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HUMANITAS

“L’ Avanguardia”, n. 497 del 7-7-1917

 

 

Se  ha celebrado en Viena el proceso contra Federico Adler, hijo del viejo marxista austriaco (desgraciadamente jefe del oportunismo social-patriota) por haber asesinado a tiros al primer ministro Sturgkh. Con aquel gesto, el joven Adler había querido protestar al mismo tiempo contra el  gobierno de guerra y contra la traición de su partido. Su autodefensa ante los jueces pudo ser difundida casi íntegramente en Italia. Federico Adler fue condenado a muerte, pero luego se le conmutó la condena por 18 años de cárcel.

La defensa no  fue sólo la prueba de un raro coraje ante la muerte casi segura, sino que ofreció una oportuna ocasión para reivindicar las cuestiones de principio sobre la violencia en la doctrina y en la acción marxista.

 

Federico Adler, en su profesión de fe, para demostrar que su acto de violencia no estuvo en contradicción con la aspiración socialista basada en la concordia y el amor entre los hombres, ha recordado admirablemente algunos conceptos fundamentales de Marx. Y ha añadido. “No debemos ilusionarnos de estar viviendo en la sociedad a la cual únicamente aspiramos... ”. Y en este punto la censura austriaca nos corta la exposición del formidable acusado. Pero la concepción trazada por Adler brilla igualmente con luz propia: ésta es todo cuanto puede existir de más “ortodoxo” y al mismo tiempo de más adecuado a la realidad, terrible realidad, afianzada en la horca ante la cual él ha defendido sin temblar sus opiniones.

La guerra es para nosotros sub-humana. Y también la revolución es sub-humana. Pero, mientras la primera lo es en el fin y en los medios, la segunda lo será solamente en los medios que deberá emplear. Según Marx, es con la revolución proletaria que se cerrará el periodo de la prehistoria humana y, por consiguiente, los proletarios comunistas que preparan la revolución son todavía hombres de la época sub-humana. Por otra parte, entre las clases sociales que se han alternado en el teatro de la historia, la clase trabajadora moderna es la primera que tiene la conciencia de las finalidades que quiere alcanzar.

Mientras las clases que la han precedido han llevado a cabo su propia revolución persiguiendo ilusorias metas ideológicas, pero sin tener noción de las relaciones de las fuerzas productivas que determinan fundamentalmente la crisis social y política, el proletariado posee en cambio, en la teoría del determinismo económico, una exacta diagnosis de la sociedad y de la historia que vive.

Los trabajadores socialistas del mundo entero saben que el objetivo de su revolución será no sólo el abatimiento de la clase hoy dominante, sino la abolición del principio de propiedad privada de los medios de producción que, en sus sucesivas transformaciones, ha dado lugar siempre al dominio y a la opresión de una clase de hombres sobre el resto de la humanidad. Después del triunfo del proletariado, la humanidad adquirirá por primera vez el dominio de las fuerzas productivas, por las cuales ha sido dominada hasta hoy. La misma burguesía capitalista omnipotente no puede hoy sustraerse a las férreas leyes económicas que se disparan del ilógico armazón del régimen de la producción y del  cambio, y en el actual periodo de guerra sus esfuerzos por intervenir con leyes estatales para dirigir los fenómenos económicos no se resuelven más que una triste parodia de lo que será el socialismo.

Sólo en el régimen comunista los recursos de la naturaleza serán dominados y guiados por la humanidad hacia la consecución de un bienestar colectivo cada vez mayor. La victoria del proletariado señalará no la época de un nuevo dominio de clase, sino el advenimiento de la solidaridad y de la igualdad humana. Por ello Carlos Marx pudo decir, como coronación de su gigantesca construcción dialéctica, que la causa de la clase trabajadora es la causa de la entera humanidad, y que la lucha de clase proletaria es pues la última de las luchas de clase, como la revolución que abatirá al capitalismo burgués será la última revolución.

Entonces, ha recordado Federico Adler, la única política interna será el trabajo, y la única política exterior será la paz.

Pero Adler es pues, como todos los comunistas, un hombre que vive en el ambiente de la “prehistoria ” aun teniendo, como ellos, la conciencia y la certeza de una futura sociedad nueva y mejor; él, que con Carlos Liebknecht puede ser considerado como uno de los mejores representantes del moderno socialismo revolucionario marxista – que no ha renunciado a sus principios frente al cataclismo [censura] sino que los ve en éste y por éste reconfirmados en su vigor magníficamente deslustrador de la compleja y trágica realidad que nos envuelve. Adler ha tenido clarísima, en el momento supremo, la percepción de la relación dialéctica que debe discurrir entre las finalidades del socialismo y los medios para su realización. Hombre de transición, él, como todos nosotros, tenía su tarea circunscrita a la preparación del triunfo proletario. El triunfo dará paz, bienestar y alegría a todos; su preparación es una lucha que no tiene tregua y, en los momentos culminantes, es sacrificio y martirio.

Adler ha sido estigmatizado por los códigos del capitalismo: ¡Asesino! Pues bien, también el socialismo niega el asesinato individual o colectivo. Pero en vez de condenarlo en nombre del “derecho”, que es el barniz de un imperio de clase, o de la “moral” planteada sobre principios metafísicos e irreales, pone de relieve y denuncia sus causas en el régimen de la propiedad privada, fuente de la criminalidad de los individuos y de las multitudes, y prevé con seguridad un nuevo orden social en el cual será eliminada la delincuencia hasta convertirse en una morbosa excepción.

¡Nosotros no podemos ilusionarnos de estar viviendo en la sociedad a la cual únicamente aspiramos! – advierte Adler. Hasta entonces, al igual que no podremos ensañarnos con el vulgar delincuente, víctima de una sociedad mal construida, lo mismo no negaremos los medios y las armas para la revancha proletaria, en relación al ambiente y al momento histórico, adecuadamente a los medios y a las armas del adversario.

Por ello nuestro pacifismo  no está basado en una prejudicial ética  contra la violencia y el derramamiento de sangre, ni tiene nada en común con Cristo o con Tolstoi. Éste está basado en la doctrina del materialismo histórico del cual se enuclea la táctica del proletariado.

Y el socialismo es necesariamente humano en el fin, pero anti-humano en los medios. Éste no puede aceptar la guerra, porque ella no tiende a acercar el final de la época sub-humana, tarea reservada a las fuerzas y a la acción del proletariado en el campo de la lucha entre las clases. Por otra parte, el socialismo no puede concebir la abstracta “humanitas” de Jesús o de Rolland, si antes no  ha sido llevada a término la batalla contra el principio anti-humano de la propiedad individual de los instrumentos productivos.

Dadnos el nuevo ambiente económico comunista y no tendréis más guerras, atentados y revoluciones. Pero hasta entonces, el ritmo fatal de la violencia no habrá concluido su ciclo histórico.

En régimen capitalista y militarista no existe todavía el Hombre, sino el pre-hombre, el esclavo. No podéis pretender que el esclavo se vuelva hombre en virtud de ascéticas abstracciones, antes del advenimiento histórico de la primera  humanidad. En este periodo de transición y de convulsiones, el esclavo dará un solo paso – un paso grandioso y fecundo: se volverá rebelde. En bastantes épocas históricas, el pre-hombre se ha agitado contra las cadenas que lo mantenían cautivo. Y a menudo se ha encaminado confiado hacia las promesas de nuevas y grandes idealidades. Pero el proletariado socialista, el último y más grande de los rebeldes, se desquitará de todas las desilusiones del pasado, porque ya no espera a otro Mesías que no sea su propia fuerza y su propia conciencia del devenir histórico, audazmente contrapuesta a las teóricas acreditadas por la sociología oficial.

La cual se puede mofar, cuando está ante ella y para ganarse el estipendio de sus patronos, de la concepción socialista, pero también debe temblar con los que le pagan cuando un Adler reafirma altamente su fe racional en la concepción revolucionaria, mientras los jueces firman su sentencia de muerte en nombre de Dios, del Emperador y del Derecho al servicio del Capital.

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“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

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