EL SOCIALISMO MERIDIONAL Y LAS CUESTIONES MORALES
“Avanti!”, n. 304 del 1-11-1912
El artículo que citamos sigue en muy poco espacio de tiempo a los primeros textos ofrecidos en el primer volumen, y que se referían a las posiciones de la izquierda del movimiento juvenil socialista en el Congreso de Bolonia de 1912.
Este breve artículo anticipa de forma clara la posición de los socialistas revolucionarios en regiones que con término moderno y banal se llamarían “subdesarrolladas”.
En éste es importante la tesis de que hace ya más de medio siglo estas situaciones no justificaban la renuncia a los principios socialistas y a la acción clasista; y, desde entonces, es ridícula la táctica , pestífera también hoy, de invocar la innoble “unión de todos los honestos”.
Uno de los principales extremos de la degeneración italiana es esta antigua mala costumbre de inmiscuir la moral en las cuestiones políticas y de clase.
Las complejas razones del ausente desarrollo del movimiento y de la conciencia socialista en el Mediodía, conectándose íntimamente con el problema del ausente desarrollo económico y civil de esta región, exigen de nuevo por parte de los teóricos y de los hombres de acción del socialismo un estudio largo y severo que, hay que reconocerlo, no ha sido hasta ahora seriamente afrontado, y que se sale ciertamente del campo de un simple artículo. Sin embargo algunas consideraciones pueden hacerse brevemente, no tanto sobre las condiciones reales que obstaculizan la difusión entre nosotros de las ideas socialistas, cuanto sobre los métodos inadecuados y a menudo falaces adoptados por los socialistas meridionales para la difusión y la propaganda de las ideas mismas.
Los “restos” del régimen feudal, el inexistente o escaso desarrollo de la gran industria, la naturaleza de la propiedad rural y las condiciones de los campesinos, el problema inmenso y controvertido de la emigración, en una palabra, todos los factores histórico-económicos, exigirían cada uno un cuidadoso análisis desde el punto de vista socialista. Y en la otra parte: los factores etnográficos y la consecuente psicología del pueblo meridional, que se resumen en una gran supervivencia de individualismo, en la ausencia de espíritu de iniciativa y de asociación por parte de quien se dispone a trabajar por el socialismo en estas regiones.
Un primer hecho que hay que destacar es la absoluta insuficiencia política e intelectual de las clases dirigentes, el escaso nivel de su cultura, su misoneísmo y su indolente pereza frente a los graves problemas sociales. La media intelectual de nuestra burguesía es bastante baja, y ella no hará nunca que se avance hacia la solución del problema meridional. Su representación política es en general incolora e inconsciente, constituye el desecho de todas las mayorías ministeriales, como es bien sabido en Italia, y no se preocupa de presionar al gobierno para que se ocupe del Mediodía a no ser para las sólitas concesiones con fines meramente electorales. No es de la burguesía meridional de donde el Mediodía puede esperar su renovación.
No es tampoco de la intervención del Estado que, manejado por la oligarquía capitalista del Norte, jamás querrá consagrar sus energías a una colonización grandiosa, en el sentido material y moral, de la Italia del Sur.
Y las razones son claras. El desarrollo económico, agrícola e industrial no podría hacer otra cosa que perjudicar a los actuales grupos monopolistas de las grandes industrias que tienen en el Mediodía el mercado natural de consumo; el desarrollo correspondiente de las masas trabajadoras en el terreno político, haría desaparecer varios de los más sólidos puntales de la burguesía conservadora italiana. ¿Es preciso recordar aquí que los nacionalistas que agitaban como una bandera la cuestión meridional la han abandonado ahora para colonizar las arenas africanas?
La solución no vendrá pues de la burguesía, sino sólo de la presión revolucionaria de las masas trabajadoras.
Sin embargo no nos debemos ocultar que, si las clases dirigentes están en Italia muy atrasadas, también el proletariado tiene defectos profundos y graves que disminuyen y retrasan la eficacia de su acción.
La pequeña burguesía rural es también una verdadera entrave para los movimientos del proletariado, con los cuales está ligada por mil lazos de complejas relaciones económicas.
Dadas estas condiciones de ambiente, es natural que la propaganda socialista haya encontrado y encuentre obstáculos graves. Pero quizás ha concurrido al fracaso también la táctica creada por los dirigentes del movimiento obrero, que podremos examinar aquí bajo algunos aspectos destacados.
Queremos hacer mención a las degeneraciones “localistas” y a la manía de suscitar continuamente grandes escándalos, andando a la caza de las cuestiones “morales”, cuya consecuencia ha sido el más completo olvido de la propaganda de los principios.
Hemos hecho mención a la inferioridad de las clases dirigentes y de los partidos burgueses en el Mediodía, que están en poder de todas las administraciones públicas y tienen amplísimas influencias electorales. Por insipiencia o por corrupción, estas administraciones funcionan en general malísimamente, determinando en las masas un amplio descontento que es explotado hábilmente por los partidos locales de oposición. Son partidos casi siempre personales, sin ningún contenido político, a base de clientelas y de odios interesados, cuyas luchas son eminentemente anti-educativas para la poco consciente masa electoral.
Generalmente el partido que tiene la administración está en óptima armonía con las autoridades y también con el clero local – siempre extremadamente influyente. Y he aquí que los opositores, que en el fondo no son menos reaccionarios, asumen actitudes populistas, se proclaman paladines de la libertad y de la corrección, ensayan algún lema anticlerical y acaso fundan su pequeña logia masónica y, cuando consiguen vencer, se vuelven en línea general más deshonestos y conservadores que los otros. Quien conoce el Mediodía sabe que este cuadro no es exagerado en absoluto. ¡Ah, la democracia meridional!
El error general de los pocos socialistas ha sido el de dejarse atraer casi en todas partes a la órbita de esta seudo-democracia sin programa. Perseguidos y calumniados por el partido que está en el poder, insidiados en su trabajo por el cura, acariciados por el partido de oposición codicioso de poder, ellos se hacen la ilusión de que, ayudando a los demócratas (¡!) a ganar, conseguirían una mayor libertad de propaganda, la neutralidad de las autoridades en los conflictos económicos, y algunas mejoras inmediatas de índole fiscal para las masas que tienen puestas en ellos sus esperanzas.
Encerrados en este cerco de intereses, absorbidos en un enervante trabajo electoral a base de escándalos, calumnias y querellas, preocupados sólo por probar que los adversarios eran ladrones del dinero público – como si esto fuera necesario para incitar a las masas a la lucha contra la burguesía –, halagados por la promesa de algún sillón en los consejos municipales y provinciales, envenenados a menudo por la vida del ambiente masónico, los jefes del partido socialista han dejado atrás el socialismo.
Ciertamente, este estado de cosas no es universal. En Pulla, por ejemplo, se hace buena lucha de clase, por las condiciones especiales que han despertado el espíritu revolucionario en los trabajadores. En otras partes surge por reacción el sindicalismo. Pero también los sindicalistas, cuando son abandonados por alguno de sus hombres representativos, van cayendo en los fáciles abrazos de una democracia de tres al cuarto.
¡Y todavía hay quien tiene el valor de emplear nuestras condiciones especiales como argumento contra la intransigencia electoral!
Se dice que el partido socialista, donde es numéricamente débil, debe buscar aliados en los partidos llamados afines.
¡Pero si el “aliancismo” es perjudicial allí donde el socialismo prospera y los obreros son conscientes, cuánto más grave no será allí donde la educación socialista de los proletarios es todavía escasa y dudosa!
Mejor es el abstencionismo, y lanzarse a un trabajo de propaganda intensa para poder afrontar luego la lucha con las propias fuerzas, sirviéndose de ellas como factor vivo de educación proletaria.
Mejor tener dos trabajadores conscientes en la minoría del consejo municipal que tener un grupo de ellos al servicio de una mayoría burguesa.
Las consecuencias de los errores son ya fatales. Los socialistas no hacen otra cosa que ir a la caza de escándalos o, peor aún, calumniarse recíprocamente. Nuestros periódicos no tienen artículos de propaganda elemental, sino tiradas venenosas y triviales, amenazas e injurias.
No se les pide a los adversarios su programa, sea el que sea, para combatirlo a la luz del ideal proletario, sino que se les reta a que exhiban su certificado penal. Y el proletariado asiste a todo esto, ignora qué es el socialismo, pero desgraciadamente aprende a huir, a temer, a desconfiar de los socialistas.
Sólo existe una vía de salvación. Empezar de nuevo desde el abc. Dejemos aquí las “cuestiones morales” y entreguémonos a la propaganda de los principios. Ladrones o honestos, para nosotros los burgueses son la misma cosa. No disfracemos más el concepto de la lucha de clase con una dudosa cruzada por el respeto a los códigos del Estado burgués. Adoptemos una táctica ultra-intransigente y el proletariado acabará estando con nosotros. Solamente entonces habremos despertado al león que duerme y podremos lanzarlo contra la burguesía nacional de todos los partidos, que tan confiada está en el servilismo de estas infelices poblaciones. Pongámonos a trabajar con fe renovada y tratemos de ser, en una palabra, un poco menos abogados y un poco más socialistas.
“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”
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