darse que el proletariado no tenga siempre el tiempo de substraerse al trabajo que lo oprime para demostrar con la pluma y la palabra la férrea verdad del pensamiento socialista, pero está haciendo ver de modo memorable cómo puede abandonar ese trabajo cuando quiere dar prueba de su fuerza en la acción unánime que lo conducirá al socialismo.
Carlos Marx lo habría dicho: “Los filósofos no han hecho más que explicar el mundo; ahora es preciso cambiarlo”.
“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”
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