Nota: Tanto la carta como la intervención en el VI Ejecutivo ampliado se publican con el nombre del militante que las realizó porque es notorio y conocido al tratarse de una carta escrita por un individuo y al figurar en los protocolos el nombre de quién hizo la intervención. Como el propio compañero reivindica en su intervención no se trata de la defensa de una posición individual sino la de todo un grupo: "Ante todo, hablemos pues, de ese famoso sistema, de esa nueva teoría de la izquierda italiana. Se complace uno en repetir: «El sistema de X, la teoría de X, la metafísica de X», y se pretende que yo estoy completamente solo, que yo no expongo aquí más que mis propias ideas y mi crítica personal. Se quiere presentar mi posición como si fuese estrictamente personal. Pero, aunque recientemente se haya proclamado «oficialmente» la derrota de la izquierda italiana, de la que yo diría aún algunas palabras, debo declarar una vez más que, lejos de divertir al Congreso con las producciones espirituales de un individuo, yo represento aquí las posiciones defendidas por un grupo en el seno del movimiento comunista de Italia. (...) No son, pues, ideas exclusivamente personales las que yo defiendo aquí, sino las de todo un grupo."

 

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CARTA DE AMADEO BORDIGA A K. KORSCH

 

Nápoles, 28 de octubre de 1926

 

Querido compañero Korsch:

Las cuestiones son hoy tan graves que sería verdaderamente necesario poder discutirlas a viva voz y muy ampliamente: pero desgraciadamente esto no es posible por el momento. Tampoco me es posible escribir en detalle sobre todos los puntos de vuestra plataforma, algunos de los cuales podrían dar lugar a una discusión útil entre nosotros.

Por ejemplo, vuestra «manera de expresaros» a propósito de Rusia me parece que no es correcta. No se puede decir que «la revolución rusa es una revolución burguesa». La revolución de 1917 ha sido una revolución proletaria, aunque es un error generalizar sus lecciones «tácticas». La cuestión que se plantea es saber qué sucede a una dictadura proletaria en un país si no sigue la revolución en los otros países. Puede haber una contrarrevolución; puede haber una intervención exterior; puede haber un proceso de degeneración cuyos síntomas y repercusiones en el partido comunista se trata de descubrir y definir.

No se puede decir simplemente que Rusia es un país en el que el capitalismo está en expansión. La cosa es mucho más compleja: se trata de nuevas formas de lucha de clase que no tienen precedentes en la historia. Se trata de mostrar que toda la concepción que tienen los estalinistas de las relaciones con las clases medias constituye una renuncia al programa comunista. Se diría que vosotros excluís la posibilidad de que el partido comunista ruso pueda llevar una política que no desemboque en la restauración del capitalismo. Esto equivaldría a dar una justificación a Stalin, o a sostener la posición inadmisible según la cual habría que «abandonar el poder». Por el contrario, habría que decir que una justa política de clase habría sido posible en Rusia sin la serie de graves errores de política internacional cometidos por toda «la vieja guardia leninista».

También tengo la impresión –me limito a vagas impresiones– de que en vuestras formulaciones tácticas, incluso cuando son aceptables, concedéis un valor demasiado importante a lo que sugiere la situación objetiva, que hoy parece ir a la izquierda. Vosotros sabéis que a la izquierda italiana se nos acusa de rechazar el examen de las situaciones: esto no es cierto. Pero nuestro objetivo es construir una línea de izquierda que sea verdaderamente general y no ocasional, que se ligue a sí misma a través de las fases y los desarrollos de situaciones alejadas en el tiempo y diferentes las unas de las otras, afrontándolas todas en el terreno revolucionario adecuado, pero sin ignorar en nada sus caracteres distintivos objetivos.

Paso ahora a vuestra táctica. Para expresarme con fórmulas expeditivas y no... oficiales, yo diría que todavía me parece, en las relaciones internacionales de partido, demasiado elástica y demasiado... bolchevique. Todo el razonamiento por el que justificáis vuestra actitud de cara al grupo de Fischer, a saber, que contabais con empujarlo a la izquierda, o bien, en caso de que rehusase, desacreditarlo ante los ojos de los obreros, no me convence y no me parece que en los hechos haya dado resultado tampoco. De modo general, pienso que lo que hoy debe ser puesto en primer plano es, más que la organización y la maniobra, un trabajo previo de elaboración de una ideología política de izquierda internacional basada en las experiencias elocuentes que ha conocido el Komintern. Como este punto está lejos de ser realizado, toda iniciativa internacional parece difícil.

Añado algunas observaciones acerca de nuestra posición frente a los problemas de la izquierda rusa. Es sugestivo que nosotros hayamos visto las cosas de un modo diferente. Vosotros que erais muy desconfiados con respecto a Trotski habéis llegado enseguida al programa de solidaridad incondicional con la Oposición rusa apoyándoos más en Trotski que en Zinóviev (yo comparto vuestra preferencia).

Hoy que la Oposición rusa ha debido «someterse», vosotros habláis de hacer una declaración en la que se la debería atacar porque ha dejado caer la bandera: es una cosa sobre la que yo no estaría de acuerdo, cuando nosotros mismos no creímos deber «fundirnos» bajo esa bandera internacional levantada por la oposición rusa.

Zinóviev, y sobre todo Trotski, son hombres que tienen un gran sentido de la realidad; han comprendido que hay que encajar todavía golpes sin pasar a la ofensiva abierta. No estamos en el momento de la clarificación definitiva, ni en lo que concierne a la situación exterior ni en lo concerniente a la situación interior.

1. Nosotros compartimos las posiciones de la izquierda rusa acerca de las directivas de la política estatal del partido comunista ruso. Combatimos la política defendida por la mayoría del Comité Central como un encadenamiento hacia la degeneración del partido ruso y de la dictadura proletaria que conduce fuera del programa del marxismo revolucionario y del leninismo. En el pasado, no hemos combatido la política de Estado del partido comunista ruso mientras permaneció en el terreno definido por el discurso de Lenin sobre el impuesto en especie y el informe de Trotski en el IV Congreso mundial. Aceptamos las tesis de Lenin en el III Congreso.

2. Las posiciones de la izquierda rusa acerca de la táctica y de la política del Komintern, independientemente de la cuestión de las responsabilidades pasadas de numerosos de sus miembros, son insuficientes. No están cerca de las posiciones que afirmamos desde el principio de la Internacional Comunista acerca de las relaciones entre partidos y masas, entre táctica y situación, entre partidos comunistas y otros partidos llamados obreros, así como sobre la apreciación de la alternativa de la política burguesa. Se acercan más, aunque no completamente, en lo que se refiere a la cuestión del método de trabajo de la Internacional y de la interpretación y el funcionamiento de la disciplina interna y del fraccionismo.

Las posiciones de Trotski sobre la cuestión alemana de 1923 son satisfactorias, de igual modo que su juicio sobre la situación mundial actual. No se puede decir otro tanto de las rectificaciones de Zinóviev sobre las cuestiones del frente único y de la Internacional Sindical Roja así como otros puntos que tienen un valor ocasional y contingente, rectificaciones que no dan la certeza de una táctica que evite los errores del pasado.

3. Dada la política de presión y de provocación de los dirigentes de la Internacional y de sus secciones, toda organización de grupos nacionales e internacionales contra la desviación de derecha presenta peligros de escisión. No hay que querer la escisión de los partidos y de la Internacional. Hay que dejar que se realice la experiencia de la disciplina artificial y mecánica, respetando esta disciplina hasta en sus absurdidades de procedimiento en tanto que sea posible, pero sin renunciar jamás a las posiciones de crítica ideológica y política y sin solidarizarse nunca con la orientación dominante. Los grupos ideológicos que tienen una posición de izquierda tradicional y completa no podían solidarizarse de modo incondicional con la oposición rusa, pero no pueden condenar su reciente sumisión, que no es una conciliación por parte suya: ha sufrido condiciones que no ofrecían otra alternativa más que la escisión. La situación objetiva y externa es aún tal, que ser expulsado del Komintern significa –y no solamente en Rusia– tener todavía menos posibilidades de modificar el curso de la lucha de la clase obrera que las que se puede tener en el seno de los partidos.

4. En ningún caso sería posible admitir una solidaridad y una comunidad de declaraciones políticas con elementos como Fischer y Cía., que recientemente habrían asumido tanto en otros partidos como en el partido alemán responsabilidades de dirección en un sentido derechista y centrista, y cuyo paso a la oposición coincidiría con la imposibilidad de conservar la dirección de un partido con el asentimiento del centro internacional, y con críticas de su acción por la Internacional. Esto sería compatible con la defensa del nuevo método y del nuevo curso del trabajo comunista internacional que debe suceder al método de la maniobra de tipo parlamentario-funcionarista.

5.Con todos los medios que no excluyan el derecho a vivir en el partido, hay que denunciar la consigna predominante como conducente al oportunismo y que contrasta con la fidelidad a los principios programáticos de la Internacional, principios que otros grupos distintos de nosotros pueden también tener el derecho de defender, a condición de que se planteen la cuestión de buscar las deficiencias iniciales –no en el plano teórico, sino en el plano de la táctica, de la organización, de la disciplina– que han hecho que la III Internacional sea también susceptible de conocer peligros de degeneración.

Creo que uno de los defectos de la Internacional actual ha sido el de ser un «bloque de oposiciones» locales y nacionales. Hay que reflexionar sobre este punto, sin dejarse llevar a exageraciones, por supuesto, sino para aprovechar estas enseñanzas. Lenin interrumpió mucho trabajo «espontáneo» de elaboración contando con reunir materialmente a los diferentes grupos, y solamente después fundirlos de modo homogéneo al calor de la revolución rusa. En gran parte fracasó.

Comprendo bien que el trabajo que propongo no es fácil en la ausencia de lazos organizativos, de posibilidades de publicar, de hacer propaganda, etc. A pesar de ello creo que todavía se puede esperar. Se producirán nuevos acontecimientos externos y, en todo caso, espero que el sistema de estado de sitio desaparecerá por agotamiento antes de habernos obligado a contestar a las provocaciones.

Creo que esta vez no debemos dejarnos arrastrar por el hecho de que la oposición rusa ha debido firmar frases contra nosotros, quizá para no tener que ceder en otros puntos en la preparación atormentada del documento. Esas repercusiones entran también en los cálculos de los «bolchevizadores».

Procuraré enviaros elementos sobre los asuntos italianos. Nosotros no hemos aceptado la declaración de guerra que constituían las medidas de suspensión de ciertos dirigentes de izquierda y el asunto no ha tenido consecuencias de carácter fraccionista. Hasta el presente, las baterías de la disciplina han disparado sobre algodón. No es una línea muy bella y que nos contente a todos, pero es la menos mala posible. Os enviaremos copia de nuestro recurso a la Internacional.

En conclusión, no creo que haga falta hacer una declaración internacional como proponéis, y ni siquiera pienso que la cosa fuese realizable en la práctica. Sin embargo, creo útil efectuar en los diversos países manifestaciones y declaraciones ideológicas y políticamente paralelas en su contenido sobre los problemas de Rusia y del Komintern, sin llegar, no obstante, a dar el pretexto del «complot» fraccionista, y que cada cual elabore libremente su pensamiento y sus experiencias.

Estimo que en esta cuestión interna es preferible, más a menudo, emplear la táctica que consiste en dejarse llevar por los acontecimientos que, por cierto, en las cuestiones «externas» es muy nociva y oportunista. Con más razón aún si se tiene en cuenta el funcionamiento especial del mecanismo del poder interno y de la disciplina mecánica, de la cual sigo creyendo que se destruiría sola.

Sé que he sido insuficiente y poco claro. Ruego que me excuséis y, por el momento, recibid mis cordiales saludos.

A.BORDIGA

 

 

 

VI EJECUTIVO AMPLIADO DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA (1926)

 

Aun suponiendo que las circunstancias exteriores no lo hubiesen interrumpido, el intercambio de correspondencia entre la Izquierda Italiana y el grupo Korsch no habría tenido continuación, dadas las posiciones pronto tomadas por este último (sin hablar, como veremos, de otras corrientes de oposición en Alemania). A pesar de su brevedad, la carta de Bordiga a Korsch establece, no obstante, ciertos puntos que merecen ser subrayados a fin de esclarecer, antes de continuar, el alcance de los desacuerdos y de los puntos de acuerdo entre nosotros y las otras oposiciones al estalinismo rastrero.

1) Independientemente de toda consideración por su parte acerca de la táctica y el método de trabajo de la Internacional a partir del IV Congreso (y, sobre ciertas cuestiones particulares, aún antes) la Izquierda italiana había sido la única en lanzar desde hacía mucho tiempo un grito de alarma a propósito de la situación del partido ruso: «Quisiera decir sinceramente, había proclamado Bordiga en el V Congreso (julio de 1924), es decir, en la época de la “primera” oposición en Rusia, que en la situación presente, es la Internacional del proletariado revolucionario mundial la que debe devolver al Partido Comunista ruso una parte de los numerosos servicios que ha recibido de él. La situación más peligrosa, desde el punto de vista del peligro revisionista de derechas, es la situación del partido ruso, y los otros partidos deben defenderlo contra tales peligros» (Discurso a la 13 sesión del 25-6-1924, de «Lo Stato Operaio», 7-8-1924), pidiendo a todas las secciones de la Internacional Comunista que aportasen su contribución a la solución de los graves problemas colectivos de la táctica, teniendo por objeto la salvaguardia y la consolidación de las conquistas de Octubre (no era lo único, pero, en 1926, era lo esencial), sabiendo bien que la cuestión rusa jamás podría encontrar solución en el marco cerrado de la sola Rusia, y también que la herencia bolchevique no contenía por sí sola la solución automática de todas las cuestiones de orientación del movimiento en los países de capitalismo avanzado y en plena putrefacción; y, únicamente en este sentido, afirmación de la necesidad de «invertir, para volver a ponerla sobre su base, la pirámide» de la Internacional, que reposaba entonces peligrosamente sobre una cima desunida: tales fueron los temas de los discursos, intervenciones y mociones de Bordiga en nombre de la Izquierda del P. C. de Italia (y no de una izquierda internacional, inexistente) en el VI Ejecutivo ampliado de 1926. Bujarin declaró en uno de sus discursos que el representante de esta Izquierda era, como siempre lo había sido, «un polo fijo en el movimiento general». La frase se presentaba como desdeñosa y destructora: de hecho, expresaba involuntariamente la realidad de la función que la Izquierda asumía a pesar de su aislamiento, es decir, y para emplear los términos en los que el Manifiesto de 1848 había resumido la tarea permanente de los comunistas, «representar en el presente el futuro del movimiento». En el momento en el que la pregunta: «¿A dónde va Rusia?» se trocaba en: «¿A dónde va el partido mundial único de la revolución proletaria?», había que permanecer firme mientras todo refluía. Se nos preguntó entonces nuestra «perspectiva», y se nos acusó de no tener. La perspectiva estaba implícita en la conclusión del discurso de Bordiga: si fuese necesario, había que tener la fuerza de empezarlo todo de nuevo desde cero.

A lo largo de años más difíciles y parcos en resultados inmediatos, la Izquierda debía mostrar, sola entre todas las «oposiciones», que tenía esta fuerza. No se trata de reivindicar un mérito, ni de vanagloriarse de él estúpidamente. Se trata de utilizar la lección y actuar en consecuencia.

 

  

 

INTERVENCIÓN DE A. BORDIGA EN EL VI EJECUTIVO AMPLIADO DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA 

DISCURSO EN LA QUINTA SESIÓN (23 DE FEBRERO DE 1926)

 

El informe y las tesis de Zinóviev sobre las «tareas actuales del movimiento comunista internacional» durante cuya discusión Amadeo Bordiga pronunció su discurso más importante (5 sesión, 23 de febrero de 1926) necesitan pocos comentarios. Partiendo de un examen detallado de la fase de «estabilización relativa» por la que atravesaba el capitalismo (éste será el principal argumento invocado en el debate interno ruso en apoyo de la teoría de la construcción del socialismo en un sólo país), así como de la constatación de las «aspiraciones a la unidad sobre la base de la lucha de clase y del abandono gradual de las ilusiones socialdemócratas» en el seno del proletariado del mundo entero, el informe y las tesis de Zinóviev reafirmaban la «justa aplicación del frente único» según las resoluciones del V Congreso. Reafirmaban igualmente la validez de las maniobras tácticas sugeridas en Alemania, en Italia y en Francia, pero dejando, no obstante, la vía abierta a una gran libertad de interpretación de la consigna del frente único, en cuanto éste estaba ligado a la reivindicación de la unidad sindical internacional basada en la existencia de «alas de izquierda» en el interior de los sindicatos reformistas (a las que se daba un peso enorme y, retrospectivamente, completamente desproporcionado) y a las que se intentaba llevar a un terreno de clase contra las direcciones oficiales (se veían formaciones «de izquierda» análogas en movimientos y partidos campesinos). Zinóviev recordaba el principio de la reorganización de los partidos sobre la base de las células de fábrica y de empresa y, tras una larga crítica de las desviaciones de ultraizquierda y de derecha, afirmaba la necesidad de combinar en la Internacional y en sus secciones la disciplina y la centralización más estricta con la democracia más amplia y eficaz.

En sus formulaciones, el Informe y las tesis tomaban de buen grado tonalidades «de izquierda»; pero a la luz de la acción práctica realizada en el curso de los dieciocho meses precedentes en conformidad con las bases de principio del frente único, como había sido confirmado, uno y otras repercutían un sonido alejado de la realidad y aparecían como una concha vacía en la que se podía verter cualquier contenido, mientras que el silencio más completo rodeaba a las cuestiones internas del partido ruso y las perspectivas de su desarrollo ulterior. De ello no se podía deducir, ni en los hechos ni siquiera en perspectiva, una visión del pasado ni el anuncio de un curso diferente en el futuro. Fuera de toda visión local y contingente, el discurso de Bordiga dibuja, por el contrario, (o, si se prefiere, intenta dibujar) las bases de la una y del otro.

BORDIGA: Compañeros, nos ocupamos aquí de un proyecto de tesis y de un informe del Ejecutivo, pero creo que es absolutamente imposible limitar los debates a este proyecto de tesis y a este informe.

En años precedentes he tenido la ocasión, en diversos congresos de la Internacional, de dar mi apoyo a tesis y a declaraciones que a veces eran muy buenas y muy satisfactorias, pero, en el desarrollo de la Internacional, los hechos no han estado siempre a la altura de las esperanzas que estas declaraciones habían despertado en nosotros. Por esta razón hay que discutir y someter a examen crítico el desarrollo de la Internacional desde el triple punto de vista de los acontecimientos que se han producido desde el último congreso, así como respecto a las perspectivas de la Internacional y las tareas que debe fijarse.

Debo afirmar que la situación que conocemos en la Internacional no puede ser considerada como satisfactoria. En cierto sentido nos encontramos frente a una crisis. Esta crisis no ha nacido hoy, existe desde hace tiempo. Esta es una afirmación que no es enunciada solamente por mí y por algunos grupos de compañeros de extrema izquierda. Los hechos prueban que todos reconocen la existencia de esta crisis. Frecuentemente se lanzan nuevas consignas que, en el fondo, contienen la confesión de que es indispensable cambiar radicalmente nuestros métodos de trabajo. Aquí se han lanzado en muchas ocasiones, en los virajes de nuestra actividad, nuevas consignas a través de las cuales se reconocía en el fondo que el trabajo iba por mal camino. Es cierto que en este mismo momento se declara que no se trata de hacer revisión, que no se impone ningún cambio. Es una contradicción flagrante. Para probar que la existencia de desviaciones y de una crisis en la Internacional es admitida por todos y no sólo por los ultraizquierdistas descontentos, nos proponemos repasar muy rápidamente la historia de nuestra Internacional y de sus diferentes etapas.

La fundación de la Internacional Comunista después del hundimiento de la II Internacional se hizo bajo la consigna según la cual el proletariado debía trabajar para la formación de partidos comunistas. Todos estaban de acuerdo en considerar que las condiciones objetivas eran favorables a la lucha final revolucionaria, pero que nos faltaba el órgano de este combate. Se decía entonces: las premisas revolucionarias objetivas existen, y si tuviésemos partidos comunistas verdaderamente capaces de llevar una actividad revolucionaria, entonces estarían reunidas todas las condiciones previas necesarias para una victoria completa.

En el III Congreso, la Internacional –sacando las lecciones de acontecimientos numerosos, pero sobre todo, las de la acción de marzo de 1921 en Alemania– se vio obligada a constatar que la formación de partidos comunistas no era suficiente por sí sola. Secciones suficientemente fuertes de la Internacional Comunista habían aparecido en casi todos los países importantes, y sin embargo, el problema de la acción revolucionaria no había sido resuelto. El partido alemán había juzgado posible marchar al combate y lanzar una ofensiva contra el enemigo, pero sufrió una derrota. El III Congreso debió debatir este problema y se vio obligado a constatar que la existencia de partidos comunistas no es suficiente cuando faltan las condiciones objetivas de la lucha. No se había tenido en cuenta que si se pasa a una ofensiva de este género se necesita asegurarse previamente el apoyo de amplias masas. El partido comunista más poderoso no es capaz de crear por un acto de pura voluntad, en una situación generalmente revolucionaria, las condiciones previas y los factores indispensables a una insurrección, si no ha sabido reunir en torno suyo a importantes masas.

Así pues, fue una etapa con ocasión de la cual la Internacional constató de nuevo que debían cambiarse muchas cosas. Se continúa afirmando que la idea de la táctica del frente único está contenida en los discursos del III Congreso y que después ha sido formulada en las sesiones del Ejecutivo ampliado después del III Congreso, a la luz del análisis de la situación política que había hecho Lenin en el III Congreso. Esto no es completamente exacto, pues en el entretanto la situación había cambiado. En el período en el que la situación objetiva era favorable, no supimos utilizar correctamente el buen método de la ofensiva contra el capitalismo. Tras el III Congreso ya no se trata simplemente de lanzar una segunda ofensiva después de haber conquistado previamente a las masas. La burguesía nos había ganado en rapidez, era ella la que, en los principales países, lanzaba la ofensiva contra las organizaciones obreras y los partidos comunistas, y esa táctica de la conquista de las masas con vistas a la ofensiva de que se trataba en el III Congreso se transformó en una táctica defensiva contra la acción desencadenada por la burguesía capitalista. Se elaboraba esta táctica al mismo tiempo que el programa que se quiere realizar, estudiando el carácter de la ofensiva del enemigo y realizando la concentración del proletariado que debe permitirnos la conquista de las masas por nuestros partidos y el paso a la contraofensiva en un próximo futuro. Es en este sentido en el que fue concebida entonces la táctica del Frente Único.

No tengo necesidad de decir que no tengo nada que objetar a las concepciones del III Congreso relativas a la necesidad de la solidaridad de las masas; evoco aquí esta cuestión para mostrar que la Internacional se vio obligada una vez más a reconocer que todavía no estaba lo suficientemente madura para dirigir la lucha del proletariado mundial.

La aplicación de la táctica del Frente Único ha conducido a errores derechistas, y estos errores han aparecido cada vez más claramente después del III Congreso, y sobre todo después del IV; esta táctica, que no sólo puede ser aplicada en un período de defensiva, es decir, en una época en que la crisis de descomposición del capitalismo ya no es tan aguda, esta táctica que hemos utilizado ha degenerado gravemente. A nuestro parecer, esta táctica ha sido aceptada sin que se haya aclarado exactamente su significado. No se ha sabido asegurar el mantenimiento del carácter específico del partido comunista. No tengo la intención de repetir aquí nuestra crítica concerniente a la manera como la mayoría de la Internacional Comunista ha aplicado la táctica del Frente Único. Nosotros no teníamos nada que objetar cuando se trataba de hacer reivindicaciones económicas inmediatas del proletariado, y aún las reivindicaciones más elementales que se derivan de la ofensiva del enemigo, la base de nuestra acción. Pero cuando, so pretexto de que se trataba sólo de una pasarela que nos permitiese proseguir nuestro camino hacia la dictadura del proletariado, se ha querido dar al Frente Único nuevos principios, tocantes al poder central del Estado y al gobierno obrero, nosotros hemos protestado y hemos dicho: aquí estamos sobrepasando los límites de la buena táctica revolucionaria.

Nosotros, como comunistas, sabemos muy bien que el desarrollo histórico de la clase obrera debe conducir a la dictadura del proletariado, pero se trata de una acción que debe influenciar a amplias masas, y estas masas no pueden ser conquistadas por nuestra simple propaganda ideológica. En toda la medida en que podamos contribuir a la formación de la conciencia revolucionaria de las masas, lo haremos por la fuerza de nuestra posición y de nuestra actitud en cada fase del desarrollo de los acontecimientos. Por esta razón, nuestra actitud no puede y no debe estar en contradicción con nuestra posición concerniente a la lucha final, es decir, el fin para el que nuestro partido ha sido formado especialmente. La agitación con una consigna como, por ejemplo, la del gobierno obrero, no puede dejar de sembrar el desconcierto en la conciencia de las masas e incluso en la del Partido y de su estado mayor.

Nosotros criticamos todo esto desde el principio, y yo me limito aquí a recordar en sus grandes líneas el juicio que dimos en aquella época. Cuando nos hemos encontrado frente a los errores que esta táctica ha provocado, y, sobre todo, cuando se produjo la derrota de octubre de 1923 en Alemania, la Internacional reconoció haberse equivocado. No era un accidente secundario, era un error que debíamos pagar abandonando la esperanza de conquistar un nuevo gran país al lado del primer país que había conquistado la revolución proletaria, lo que habría sido de una importancia enorme para la revolución mundial.

Desgraciadamente, nos contentamos con decir: no se trata de revisar de modo radical las decisiones del IV Congreso mundial, solamente es necesario apartar a ciertos compañeros que se han equivocado en la aplicación de la táctica del Frente Único; es necesario encontrar a los responsables. Se los ha encontrado en el ala derecha del partido alemán, no se ha querido reconocer que es la Internacional en su conjunto la que tiene la responsabilidad. No obstante, se han sometido las tesis a una revisión y se ha dado al gobierno obrero una formulación muy distinta.

¿Por qué no hemos estado nosotros de acuerdo con las tesis del V Congreso? A nuestro parecer, la revisión no bastaba; más bien, las diferentes fórmulas habrían de ser esclarecidas, pero sobre todo, nosotros nos oponíamos a las medidas del V Congreso porque no suprimían los errores graves y porque pensábamos que no conviene limitar la cuestión a un proceso contra individuos, porque pensábamos que se imponía un cambio en la Internacional misma. Se rehusó seguir este camino sano y valeroso. En muchas ocasiones hemos criticado que entre nosotros, en el ambiente en que trabajamos, se alimente un espíritu parlamentario y diplomático. Las tesis están muy a la izquierda, los discursos están muy a la izquierda, y aquéllos mismos contra quienes van dirigidos los aprueban porque piensan que así están inmunizados. Pero nosotros no nos hemos atenido solamente a la letra, nosotros hemos previsto lo que pasaría después del V Congreso, y por esta razón no podíamos declararnos satisfechos.

 

LA BOLCHEVIZACIÓN

Quisiera establecer aquí esto: más de una vez hemos estado obligados a reconocer que había que cambiar radicalmente la línea. La primera vez no se había comprendido la cuestión de la conquista de las masas, la segunda no se había comprendido la táctica del Frente Único. En el V Congreso se emprendió una revisión radical de la línea seguida hasta entonces. Pero esto no es todo: en marzo de 1925 se constata una vez más que todo va mal. Se dice: han pasado seis años desde la fundación de la Internacional, pero ninguno de sus partidos ha logrado hacer la revolución. Ciertamente, la situación se ha degradado; ahora tenemos delante una cierta estabilización del capitalismo, pero sin embargo se declara que deberían cambiarse muchas cosas en la actividad de la Internacional. No se ha comprendido todavía lo que hay que hacer, y se lanza la consigna de la bolchevización. Es incomprensible; pero ¿cómo, han pasado ocho años desde la victoria de los bolcheviques rusos, y hénos aquí obligados ahora a constatar que los otros partidos no son bolcheviques? ¿Que es necesaria una transformación radical para elevarlos a la altura de partidos bolcheviques? ¿Nadie había observado esto antes?

¿Por qué no elevamos una protesta, desde el V Congreso, contra esta consigna de la bolchevización? Porque nadie ha podido oponerse a la afirmación según la cual los otros partidos debían adquirir la capacidad revolucionaria que ha hecho posible la victoria del partido bolchevique.

Pero ahora ya no se trata de una simple consigna, de un simple eslogan. Ahora debemos ocuparnos de los hechos y de las experiencias. Ahora es necesario hacer el balance de la bolchevización y ver en qué ha consistido.

Yo defiendo que este balance es desfavorable desde varios puntos de vista. No se ha resuelto el problema que se trataba de resolver: el método de la bolchevización aplicado a todos los partidos no les ha hecho progresar. Debo examinar el problema desde diferentes puntos de vista. Muy en primer lugar, desde el punto de vista histórico.

No tenemos más que un partido que ha arrancado la victoria revolucionaria, es el partido bolchevique ruso. Para nosotros, lo esencial es seguir el mismo camino que adoptó el partido ruso para llegar a la victoria: esto es muy justo, pero no basta. Es innegable que la vía histórica seguida por el partido ruso no pude presentar todos los rasgos del desarrollo histórico que espera a los otros partidos. El partido ruso ha luchado en un país donde la revolución liberal burguesa no se había realizado todavía: el partido ruso –es un hecho– ha luchado en condiciones particulares, es decir, en un país donde la autocracia feudal no había sido abatida todavía por la burguesía capitalista. Entre el abatimiento de la autocracia feudal y la conquista del poder por parte del proletariado se ha extendido un período demasiado corto como para que se pueda comparar este desarrollo con el que deberá realizar la revolución proletaria en los otros países. Faltó tiempo para que pudiese surgir un aparato de Estado burgués sobre las ruinas del aparato de Estado zarista y feudal. El desarrollo de los acontecimientos en Rusia no nos suministra las experiencias fundamentales que necesitamos para saber de qué manera podrá el proletariado abatir al Estado capitalista moderno, liberal, parlamentario, que existe desde hace muchos años y que posee una gran capacidad defensiva. Una vez aclaradas estas diferencias, el hecho de que la revolución rusa haya confirmado nuestra doctrina, nuestro programa, nuestra concepción del papel de la clase obrera en el desarrollo histórico, es desde el punto de vista teórico aún más importante que la revolución rusa, incluso en estas condiciones particulares, ha conducido a la conquista del poder y a la dictadura del proletariado realizada por el partido comunista. La teoría del marxismo revolucionario ha encontrado en ella su confirmación histórica más grandiosa. Desde el punto de vista ideológico, es de una importancia histórica decisiva, pero por lo que respecta a la táctica, esto no basta. Es indispensable que sepamos cómo se ataca al Estado burgués moderno, que se defiende en la lucha armada más eficazmente aún que lo hacía la autocracia zarista, pero que, además, se defiende con la ayuda de la movilización ideológica y de la educación derrotista de la clase obrera por la burguesía. Este problema no aparece en la historia del partido comunista ruso, y si se interpreta la bolchevización en el sentido de que se puede pedir a la revolución realizada por el partido ruso la solución de todos los problemas estratégicos de la lucha revolucionaria, entonces esta concepción de la bolchevización es insuficiente. La Internacional debe formarse una concepción más amplia, debe encontrar, para los problemas estratégicos, soluciones fuera de la experiencia rusa. Ésta debe ser explotada a fondo, no se debe rechazar ninguna de sus características, se la debe tener constantemente a la vista, pero necesitamos también elementos complementarios provenientes de la experiencia de la clase obrera en Occidente. He aquí lo que hay que decir desde el punto de vista histórico y táctico sobre la bolchevización. La experiencia de la táctica en Rusia no nos ha mostrado cómo debemos proceder en la lucha contra la democracia burguesa; no nos da ninguna idea de las dificultades y de las tareas que nos reserva el desarrollo de la lucha proletaria, en nuestros países.

 

 LA CUESTIÓN DE LA ORGANIZACIÓN

Otro aspecto del problema de la bolchevización es la cuestión de la reorganización del partido. En 1925 se declara improvisadamente: toda la organización de las secciones de la Internacional es incorrecta. No se ha explicado todavía el abc de la organización. Nos hemos planteado ya el conjunto de los problemas, pero lo esencial no se ha hecho todavía. Es decir, no se ha resuelto el problema de nuestra organización interna. Se reconoce así que hemos marchado en una dirección totalmente equivocada. Sé muy bien que no se pretende limitar la consigna de la bolchevización a un puro y simple problema de organización. Pero este problema tiene un aspecto organizativo y aquí se ha insistido sobre el hecho de que esto es lo más importante.

Los partidos no están organizados como lo estaba y lo está el partido bolchevique ruso, porque su organización no reposa sobre el principio del puesto de trabajo, porque conservan el tipo de organización territorial, que sería absolutamente incompatible con las tareas revolucionarias, que respondería al tipo característico del partido socialdemócrata parlamentario. Si se juzga necesario transformar la organización de nuestros partidos en este sentido, y si se presenta esta modificación no como una medida práctica propia de ciertos países en ciertas condiciones, sino al contrario como una medida fundamental válida para toda la Internacional, destinada a poner remedio a un error esencial, a crear las condiciones previas indispensables para la transformación de nuestros partidos en partidos verdaderamente revolucionarios –entonces no podemos estar de acuerdo. Es muy extraño, después de todo, que no se haya tenido conciencia de esto hasta ahora. Se sostiene que el pasaje a las células de empresas estaba contenido ya en las tesis del III Congreso. Pero, entonces, es verdaderamente muy extraño que se haya esperado desde 1921 hasta 1925 para poner en práctica lo que se dice haber decidido. La tesis según la cual un partido comunista debe estar incondicionalmente construido sobre la base del puesto de trabajo es teóricamente equivocada. Según Marx y Lenin y según una tesis de principio conocida y formulada con precisión, la revolución no es una cuestión de forma de organización. Para resolver el problema de la revolución, no basta con encontrar una fórmula organizativa. Los problemas que se levantan ante nosotros son problemas de fuerza, no de forma. Los marxistas han combatido siempre las escuelas sindicalistas y semiutopistas que dicen: reunid a las masas en tal o cual organización, sindicato, cooperativa, etc., y la revolución estará hecha. Ahora se dice, o al menos se lleva la campaña en este sentido: hay que erigir la organización sobre la base de la célula de empresa, y todos los problemas de la revolución estarán resueltos. Se añade: el partido ruso ha logrado hacer la revolución porque estaba construido sobre esta base.

Se dirá, ciertamente, que yo exagero pero varios compañeros podrán confirmar que la campaña ha sido llevada en base a tesis de este género. Lo que nos interesa es la impresión que estas consignas producen en la clase obrera y entre los miembros de nuestro partido. Por lo que respecta al trabajo de célula, se ha dado la impresión de que eso era la receta infalible del verdadero comunismo y de la revolución. Por mi parte, impugno que el partido comunista deba estar necesariamente formado sobre la base de células de empresa. En las mismas tesis organizativas que Lenin presentó en el III Congreso, se insistió precisamente en varias ocasiones sobre el hecho de que en cuestiones de organización no puede haber una solución de principio valedera para todos los países y para todos los tiempos. Nosotros no ponemos en duda que el principio de la célula de empresa como base de la organización del partido haya sido bueno dada la situación propia de Rusia. No quiero detenerme demasiado sobre esta cuestión; en la abundante discusión en el Congreso del partido italiano hemos dicho que en Rusia había habido causas históricas diversas que favorecian la organización sobre esta base.

¿Por qué pensamos nosotros que las células de empresa comportan inconvenientes en otros países, si se compara su situación a la de Rusia? Ante todo, porque los obreros organizados en la célula jamás son capaces de discutir todas las cuestiones políticas. Precisamente se establece en el informe del Comité ejecutivo de la Internacional Comunista en este pleno que en casi ningún país las células de empresa han llegado a ocuparse de asuntos políticos. Se dice que es que ha habido exageración, que se habían reorganizado muy rápidamente los partidos pero que no se trataba más que de errores prácticos, secundarios. No obstante, se puede poner en duda que se trate no sólo de un simple detalle si se ha privado a los partidos de su organización fundamental, una organización capaz de discutir los problemas políticos, y que la nueva organización continúa, después de un año de existencia, sin asumir aún su función vital: si se llega a semejante resultado es ciertamente porque no se trata de errores aislados, sino porque el planteamiento de todo el problema es equivocado. No es una cosa que se pueda tomar a la ligera. La cuestión es muy importante. Pensamos que no es una casualidad que la célula de empresa no permita la discusión de los problemas políticos; pues los obreros de los países capitalistas, que están reunidos en el pequeño círculo estrecho de su empresa, no tienen la posibilidad de plantearse problemas generales y ligar las reivindicaciones inmediatas al objetivo final del comunismo. En una asamblea de obreros que se interesan por los mismos pequeños problemas inmediatos y no pertenecen a categorías profesionales distintas, estas cuestiones de reivindicaciones inmediatas pueden muy bien ser debatidas, pero en esta asamblea no hay ninguna base para una discusión de los problemas generales, de los problemas que conciernen al conjunto de la clase obrera, es decir, que no es posible desarrollar en ella un trabajo político de clase, como es el papel del partido comunista.

Se nos dirá: lo que vosotros reclamáis es lo que reclaman también todos los elementos derechistas; queréis las organizaciones territoriales, en cuyas asambleas los intelectuales, con sus largos discursos, dominan toda la discusión. Pero este peligro de demagogia y de engaño por parte de los dirigentes existirá siempre, existe desde que existe un partido proletario, pero ni Marx ni Lenin, que han tratado este problema de modo detallado, jamás pensaron un instante resolverlo con la ayuda del boicot a los intelectuales o los no–proletarios. Por el contrario, más de una vez señalaron el papel históricamente indispensable de los desertores de la clase dominante en la revolución. Es notorio que oportunismo y traición se infiltran, en general, en el partido y en las masas a través de ciertos dirigentes, pero la lucha contra este peligro debe ser llevada de otra manera. Incluso si la clase obrera pudiese salir de apuros sin ex–intelectuales de origen burgués, no podría por ello prescindir de dirigentes, de agitadores, de periodistas, etc., y no le quedaría otra elección más que buscarlos en las filas de los obreros. Pero el peligro de corrupción y de demagogia de estos obreros convertidos en dirigentes no es distinto del de los intelectuales. En ciertos casos, son antiguos obreros los que han jugado el papel más repugnante en el movimiento obrero, es un hecho universalmente conocido. Y, en definitiva, ¿es que los intelectuales no juegan ya ningún papel en la organización en células de empresa, tal como es practicada ahora? Es lo contrario lo que pasa. Son los intelectuales los que, conjuntamente con antiguos obreros, constituyen el aparato del partido. El papel de estos elementos sociales no se ha modificado, incluso es más peligroso ahora. Si admitimos que estos elementos pueden ser corrompidos por su posición de funcionarios, esta dificultad persiste pues ahora les hemos dado responsabilidades todavía más grandes, dado que los obreros prácticamente no tienen libertad de movimiento en las pequeñas asambleas de las células de empresa, ni base suficiente para influir en el partido, por su instinto de clase. El peligro contra el que llamamos la atención no consiste en un retroceso de la influencia de los intelectuales sino, por el contrario, en que los obreros de célula no se preocupan más que de reivindicaciones inmediatas de su empresa y en que no ven los grandes problemas del desarrollo revolucionario general de la clase obrera. La nueva forma de organización está, pues, menos adaptada para la lucha de clase proletaria en el sentido más serio y amplio del término.

En Rusia, los grandes problemas generales del desarrollo revolucionario, el problema del Estado, el de la conquista del poder, estaban inscritos a cada instante en el orden del día, porque el aparato de Estado feudal zarista estaba irremediablemente minado y porque cada grupo de obreros se veía colocado a cada instante ante este problema por su posición en la vida social y por la presión administrativa. Las desviaciones oportunistas no representaban en Rusia un peligro particular, pues faltaba una base para la corrupción del movimiento obrero por el Estado capitalista, que maneja hábilmente el arma de las concesiones democráticas y de las ilusiones colaboracionistas.

Hay también una diferencia de orden práctico. Naturalmente, debemos dar a la organización de nuestro partido la forma más apta para resistir a la represión. Debemos protegernos contra los intentos de la policía para disolver nuestro partido. En Rusia, la organización en células de empresa era justamente la mejor forma, pues el movimiento obrero se había hecho imposible en las calles, en las ciudades, en la vida pública, por las medidas extremadamente severas de la policía. De este modo, era materialmente imposible organizarse fuera de la empresa. Sólo en la empresa podían los obreros reunirse para discutir sus problemas sin ser vigilados. Además, era sólo en la empresa que los problemas de clase se planteaban en el terreno entre capital y trabajo.

Las pequeñas cuestiones económicas tocantes a la empresa, por ejemplo, la cuestión de las multas planteada por Lenin, eran desde el punto de vista histórico progresistas en comparación a las reivindicaciones liberales que los obreros y la burguesía dirigían conjuntamente contra la autocracia zarista; pero en comparación con la cuestión de la conquista del poder en la lucha contra la democracia burguesa como nueva forma de Estado, las reivindicaciones proletarias inmediatas son problemas de importancia secundaria.

Pero como esta cuestión de la conquista del poder no podía ser planteada más que después de la caída del zarismo, era necesario desplazar el corazón de la lucha a la empresa, porque la empresa era la única base sobre la que el partido autónomo proletario podía desarrollar plenamente su acción.

Si la burguesía y los capitalistas eran en Rusia aliados del zar, no dejaban de ser, al mismo tiempo, los que debían derrocarle, los que representaban en potencia el hundimiento del poder autocrático. Por esta razón no hubo en Rusia, entre los industriales y el Estado, una solidaridad tan completa como en los países modernos capitalistas. En estos países reina una solidaridad absoluta entre el aparato del Estado y los patronos, es su Estado, su policía. Es el aparato del Estado el que aparece históricamente como instrumento del capitalismo, es él el que ha creado los órganos adaptados a este fin y los pone a disposición de los patronos. Si un obrero intenta en la empresa organizar a otros obreros, el patrón llama a la policía, recurre al espionaje, etc. Por esta razón el trabajo de partido en la empresa es mucho más peligroso en los países capitalistas modernos. Para la burguesía no es difícil sacar a la luz el trabajo de partido en la empresa. Por esta razón, nosotros proponemos no formar las organizaciones fundamentales del partido en el interior de la empresa, sino desplazarlas al exterior.

Sólo quisiera contar aquí un pequeño hecho. En Italia, la policía enrola ahora a un nuevo tipo de agentes. Las condiciones de reclutamiento son muy severas. Pero para los que ejercen un oficio y pueden trabajar en una empresa, se facilita la entrada. Esto prueba que la policía busca a gentes capaces de trabajar en las distintas industrias para poder utilizarlas en detectar el trabajo revolucionario en la empresa.

Por otro lado, hemos oído que una organización antibolchevique internacional ha decidido organizarse en células para hacer contrapeso al movimiento comunista.

Otro argumento. Se ha dicho aquí que un nuevo peligro ha hecho su aparición, el de la aristocracia obrera. Está claro que este peligro caracteriza los períodos en que estamos amenazados por el oportunismo, que tiende a jugar cierto papel en la corrupción del movimiento obrero.

Pero el canal más fácil para la penetración de la influencia de la aristocracia obrera en nuestras filas es, sin ninguna duda, la organización fundada sobre el principio de la célula de empresa, porque en la empresa es inevitable la influencia del obrero que ocupa un puesto más alto en la jerarquía técnica del trabajo.

Por todas estas razones, y sin hacer de ello una cuestión de principio, pedimos que la base organizativa del partido –por razones políticas y técnicas– siga siendo la organización territorial.

¿Significa esto que queremos descuidar, sin embargo, el trabajo de partido en la empresa? ¿Negamos que el trabajo comunista en la empresa sea una base importante para establecer la ligazón con las masas? De ninguna manera. El partido debe tener una organización en la empresa, pero esta organización no debe ser la base del partido. En las empresas debe haber organizaciones de partido que estén bajo la dirección política del partido. Es imposible establecer la ligazón con la clase obrera sin organización en la empresa, pero esta organización debe ser la fracción comunista.

Para apoyar mi afirmación, quisiera informar de lo siguiente: en una época en la que aún no existía el fascismo, creamos en Italia una red de fracciones de este género, y consideramos esta actividad la más importante para nosotros. Prácticamente, es a las fracciones comunistas en las empresas y en los sindicatos a las que correspondió siempre la tarea de ponernos en contacto más estrechamente con las masas. La ligazón con el partido suministra a estos órganos de trabajo los elementos políticos y los elementos de clase, en el sentido más amplio de la palabra, que no reciben solamente sus impulsos del círculo estrecho de la rama y de la fábrica.

Nosotros estamos, pues, por una red de organizaciones comunistas en las empresas, pero, a nuestro parecer, el trabajo político debe ser realizado en las organizaciones territoriales.

No puedo entrar aquí en el detalle de las conclusiones que se han sacado de nuestra actitud sobre la cuestión en el curso de la discusión precongresual en Italia. En el congreso y en nuestras tesis hemos desarrollado en detalle la cuestión teórica de la naturaleza del partido. Se ha afirmado que nuestro punto de vista no era un punto de vista de clase: habríamos pretendido que el partido permita desarrollar una mayor actividad a los elementos heterogéneos, como por ejemplo, los intelectuales. No es cierto. Nosotros no combatimos la organización basada exclusivamente sobre las células de empresa porque, así, el partido se encuentra constituido exclusivamente por obreros. Lo que nosotros tememos es el peligro del laborismo y del obrerismo, que es el peor peligro antimarxista. El partido es proletario porque está colocado en el camino histórico de la revolución, de la lucha por los objetivos finales, a los que aspira solamente la clase obrera. Es esto lo que hace que el partido sea proletario, no el criterio automático de su composición social. El carácter del partido no se encuentra comprometido por la participación activa en su trabajo de todos aquellos que aceptan su doctrina y que quieren luchar por los fines de la clase obrera.

Todo lo que se puede decir en este terreno en favor de las células de empresa es vulgar demagogia, que se apoya en la consigna de la bolchevización, pero que conduce directamente a renegar de la lucha del marxismo y del leninismo contra las concepciones trivialmente mecanicistas y derrotistas del oportunismo y del menchevismo.

 

 CONTRA EL TERRORISMO IDEOLÓGICO DENTRO DEL PARTIDO

Y paso a otro aspecto de la bolchevización, el del régimen interno del partido y de la Internacional Comunista.

En esto, se ha hecho otro descubrimiento: lo que falta a todas las secciones es la férrea disciplina de los bolcheviques, de la cual el partido ruso nos da ejemplo.

Se pronuncia una prohibición absoluta contra las fracciones, y se decreta la obligación para todos los miembros del partido de participar en el trabajo común, cualquiera que sea su opinión. Creo que también en este terreno la cuestión de la bolchevización se ha planteado de modo muy demagógico.

Si planteamos la cuestión así: ¿se puede permitir a X o a Y formar una fracción? todo comunista responderá: no; pero no se puede plantear la cuestión de este modo. Hay ya resultados que nos muestran que los métodos empleados no han hecho ningún servicio ni al partido ni a la Internacional. Esta cuestión de la disciplina interna y de las fracciones debe ser planteada desde un punto de vista marxista, de modo sensiblemente distinto y más complejo. Se nos dice: ¿qué queréis? ¿queréis que el partido se parezca a un parlamento en el que cada cual tiene el derecho democrático de luchar por el poder y de conquistar la mayoría?

Pero, de este modo, la cuestión está mal planteada: si se la plantea así, no hay más que una respuesta posible: naturalmente, nosotros estaríamos contra un sistema tan ridículo. Es un hecho el que debemos tener un partido comunista absolutamente homogéneo, sin divergencias de ideas y sin distintos reagrupamientos en su seno. Pero esto no es un dogma, un principio a priori. Es un fin por el cual se debe y se puede combatir en el curso del desarrollo que conduce a la formación de un verdadero partido comunista: a condición de que todas las cuestiones ideológicas, tácticas y organizativas estén planteadas y resueltas correctamente. En el interior de la clase obrera, son las relaciones económicas en las que viven los diversos grupos las que determinan las acciones y las iniciativas de la lucha de clases. Al partido político incumbe el papel de reunir y unificar todo lo que estas acciones tienen de común desde el punto de vista de los objetivos revolucionarios del proletariado de todo el mundo. La unidad en el interior del partido, la desaparición de las divergencias y de las luchas de fracción serán la prueba de que el partido se encuentra en el mejor camino para asumir correctamente sus tareas. Pero cuando surgen las divergencias, esto prueba que la política del partido contiene errores, que éste no posee la capacidad de combatir victoriosamente las tendencias desviacionistas del movimiento obrero que se manifiestan de ordinario en ciertos momentos cruciales de la situación general. Cuando se verifican casos de indisciplina, estos son el síntoma de que el partido no ha alcanzado aún tal capacidad. En efecto, la disciplina es un punto de llegada, no un punto de partida, no una especie de plataforma inmutable. Por otro lado, esto corresponde al carácter voluntario de la adhesión a nuestra organización de partido. Por esta razón, una especie de código penal del partido no puede ser un remedio a los casos frecuentes de falta de disciplina. Se ha instituido en estos últimos tiempos en nuestros partidos un régimen de terror, una especie de deporte que consiste en intervenir, castigar, reprimir y aniquilar, y todo esto con un placer muy particular, como si esto fuese justamente el ideal de la vida del partido. Los héroes de estas brillantes operaciones parecen incluso persuadidos de que éstas constituyen una prueba de capacidad y energía revolucionarias. Yo pienso, por el contrario, que los verdaderos y buenos revolucionarios son en general los compañeros blanco de estas medidas de excepción y que las soportan pacientemente para no destruir al partido. Estimo que este derroche de energía, este deporte, esta lucha en el interior del partido no tiene nada que ver con el trabajo revolucionario que debemos llevar. Llegará el día en que habrá que golpear y destruir el capitalismo, y es en este terreno en el que el partido deberá dar pruebas de su energía revolucionaria. No queremos anarquía en el partido, pero tampoco queremos un régimen de continuas represalias, que sólo es la negación de la unidad y de la compacidad del partido.

Por el momento, el punto de vista oficial es el siguiente: la central es eterna; ella puede hacer lo que quiera, pues siempre tiene razón cuando toma medidas contra el que la contradice, cuando «aniquila» intrigas y oposiciones.

El mérito no está en reprimir rebeliones; lo importante es que no haya rebeliones. Se reconoce la unidad del partido en los resultados alcanzados, no en un régimen de amenazas y de terror. Tenemos necesidad de sanciones en los estatutos, está claro. Pero éstas se aplican sólo en casos excepcionales, no deben convertirse en un procedimiento normal y general en el interior del partido. Si hay elementos que abandonan manifiestamente la vía común, hay que tomar medidas contra ellos. Pero si el recurso al código penal llega a ser la regla en una sociedad, eso significa, que esa sociedad no es de las más perfectas. Las sanciones no deben tomarse más que excepcionalmente y no constituir una regla, un deporte, el ideal de los dirigentes del partido. Es necesario que esto cambie si queremos formar un bloque sólido en el verdadero sentido de la palabra.

Las tesis presentadas aquí contienen algunas buenas frases a este propósito. Se tiene la intención de conceder un poco más de libertad. Quizá esto llega un poco tarde. Quizá se crea que es posible dar un poco más de libertad a los «vencidos», que ya no pueden volver a sublevarse. Pero dejemos ahí las tesis y consideremos los hechos. Siempre se ha dicho que nuestros partidos debían ser construidos sobre la base del centralismo democrático. Quizá estaría bien buscar otra expresión en lugar de democracia: Pero la fórmula ha sido dada por Lenin. ¿Cómo realizar el centralismo democrático? Por medio de la elegibilidad de los compañeros, por la consulta de la masa del partido para resolver ciertas cuestiones. Con toda seguridad, puede haber excepciones en esta regla en un partido revolucionario. Es admisible que la central diga a veces: compañeros, el partido debería normalmente consultaros, pero como la lucha contra nuestro enemigo atraviesa un momento peligroso, como no hay un minuto que perder, nosotros actuamos sin consultaros. Pero lo que es peligroso es dar la impresión de una consulta cuando se trata de una iniciativa tomada desde arriba, es explotar la circunstancia de que la central tiene en el puño todo el aparato y la prensa del partido y se sirve de ello para sus fines. En Italia hemos dicho que aceptamos la dictadura, pero odiamos estos métodos «a la Giolliti». ¿No es de hecho la democracia burguesa sólo un medio de engaño? ¿Quizás es esa democracia la que os proponéis concedernos y realizar en el partido? Entonces, sería preferible una dictadura, que tuviese el coraje de no ponerse una máscara hipócrita. O se introduce en el partido una verdadera forma democrática, es decir, una democracia que permita utilizar a la Central de modo justo al aparato, o será inevitable que, sobre todo entre los obreros, se difundan estados de ánimo, de insatisfacción y de malestar. Tenemos necesidad de un régimen interno más sano. Es absolutamente indispensable que el partido tenga la posibilidad de formarse una opinión, de expresarla y sostenerla con franqueza. En el congreso del partido italiano he dicho que el error que se ha cometido es no haber hecho, en el interior del partido, una clara distinción entre agitación y propaganda. La agitación va dirigida a una gran masa de individuos a los que se aclara algunas ideas simples, mientras que la propaganda toca a un número relativamente restringido de compañeros a los que se ilustra con un número mayor de ideas complejas. El error que se ha cometido es haberse limitado a la agitación en el interior del partido; se ha considerado por principio a la masa de los miembros del partido como inferiores, se les ha tratado como a elementos a los que se les puede poner en movimiento, y no como factor operante de un trabajo común. Se puede comprender hasta cierto punto la agitación fundada en fórmulas para aprender de memoria, cuando se busca el efecto más grande por medio del gasto más pequeño de energía, cuando hay que poner en movimiento a grandes masas, allí donde el factor de la voluntad y de la conciencia tiene un papel secundario. Pero no ocurre lo mismo en el partido. Exigimos que se acabe con este método de agitación en el interior del partido. El partido debe reunir alrededor suyo a esa parte de la clase obrera que posee una conciencia de clase y en la que prevalece la conciencia de clase; a no ser que propugnéis la teoría de los elegidos que, en una época sirvió de acusación (de acusación infundada) contra nosotros. Es necesario que la gran masa de los miembros del partido elabore una conciencia política colectiva y que estudie a fondo los problemas frente a los cuales se encuentra el partido comunista. En este sentido es de máxima urgencia cambiar el régimen interno del partido.

Volvamos a las fracciones. A mi juicio, no se puede plantear la cuestión de las fracciones desde el punto de vista de la moral o del código penal. ¿Hay, en la historia, un solo ejemplo de un compañero que haya organizado una fracción para divertirse? Jamás se ha producido esto. ¿Hay un solo ejemplo en la historia que muestre que el oportunismo se haya infiltrado en el partido por medio de fracciones, que la organización de fracciones haya servido de base a una movilización derrotista de la clase obrera y que el partido revolucionario se haya salvado por la intervención de los liquidadores de fracciones? No, la experiencia muestra que el oportunismo entra siempre en nuestras filas bajo la máscara de la unidad. Su interés es influenciar a la mayor parte posible de la masa, por eso hace siempre sus proposiciones peligrosas bajo la máscara de la unidad. La historia de las fracciones muestra en general que las fracciones no hacen honor a los partidos en cuyo interior se forman, sino a los compañeros que las crean. La historia de las fracciones es la historia de Lenin; no es la historia de los golpes asestados a la existencia de los partidos, sino, por el contrario, es la historia de su cristalización, y de su defensa contra las influencias oportunistas.

Cuando una fracción intenta organizarse, hay que tener pruebas para decir que es, directa o indirectamente, una maniobra de la burguesía para infiltrarse en el partido. Yo no creo que una tal maniobra tome, en general, esta forma. En el congreso del Partido italiano hemos planteado la cuestión a propósito de la izquierda de nuestro partido. Todos conocemos la historia del oportunismo. ¿Cuándo se convierte un grupo en el representante de la influencia burguesa en un partido proletario? En general, grupos similares de este género se han encontrado, históricamente, entre los funcionarios sindicales o los representantes del partido en el parlamento. O bien, entre compañeros que, en las cuestiones de estrategia y de táctica del partido, se convierten en portavoces de la colaboración de clase, de la alianza con otras formaciones sociales y políticas. Antes de hablar de fracciones que deban ser aplastadas, sería necesario, al menos, poder ofrecer la prueba de que éstas están ligadas a la burguesía o a círculos o ambientes burgueses o que se apoyan sobre la base de relaciones personales con ellos. Si este análisis no es posible, entonces es necesario buscar las causas históricas del origen de la fracción, en lugar de condenarla a priori.

El nacimiento de una fracción muestra que algo no marcha. Para poner remedio al mal, hay que buscar las causas históricas que han suscitado la anomalía y que han determinado la formación o la tendencia a formar esta fracción. Las causas residen en los errores ideológicos y políticos del partido. Las fracciones no son la enfermedad, sino solamente un síntoma y si se quiere curar el organismo enfermo, no se deben combatir los síntomas, sino que se debe intentar sondear las causas de la enfermedad. Por otro lado, en la mayor parte de los casos se trataba de grupos de compañeros que no hacían ningún intento para crear una organización o algo parecido. Se trataba de puntos de vista, de tendencias que intentaban abrirse paso por la vía del normal y regular trabajo colectivo del partido. Con el método de caza a las fracciones, de campañas de escándalo, de vigilancia policíaca y de desconfianza respecto a los compañeros, un método que representa en realidad el peor fraccionismo que se desarrolla en las capas superiores del partido, no ha podido más que deteriorar la situación de nuestro movimiento y empujar toda crítica reposada y objetiva hacia el fraccionismo.

No es con tales medios como se crea la unidad interior del partido, estos no hacen más que paralizar el partido y hacerlo inepto e impotente. Es absolutamente indispensable una transformación radical de los métodos de trabajo. Si no ponemos fin a todo esto, las consecuencias serán muy graves.

Tenemos un ejemplo de ello en la crisis del partido francés. ¿Cómo se han combatido las fracciones en el partido francés? Muy mal –por ejemplo, en la cuestión de la fracción sindicalista que está naciendo–. Ciertos compañeros expulsados del partido han vuelto a sus antiguos amores, publican un periódico en el que exponen sus ideas. Está claro que no tienen razón. Pero las causas de esta importante desviación ideológica no deben ser buscadas en los caprichos de los niños malos Rosmer y Monatte. Más bien deben ser buscadas en los errores del partido francés y de toda la Internacional.

Después de nuestra entrada en lucha en el terreno ideológico contra los errores sindicalistas, logramos sustraer amplios estratos de obreros a la influencia de elementos sindicalistas y anarquistas. Ahora bien, estas concepciones vuelven a florecer. ¿Por qué? Entre otras cosas porque el régimen interno del partido, el maquiavelismo excesivo, ha causado mala impresión sobre la clase obrera y ha hecho posible el renacimiento de estas teorías así como del prejuicio que pretende que el partido político es algo sucio y que sólo la lucha económica puede salvar a la clase proletaria.

Estos errores de fondo amenazan con reaparecer en el proletariado porque la Internacional y los partidos comunistas no han sabido demostrar, a través de hechos y de exposiciones teóricas simples, la prueba de la diferencia esencial que hay entre la política en el sentido revolucionario y leninista y la política de los viejos partidos socialdemócratas cuya degeneración anterior a la guerra había provocado como reacción el sindicalismo.

Las viejas teorías de la acción económica, opuestas a toda actividad política, han obtenido algunos éxitos en el proletariado francés, y esto porque se ha tolerado toda una serie de errores en la línea política del partido comunista.

SEMARD: Vosotros decís que las fracciones tienen su origen en los errores de dirección del partido. La fracción de derecha se constituye en Francia justo en el momento en que la central reconoce sus errores y los corrige.

BORDIGA: Compañeros Semard, si usted quiere comparecer ante Dios con el único mérito de haber reconocido sus propios errores, usted no habrá hecho bastante para la salvación de su alma.

Compañeros, yo creo que es necesario demostrar, por medio de nuestra estrategia y nuestra táctica proletaria, el error que cometen esos elementos anarcosindicalistas.

Se tiene ahora la impresión en la clase obrera de que las debilidades que existen en el partido comunista son las mismas que las de los otros partidos políticos, y por esta razón la clase manifiesta cierta desconfianza respecto a nuestro partido. Esta desconfianza tiene por causa los métodos y las maniobras que están en uso en nuestras filas. Damos la impresión de comportarnos, no sólo con respecto al mundo exterior sino también en la vida política interna del partido, como si la buena «política» fuese un arte, una técnica, la misma para todos los partidos. Se diría que actuamos como Maquiavelos, con un manual de habilidad política en el bolsillo. Pero el partido de la clase obrera tiene por tarea introducir una nueva forma de política, que no tiene nada que ver con los métodos bajos e insidiosos del parlamentarismo burgués. Si no demostramos esto al proletariado, jamás llegaremos a ejercer una influencia útil y vigorosa y los anarcosindicalistas habrán ganado la partida.

En lo que concierne a la fracción de derecha en Francia, yo no dudo en decir que la considero de un modo general como un fenómeno sano y no como una prueba de la infiltración de elementos pequeño–burgueses en el partido. La teoría y la táctica que preconiza son equivocadas, pero, por una parte, es una reacción muy útil contra los errores políticos y el régimen nefasto instaurado por la dirección del partido. Pero no es únicamente la central del partido francés la que tiene la responsabilidad de estos errores. Es la línea general de la Internacional la que provoca la formación de fracciones. Ciertamente, sobre la cuestión del Frente Único, estoy en oposición absoluta con el punto de vista de la derecha francesa, pero a mi parecer es justo decir que las decisiones del V Congreso no son claras ni satisfactorias en absoluto. En muchos casos se admite el Frente Único por arriba, pero se añade que la socialdemocracia es el ala izquierda de la burguesía y que uno se debe fijar como meta el desenmascarar a sus dirigentes: es una posición insostenible. Los obreros franceses están cansados de esta táctica del Frente Único, tal como ha sido aplicada en Francia. Pero ciertos dirigentes de la oposición francesa están, con toda seguridad, en el mal camino, diametralmente opuesto a la verdadera vía revolucionaria, cuando sacan la conclusión en el sentido de un Frente Único «leal» y de una coalición con la socialdemocracia.

Ciertamente, si se limita el problema de la derecha a la cuestión de saber si se tiene derecho a colaborar en un periódico colocado fuera del control del partido, no puede haber más que una respuesta. Pero esto no puede ser una escapatoria. Se debe intentar corregir los errores y someter a examen concienzudo la línea política del partido francés y, en muchas cuestiones, también la de la Internacional. No se resolverá el problema aplicando, en contra de la oposición, de Loriot, etc., las reglas de un pequeño catecismo del comportamiento personal.

Para corregir los errores, no basta con cortar cabezas, es necesario esforzarse en descubrir los errores originales que hacen posible y favorecen la formación de fracciones.

Se nos dice: para encontrar los errores en nuestra máquina de bolchevizar, está la Internacional; es a la mayoría de la Internacional a quien incumbe intervenir si la central de un partido comete errores graves. Es ésta la garantía contra las desviaciones en el interior de las secciones nacionales. En la práctica, este sistema ha fracasado. Hemos tenido el ejemplo de una tal intervención de la Internacional en Alemania. La central del K.P.D había llegado a ser todopoderosa y hacía imposible toda oposición en el partido, y sin embargo se ha encontrado a alguien por encima de ella que ha sancionado en cierto momento todos los crímenes y todos los errores cometidos por esta central, es el Ejecutivo de Moscú con su Carta Abierta. ¿Es ése un buen método? No, ciertamente no. ¿Qué eco encuentra una acción semejante? Tenemos un ejemplo en Italia durante la discusión para el congreso italiano. Un compañero excelente, ortodoxo, es enviado al congreso alemán. Él ve que todo va bien, que una mayoría aplastante se pronuncia por las tesis de la Internacional, que la nueva central es elegida en acuerdo perfecto, a excepción de una minoría sin importancia. El delegado italiano regresa y hace un informe muy favorable sobre el partido alemán. Escribe un artículo en el que lo describe, para los compañeros de la izquierda italiana, como el modelo de un partido bolchevique. Es posible que numerosos compañeros de nuestra oposición se hayan hecho, después de esto, partidarios de la bolchevización. Dos semanas más tarde llega la Carta Abierta del Ejecutivo... se entera uno de que la vida interna del partido alemán es muy mala, de que hay una dictadura, de que toda la táctica es completamente equivocada, de que se han cometido graves errores, de que hay fuertes desviaciones, de que la ideología no es leninista. Se olvida que la izquierda alemana había sido proclamada en el V Congreso una central completamente bolchevique, y se la elimina sin piedad. Se utiliza respecto a ella el mismo método que se había utilizado antes respecto a la derecha. En el V Congreso, el eslogan era: «La culpa era de Brandler»; ahora se dice: «La culpa es de Ruth Fischer». Yo afirmo que de esta manera no se puede ganar la simpatía de las masas obreras. No se puede decir que un par de compañeros sean culpables de los errores cometidos. La Internacional estaba allí, seguía de cerca el curso de los acontecimientos y no podía y no debía ignorar ni las características propias de cada dirigente ni su actividad política. Se dirá ahora que yo defiendo a la izquierda alemana, de la misma manera que se dijo en el V Congreso que yo defendía a la derecha. Pero yo no me solidarizo políticamente ni con la una ni con la otra, únicamente estimo que la Internacional debe en los dos casos tomar sobre sí la responsabilidad de los errores cometidos, la Internacional que se había solidarizado completamente con estos grupos a los que había presentado como las mejores direcciones y en cuyas manos había puesto el partido.

La intervención del Ejecutivo de la Internacional Comunista contra las centrales de los partidos ha sido, pues, en varias circunstancias, poco afortunada. La cuestión es la siguiente: ¿cómo trabaja la Internacional, cuáles son sus relaciones con las secciones nacionales y cómo son elegidos sus órganos dirigentes?

En el último Congreso, ya critiqué nuestros métodos de trabajo. Falta una colaboración colectiva verdadera en nuestros órganos dirigentes y en nuestros congresos. El órgano supremo parece ser un cuerpo extraño a las secciones, que discute con ellas y elige en cada una, una fracción a la que da su apoyo. Este centro es apoyado, en cada cuestión, por todas las secciones restantes, que esperan así asegurarse un tratamiento mejor cuando llegue su turno. A veces, los que se meten en el plano del «mercado de vacas», sin rodeos, son grupos puramente personalizados en el líder.

Se nos dice: la dirección internacional proviene de la hegemonía del partido ruso, puesto que es él el que ha hecho la revolución, puesto que es en este partido donde se encuentra la sede de la Internacional. Por esta razón es justo conceder una importancia determinante a las decisiones inspiradas por el partido ruso. Pero se plantea un problema: ¿cómo son resueltas las cuestiones internacionales por el partido ruso? Esta pregunta, todos tenemos derecho a hacerla.

Después de los últimos acontecimientos, después de la última discusión, este punto de apoyo de todo el sistema ya no es bastante estable. En la última discusión del partido ruso hemos visto compañeros que reivindicaban el mismo conocimiento del leninismo y que indiscutiblemente tenían el mismo derecho a hablar en nombre de la tradición revolucionaria bolchevique, discutir entre sí utilizando unos contra otros citas de Lenin, e interpretar cada uno a su favor la experiencia rusa. Sin entrar en el fondo de la discusión, es un hecho indiscutible que quiero establecer aquí.

¿Quién decidirá en esta situación en última instancia sobre los problemas internacionales? Ya no se puede responder: la vieja guardia bolchevique, pues esta respuesta no resuelve nada en la práctica. Es el primer punto de apoyo del sistema el que se hunde ante nuestra investigación objetiva. Pero de ello resulta que la solución debe ser muy distinta. Podemos comparar nuestra organización internacional a una pirámide. Esta pirámide debe tener una cima y lados que tiendan hacia esa cima. Es así como se puede representar la unidad y la necesaria centralización. Pero hoy, debido a nuestra táctica, nuestra pirámide reposa peligrosamente sobre su cima; hay, pues, que invertir la pirámide; lo que ahora está debajo debe pasar arriba, hay que ponerla sobre su base para que vuelva a encontrar el equilibrio. La conclusión última a la que llegamos en la cuestión de la bolchevización es, pues, que no se trata de introducir simples modificaciones de orden secundario, sino que todo el sistema debe ser modificado de arriba a abajo.

 

 LA SITUACIÓN ACTUAL Y LAS TAREAS DEL FUTURO

Después de haber hecho así el balance de la actividad pasada de la Internacional, quisiera pasar a la apreciación de la situación actual y a las tareas de futuro. Todos estamos de acuerdo sobre lo que se ha dicho en términos generales sobre la estabilización, de manera que no es necesario volver sobre ello. La descomposición del capitalismo ha entrado en una fase menos aguda. La coyuntura ha sufrido ciertas fluctuaciones, en el marco de la crisis general del capitalismo.

Continuamos teniendo ante nosotros la perspectiva del hundimiento final del capitalismo. Pero cuando se plantea esta perspectiva, a mi entender se comete un error de evaluación. Hay varias maneras de abordar este problema de la perspectiva. A mi parecer, el compañero Zinóviev nos ha recordado aquí cosas muy útiles al hablar de la doble perspectiva del compañero Lenin.

Si nosotros fuésemos una sociedad científica dedicada al estudio de los acontecimientos sociales, podríamos llegar a conclusiones más o menos optimistas, sin profundizar, posteriormente, sobre los datos. Pero una perspectiva puramente científica no puede bastar a un partido revolucionario, el cual toma parte en todos los acontecimientos, que es él mismo uno de sus factores y que no puede expresar su función de modo metafísico, separando, de un lado, el conocimiento preciso de esta función y, del otro, la voluntad y la acción. Por esta razón, nuestro partido debe estar ligado siempre directamente a sus fines últimos. Es necesario tener siempre bajo la vista la perspectiva revolucionaria, incluso cuando el juicio científico nos obliga a sacar conclusiones pesimistas. No se puede interpretar como un trivial error científico el hecho de que Marx haya esperado la revolución en 1848, 1859, 1870, y que Lenin, después de 1905, la haya profetizado para 1907, es decir, diez años antes de su triunfo. Esto es incluso una prueba de la penetrante mirada revolucionaria de estos grandes dirigentes. Tampoco se trata de una exageración infantil, que oiría constantemente a la revolución llamar a la puerta, se trata de la verdadera facultad revolucionaria que permanece intacta a pesar de todas las dificultades del desarrollo histórico. La cuestión de la perspectiva es una cuestión muy interesante para nuestros partidos, haría falta que pudiésemos examinarla a fondo. Considero que es inadmisible afirmar: la coyuntura se ha modificado sensiblemente en un sentido desfavorable para nosotros, la situación ya no es la de 1920 –he ahí la explicación y la justificación de la crisis interna en diferentes secciones de la Internacional. No, esto puede ayudarnos a explicar las causas de tal o cual error, pero no los justifica. Desde el punto de vista político, es insuficiente. No debemos considerar con resignación como una realidad inmutable el régimen defectuoso de nuestros partidos actuales porque la coyuntura exterior nos es desfavorable. Formulada así, la cuestión no está planteada correctamente. Está claro que si nuestro partido es un factor de los acontecimientos, sin embargo es al mismo tiempo su producto. Incluso si logramos tener un verdadero partido revolucionario: ¿En qué sentido se reflejan los acontecimientos en este partido? En el sentido de que crece el número de nuestros partidarios y nuestra influencia sobre las masas se acrecienta cuando la crisis del capitalismo genera una situación favorable. Si en un momento dado, la coyuntura se nos vuelve desfavorable, es posible que nuestras fuerzas bajen cuantitativamente, pero nosotros no debemos permitir que nuestra ideología acuse el efecto, y no son sólo nuestra tradición y nuestra organización las que deben permanecer intactas, sino también la línea política. Si creemos que, para preparar los partidos para su tarea revolucionaria, hay que apoyarse en una situación de crisis progresiva del capitalismo, nos creamos un esquema de perspectivas completamente equivocadas, pues, entonces estimamos que es necesario, para la consolidación de nuestro partido, un período de crisis capitalista largo y progresivo: pero cuando hayamos llegado hasta allí, la situación económica deberá hacernos el favor de seguir siendo revolucionaria durante algún tiempo todavía para permitirnos pasar a la acción. Si la crisis se acentúa después de un período de coyuntura incierta, seremos incapaces de explotarla. Pues nuestros partidos, a consecuencia de nuestra manera equívoca de ver las cosas, se encontrarán sumergidos inevitablemente en el desconcierto, en la confusión y la impotencia.

Esto demuestra que no sabemos sacar la lección de nuestra experiencia del oportunismo de la II Internacional. No se puede negar que antes de la guerra mundial hubo un período de prosperidad del capitalismo y que la coyuntura del capitalismo era buena. Esto explica en cierto sentido la descomposición oportunista de la II Internacional, pero no justifica el oportunismo. Nosotros hemos combatido esta idea y nos negamos a creer que el oportunismo sea un hecho necesario e históricamente determinado por los acontecimientos. La posición que hemos defendido es que el movimiento debe oponer una resistencia, y de hecho, la izquierda marxista combatió el oportunismo antes de 1914 y exigió la constitución de partidos proletarios sanos y revolucionarios.

Hay que plantear la cuestión de otra manera. Incluso si la coyuntura y las perspectivas nos son desfavorables o relativamente desfavorables, sin embargo, no hay que aceptar con resignación las desviaciones oportunistas y justificarlas bajo el pretexto de que sus causas deben ser buscadas en la situación objetiva. Y si a pesar de esto, sobreviene una crisis interna, hay que buscar en otra parte sus causas y los medios para remediarla, es decir, en el trabajo y en la línea política del partido, que no son todavía lo que habrían debido ser. Esto concierne igualmente a la cuestión de los dirigentes que el compañero Trotski plantea en el prefacio de su libro «1917»; en él analiza las causas de nuestras derrotas y propone una solución con la que me solidarizo enteramente. Trotski no considera a los dirigentes como hombres que el cielo nos destina muy especialmente. No, él plantea la cuestión de una manera muy distinta. Los dirigentes son también un producto de la actividad del partido, de los métodos de trabajo del partido y de la confianza que el partido ha sabido ganar. Si el partido, a pesar de la situación cambiante y a veces desfavorable, sigue una línea revolucionaria y combate las desviaciones oportunistas, la selección de los dirigentes y la formación del Estado mayor se realiza de modo favorable, y si en el período del combate final no siempre tendremos un Lenin, al menos tendremos una dirección sólida y valerosa –lo que hoy, en el estado actual de nuestras organizaciones, apenas podemos esperar.

 

 CONTRA EL FRENTE ÚNICO CON LA IZQUIERDA BURGUESA

Hay también otro esquema de perspectivas que debe ser combatido y del que nos ocupamos cuando pasamos del análisis puramente económico al análisis de las fuerzas sociales y políticas. Se estima generalmente que debemos considerar como una situación políticamente favorable a nuestro combate la ofrecida por un gobierno de la izquierda pequeño burguesa. Este falso esquema entra todo en contradicción con el primero, pues lo más frecuente es en una época de crisis económica cuando la burguesía elige un gobierno formado con la ayuda de los partidos de derecha, para poder emprender una ofensiva reaccionaria, es decir, cuando las condiciones objetivas se hacen de nuevo desfavorables para nosotros. Para llegar a una solución marxista del problema es necesario abandonar estos lugares comunes.

En general, es inexacto que un gobierno de la izquierda burguesa nos sea favorable; puede producirse lo contrario. Los ejemplos históricos nos muestran cuán locos seríamos si imaginásemos que, para facilitarnos la tarea, deba formarse un gobierno salido de lo que se llama las clases medias, dotado de un programa liberal que nos permitiría organizar la lucha contra un aparato estatal debilitado.

Aquí también nos encontramos frente a la influencia equivocada de la experiencia rusa. En la revolución de febrero de 1917, caído el aparato estatal precedente, se formó un gobierno apoyado en los partidos de la burguesía y pequeña burguesía liberal. Pero no surgió un aparato sólido para substituir a la autocracia zarista por la dominación económica del capital y una representación parlamentaria moderna. Antes de que semejante aparato hubiera podido organizarse, el proletariado, conducido por el partido comunista, logró atacar con éxito al gobierno y tomar el poder. Se podría creer entonces que las cosas deberían seguir el mismo curso en los otros países, que un buen día el gobierno pasará de manos de los partidos burgueses a manos de los partidos intermedios, que el aparato de Estado se debilitará con ello, de manera que el proletariado apenas tendrá trabajo para abatirlo. Pero esta perspectiva simplificada es completamente falsa. ¿Cuál es la situación en los otros países? ¿Puede compararse un cambio en el gobierno, por el cual un gobierno de derecha es reemplazado por un gobierno de izquierda, por ejemplo el Bloque de Izquierdas en lugar del Bloque Nacional en Francia, con una transformación histórica de los fundamentos del Estado? Es posible que el proletariado aproveche este período para consolidar sus posiciones. Pero no se trata más que del simple paso de un gobierno de derecha a un gobierno de izquierda, no se puede ver en él la situación favorable al comunismo, de descomposición general del aparato del Estado.

¿Tenemos, pues, ejemplos históricos concretos de esa evolución que supuestamente vería a un gobierno de izquierda allanar la vía de la revolución proletaria? No, no tenemos.

En 1919, en Alemania, una izquierda burguesa ocupó el gobierno. Hubo incluso períodos en que la socialdemocracia se encontraba a la cabeza del gobierno. A pesar de la derrota militar en Alemania, a pesar de una crisis muy grave, el aparato del Estado no ha sufrido ninguna transformación sustancial que pueda facilitar la victoria del proletariado, y no sólo ha hundido la revolución comunista, sino que son los socialdemócratas mismos quienes fueron sus carniceros.

Si, con nuestra táctica, hemos contribuido a colocar en el poder a un gobierno de izquierda, ¿se tendrá entonces una situación favorable para nosotros? No, de ninguna manera. Es una concepción menchevique creer que las clases medias podrían crear un aparato de Estado distinto del de la burguesía y que se podría considerar este período como una fase de transición hacia la conquista del poder por el proletariado.

Ciertos partidos de la burguesía tienen un programa, y presentan reivindicaciones, que tienen por fin ganar a las clases medias. En este caso no se trata, en general, del paso del poder de un grupo social a otro, sino solamente de un nuevo método de combate de la burguesía contra nosotros, no podemos decir, si un tal cambio se produce, que ése sea el momento más favorable para nuestra intervención. Esta evolución puede ser explotada, pero a condición de que nuestra actitud anterior haya sido perfectamente clara y no hayamos reclamado un gobierno de izquierda.

¿Se puede, por ejemplo, considerar el fascismo en Italia como la victoria de la derecha burguesa sobre la izquierda burguesa? No, el fascismo es más que esto; es la síntesis de dos métodos de defensa de las clases burguesas. Las últimas medidas del gobierno fascista han mostrado que la composición social del fascismo pequeñoburguesa y semiburguesa no lo hace por ello menos agente directo del capitalismo. En tanto que organización de masa (la organización fascista cuenta con un millón de miembros) y mientras que la reacción más brutal se abate en el mismo momento sobre todo adversario que ose atentar contra el aparato de Estado, se esfuerza en realizar la movilización de las más amplias masas con la ayuda de los métodos socialdemócratas.

El fascismo ha sufrido derrotas en este dominio. Esto confirma nuestro punto de vista sobre la lucha de clases. Pero lo que sí resulta de esto del modo más evidente es la impotencia absoluta de las clases medias. Estas han pasado, en el curso de los últimos años, por tres estadios: en 1919, afluían en masa a nuestras reuniones y comicios revolucionarios; en 1921–1922 han formado los cuadros de los camisas negras; en 1924 después del asesinato de Matteotti, se han pasado a la oposición; hoy, se alinean de nuevo del lado del fascismo. Siempre están del lado del más fuerte.

Debe resaltarse otro hecho. Se encuentra en casi todos los programas de casi todos los partidos y de los gobiernos de izquierda el principio según el cual, aun si se deben dar a todos el conjunto las «garantías» liberales fundamentales, hay que hacer una excepción para los partidos cuyo objetivo es destruir las instituciones estatales, es decir, para los partidos comunistas.

A la falsa perspectiva que no ve para nosotros más que ventajas en un gobierno de izquierdas, corresponde la hipótesis de que las clases medias son capaces de encontrar una solución independiente al problema del poder. A mi parecer, la pretendida nueva táctica utilizada en Alemania y en Francia, y en función de la cual el partido comunista italiano ha hecho a la oposición antifascista del Aventino la proposición de formar un anti–parlamento, reposa sobre un grave error. Yo no puedo comprender que un partido tan rico en tradiciones revolucionarias como nuestro partido alemán tome en serio a los socialdemócratas cuando le reprochan hacer el juego a Hindenburg al presentar sus propios candidatos. El plan de la burguesía para alcanzar una movilización contrarrevolucionaria de las masas consiste en general en proponer un dualismo político e histórico en lugar de la oposición de clases entre la burguesía y el proletariado, mientras que el partido comunista se atiene a este dualismo de clases, no porque sea el único dualismo posible en la perspectiva social y en el terreno de las fluctuaciones del poder parlamentario, sino porque es el único dualismo capaz históricamente de llevar al abatimiento violento del aparato del Estado de clase y a la formación del nuevo Estado. No es por declaraciones ideológicas ni por una propaganda abstracta sino por el lenguaje de nuestros actos y por la claridad de nuestra posición política como podemos llevar a las más amplias masas la conciencia de este dualismo. Cuando en Italia se hizo a los antifascistas burgueses la proposición de constituirse en antiparlamento con participación de los comunistas, incluso si se escribía en nuestra prensa que no se puede tener en absoluto ninguna confianza en estos partidos, incluso si se quería desenmascararlos por este medio, se incitó en la práctica a las masas a esperar de los partidos del Aventino el derrocamiento del fascismo y a considerar que el combate revolucionario y la formación de un contra-Estado son posibles no sobre una base de clase, sino sobre la base de la colaboración con los elementos pequeño–burgueses e incluso con grupos capitalistas. Esta maniobra no ha logrado reunir a amplias masas en un frente de clase. Esta táctica, completamente nueva, no sólo no está conforme con las decisiones del V Congreso, sino que, a mi parecer, entra en contradicción con los principios y el programa del comunismo.

¿Cuáles son nuestras tareas para el futuro? Esta asamblea no puede ocuparse seriamente de este problema sin plantearse en toda su amplitud y gravedad la cuestión fundamental de las relaciones históricas entre la Rusia soviética y el mundo capitalista. Con el problema de la estrategia revolucionaria del proletariado y del movimiento internacional de los campesinos y de los pueblos coloniales y oprimidos, la cuestión de la política estatal del partido comunista en Rusia es hoy para nosotros la cuestión más importante. Se trata de resolver felizmente el problema de las relaciones de clase en el interior de Rusia, se trata de aplicar las medidas necesarias respecto a la influencia de los campesinos y de las capas pequeñoburguesas que se están formando, se trata de luchar contra la presión exterior, que hoy es puramente económica y diplomática y que mañana será quizá militar. Puesto que todavía no se ha producido un trastorno revolucionario en los otros países, es necesario ligar lo más estrechamente posible toda la política rusa a la política revolucionaria general del proletariado. No tengo la intención de profundizar aquí esta cuestión, pero afirmo que en esta lucha se debe uno apoyar, ciertamente, en primer lugar en la clase obrera rusa y en su partido comunista, pero que es fundamental apoyarse igualmente en el proletariado de los Estados capitalistas. El problema de la política rusa no puede ser resuelto en los límites estrechos del movimiento ruso únicamente, es absolutamente necesaria la colaboración directa de toda la Internacional comunista.

Sin esta colaboración verdadera, surgirán peligros no sólo para la estrategia revolucionaria en Rusia, sino también para nuestra política en los Estados capitalistas. Podrían aparecer tendencias con miras a reducir el papel de los partidos comunistas. Ya somos atacados en este terreno, aunque ciertamente no desde nuestras propias filas, sino por los socialdemócratas y los oportunistas. Esto está en relación con nuestras maniobras con vistas a la unidad sindical internacional y con nuestro comportamiento respecto a la II Internacional. Todos pensamos aquí que los partidos comunistas deben mantener incondicionalmente su independencia revolucionaria; pero es necesario poner en guardia contra la posibilidad de una tendencia a querer reemplazar los partidos comunistas por organismos de un carácter menos claro y explícito, que no se apoyaría rigurosamente en el terreno de la lucha de clase, ejerciendo una función de debilitamiento y de neutralización política. En la situación actual, la defensa del carácter de nuestra organización internacional y comunista de partido contra toda tendencia liquidadora es una tarea común indiscutible.

Después de la crítica que hemos hecho de la línea general: ¿podemos considerar a la Internacional, tal como es hoy, suficientemente preparada para esta doble tarea estratégica en Rusia y en los otros países? ¿Podemos exigir la discusión inmediata de todos los problemas rusos por esta asamblea? A esta cuestión debemos contestar, desgraciadamente, no.

Es absolutamente necesaria una revisión seria de nuestro régimen interno; es necesario, además, poner al orden del día de nuestros partidos los problemas de la táctica en el mundo entero y los problemas de la política del Estado ruso; pero esto no se puede hacer más que a través de un curso nuevo, con métodos completamente diferentes.

En el informe y en las tesis propuestas nosotros no encontramos ninguna garantía suficiente a este respecto. No es de un optimismo oficial de lo que tenemos necesidad; debemos comprender que no es con métodos tan mezquinos como los que vemos demasiado frecuentemente emplear aquí, como podemos prepararnos a asumir las tareas importantes que se presentan al Estado mayor de la revolución mundial.

 

 NOVENA SESIÓN (25 DE FEBRERO DE 1926)

En el curso de la novena sesión (25 de febrero de 1926), igualmente consagrada a la discusión del informe presentado por Zinóviev en nombre del ejecutivo de la Internacional, Bordiga tomó de nuevo la palabra para responder en particular a Bujarin y a Togliatti (Ercoli) cuyos discursos habían ocupado una gran parte de la sesión precedente del mismo día.

Utilizando un método que no le era sino demasiado familiar en aquellos años y que consistía en construir con todas sus piezas una imagen tendenciosa del adversario para poder demolerlo mejor a continuación, Bujarin había acusado al representante de la Izquierda de no saber hacer otra cosa más que «declinar la palabra revolución» sin preocuparse de analizar «las relaciones entre la perspectiva revolucionaria y la realidad en todos sus aspectos»; de ignorar el carácter particular de la situación en Europa occidental, marcada por la existencia de «partidos y de sindicatos socialdemócratas poderosos»; de subestimar el desplazamiento en curso hacia la izquierda en el seno de la clase obrera en los diferentes países, y por consiguiente, las tareas tácticas que los partidos comunistas debían realizar para sacar partido de este desplazamiento; de haberse contradicho criticando la bolchevización con el argumento de que la revolución no es una cuestión de forma de organización y sugiriendo en seguida, como ideal, otra fórmula de organización, basada en las secciones territoriales mejor que en las células de fábrica y de empresa, de haber defendido («posición socialdemócrata») que en Occidente los obreros no se interesan por las grandes cuestiones de principio; de haber exaltado el fraccionismo y, por tanto, haber negado el principio de la centralización y de la disciplina. Todo esto demostraba, según Bujarin, una concepción antidialéctica y por tanto antimarxista del partido, de la clase y de sus relaciones recíprocas, y el único mérito que se podía reconocer a Bordiga era la franqueza, el rechazo al disimulo y a la maniobra. El breve discurso había acabado con el compromiso solemne de la Internacional de instaurar un régimen de democracia interna y de hacer participar a las secciones nacionales en la elaboración de la estrategia y la táctica comunes.

En cuanto al discurso de Togliatti, éste había utilizado como «argumento» los grandes éxitos conseguidos por el partido en Italia antes, durante y después de la crisis Matteotti, después de que la Izquierda había sido eliminada de la dirección, éxitos que probaban según él (como si eso fuese, como si eso pudiese ser el problema), que «Bordiga no es el gran jefe revolucionario» que se podía creer a simple vista.

Dejamos a la réplica de Bordiga el cuidado de responder a semejantes argumentos. Se observará el claro aviso dirigido al final del discurso a la Oposición rusa en cuanto a la suerte que necesariamente esperaba a hombres «que no sólo tienen una tradición revolucionaria, sino que siguen siendo elementos preciosos para nuestras luchas futuras», si había que proseguir con los métodos y en la vía seguidos por la Internacional en el curso de los últimos años: serían tratados de la misma manera que la Izquierda italiana vilipendiada. Se sabe que bastaron unos meses para que fuesen acusados, en un increscendo espantoso, de pesimismo, de socialdemocratismo, de kautskismo, de abstracción, de fraccionismo y así sucesivamente. Aquellos eran «sombríos presagios», que los trabajos del Ejecutivo Ampliado confirmaban, y que pronto debían, trágicamente, realizarse.

Una sola observación a propósito del discurso de Togliatti: dedicamos las alusiones de Bordiga a los métodos escandalosos de «consulta del partido» y de preparación del III Congreso del PC de Italia (Congreso de Lyon, enero de 1926) a aquellos que ven en Gramsci un pionero de la lucha... contra Stalin, enviándolos para más detalles a la tercera parte de las Tesis de Lyon y, en el caso de que obtuviesen de Moscú el permiso para consultar los archivos del Komintern, el recurso enviado por la Izquierda inmediatamente después del III Congreso del Partido. Se puede consultar también, como ejemplo de perfecto estilo estalinista, el año 1925 de «L’Unita»...

BORDIGA: Compañeros, en mi discurso me he ocupado de los aspectos generales de la política de la Internacional. Ahora bien, diversos oradores no se han referido únicamente a mis afirmaciones generales, sino que han hablado también un poco de los problemas italianos, que yo casi no había mencionado. Me veo obligado a responder muy brevemente a lo que se ha dicho.

Ante todo, hablemos pues, de ese famoso sistema, de esa nueva teoría de la izquierda italiana. Se complace uno en repetir: «El sistema de Bordiga, la teoría de Bordiga, la metafísica de Bordiga», y se pretende que yo estoy completamente solo, que yo no expongo aquí más que mis propias ideas y mi crítica personal. Se quiere presentar mi posición como si fuese estrictamente personal. Pero, aunque recientemente se haya proclamado «oficialmente» la derrota de la izquierda italiana, de la que yo diría aún algunas palabras, debo declarar una vez más que, lejos de divertir al Congreso con las producciones espirituales de un individuo, yo represento aquí las posiciones defendidas por un grupo en el seno del movimiento comunista de Italia. Quizá se diga que se trata de un grupo insignificante, de una pequeña minoría; pero no creo que eso sea preciso. Un compañero, un obrero que pertenece a la Izquierda y que vive en Rusia, me decía hace unos días cosas muy interesantes, en particular: «Nosotros jugamos, en cierto modo, un papel internacional. Pues el pueblo italiano es un pueblo de emigrantes en el sentido económico y social de la palabra, y desde el fascismo, también en el sentido político». Es un hecho que, después de la marcha sobre Roma, miles de buenos compañeros se han dispersado por el mundo entero y han hecho todo lo que han podido en los diferentes partidos. Este compañero ha hecho una observación ingenua que yo encuentro muy interesante: «Nos pasa a nosotros algo así como a los judíos, y si hemos sido batidos en Italia, podemos consolarnos pensando que los judíos tampoco son poderosos en Palestina, sino en otras partes...».

No son, pues, ideas exclusivamente personales las que yo defiendo aquí, sino las de todo un grupo.

Examinemos ese famoso sistema de la izquierda italiana. Se pretende que la discusión que ha tenido lugar en nuestra conferencia ha mostrado que, en diversas cuestiones fundamentales, la de la naturaleza del partido, del papel del partido, de las relaciones entre la actividad del partido y la situación general, de la relación del partido con las masas, existirían divergencias de principio entre nosotros y la Internacional, entre nosotros y el marxismo y el leninismo. Evidentemente, yo no puedo volver ahora sobre los grandes problemas teóricos. Todo el material de la conferencia italiana está a disposición, y en él se puede ver que si nosotros reconocemos francamente (y yo lo he explicado en mi primer discurso) que nos separamos sistemáticamente de la línea de la Internacional en las cuestiones tácticas concernientes al desarrollo de la estrategia revolucionaria, cuando se pasa de la revolución rusa a la revolución mundial, nosotros defendemos por otro lado que, en todas las cuestiones generales y programáticas, la de la naturaleza del partido y de su papel histórico así como la de las relaciones del partido con las masas, nuestra posición teórica es absolutamente correcta desde el punto de vista marxista. Yo diría más: para nosotros, son precisamente aquellos que nos critican los que están desviándose de esta correcta posición. Cuando, por ejemplo, el compañero Ercoli, representante de la mayoría oficial del partido italiano, interviene en la cuestión de las células de empresa afirmando que son ellas las que encarnan la ligazón entre el partido y las masas y que representan el terreno de actividad esencial de nuestro partido, que ellas reclaman incluso todas nuestras capacidades de trabajo; yo estimo que se trata de una desviación muy seria. En el curso de la discusión del partido italiano, nos hemos esforzado en definir buen número de desviaciones del grupo al cual pertenece el compañero Ercoli, procediendo a un análisis completo y profundo. Si todo el trabajo del partido se reduce a establecer la conjunción con las masas, y si desde el momento en que esta conjunción es realizada todo el resto cae por su peso, estamos en pleno menchevismo. La ligazón con las masas es necesaria, pero un aspecto del problema es precisamente que las masas encuentren en nuestro partido un centro alrededor del cual puedan agruparse y que sea capaz de orientarlas y conducirlas siguiendo los objetivos finales revolucionarios. Tenemos la experiencia de partidos que ciertamente tenían las masas tras de sí pero que, al no ser verdaderos partidos revolucionarios, llevaron a estas masas a la derrota.

No se puede negar que existen ciertas situaciones en que las masas son empujadas a orientarse hacia una política no comunista. En este caso, la teoría de Ercoli es totalmente oportunista. Cuando, en lugar de tender a la conquista de las masas, se hace de esta conquista la exigencia primordial, es puro menchevismo lo que se nos propone. No basta examinar si las células nos permiten tener una ligazón importante con las masas –lo que quedaría aún por ver– sino si esta ligazón tiene un carácter revolucionario. Pues si cualquier ligazón orgánica con las masas pasa, en cuanto tal, por revolucionaria, esto prueba que tenemos razón al afirmar que fundando la organización sobre las células de empresa, se llega al obrerismo y al laborismo.

Establecer una correspondencia automática entre la base social en el sentido estrecho de este término y la naturaleza política del partido equivale a defender que cualquier partido que organice a la clase obrera es necesariamente, por eso mismo, un partido revolucionario. Pero eso es menchevismo. Por esto yo afirmo, sin adentrarme más en esta cuestión, que no somos nosotros los que hemos abandonado la vía trazada por la teoría de Marx y de Lenin.

El compañero Bujarin ha criticado mi discurso de una manera muy amistosa y cordial. Es inútil decir aquí cuán buen polemista es el compañero Bujarin, pero esta vez ha procedido como es habitual en él... Presenta mis posiciones a su manera, y a la luz de la leyenda, desde hace tiempo propagada, sobre las teorías de Bordiga.

No pretendo ser bello, pero la imagen que da de mí Bujarin es horrorosa. Me imputa ciertas formulaciones y después ataca estas formulaciones y las hace añicos. En su discurso nos ha dicho que el régimen interior de la Internacional Comunista debe ser cambiado. Al mismo tiempo, su práctica personal de la polémica nos incita a mostrarnos muy pesimistas en cuanto a este proyecto de enmienda del régimen interior. En efecto, el compañero Bujarin hace aquí de agitador. Así, no sólo se hace agitación entre los obreros, en el partido, sino incluso en el seno del pleno del Ejecutivo ampliado. Permitidme observar que quizá es más fácil hacerla entre vosotros que entre los obreros.

El compañero Bujarin simplifica las ideas. Es cosa muy meritoria saber simplificar y condensar en pocas palabras las posiciones; pero la dificultad consiste en simplificarlas sin caer en la agitación; participando, por el contrario, en el trabajo verdaderamente serio, en el trabajo común al que queremos contribuir en la medida de nuestras fuerzas.

Simplificar sin demagogia agitacionista, en esto reside el gran problema revolucionario. Estos maestros en simplificación son muy escasos. Y el compañero Bujarin posee sin ninguna duda cualidades excepcionales que debería emplear en este sentido en el seno de la Internacional. Pero yo creo que después de los discursos de diversos grandes dirigentes de la revolución rusa, no hemos escuchado con bastante frecuencia exposiciones que se eleven a la altura de esta exigencia: simplificar sin demagogia.

Ahora quiero decir algunas palabras sobre ciertas objeciones del compañero Bujarin. Él nos presenta el argumento siguiente: las contradicciones de Bordiga nacen de la idea de que la revolución no es un problema de formas de organización; lo que no le ha impedido tratar a continuación el problema de la bolchevización desde un punto de vista pura y exclusivamente organizativo, proponiendo, para resolver el problema en su conjunto, una modificación únicamente organizativa: la inversión de la famosa pirámide. Nada de todo esto es cierto. En primer lugar, he examinado la bolchevización desde diferentes puntos de vista: la he criticado en los planos teórico, histórico y táctico. Está claro, pues, que no considero la obra de la bolchevización únicamente como un problema de organización, sino como un problema político que pone en juego la actividad y la táctica de la Internacional. Además, debéis reconocer que toda nuestra oposición se refería a problemas tácticos y que es sobre todo para estos problemas para los que presentamos desde hace tiempo soluciones diferentes de las que han sido adoptadas en los Congresos internacionales. Evidentemente, la solución del problema no se reduce a una simple modificación organizativa. Por esta razón esperamos que se pruebe por la acción y por la táctica que realmente tenemos una dirección sana y revolucionaria.

Otro argumento del compañero Bujarin: Bordiga se opone a la transferencia mecánica de la experiencia rusa a otros países; pero, olvidando el carácter específico de la situación en los países de Europa occidental, comete el error de hacer él mismo esta transferencia mecánica. Esto es desnaturalizar mi posición. En efecto, yo he dicho; de un modo general, toda la experiencia rusa nos es útil. Jamás debemos olvidarla, pero ella no basta. Yo no rechazo, pues, el utilizar la experiencia rusa, pero sostengo que la experiencia del partido ruso no puede contener la solución completa de los problemas de la táctica revolucionaria. ¿Cuál sería el carácter particular de la estrategia revolucionaria en Occidente que yo habría omitido? El compañero Bujarin ha dicho que yo no he mencionado en mi exposición la existencia de los grandes partidos y sindicatos socialdemócratas. Pero ésta es precisamente la diferencia que yo he desarrollado. Para mostrar en qué son diferentes las relaciones con el aparato del Estado en la revolución rusa y en Occidente, he dicho que en los países occidentales existe desde hace mucho tiempo un aparato de Estado burgués democrático muy estable, que juega un papel desconocido en la historia del movimiento ruso. Este papel puede llevar eventualmente a la movilización del proletariado por la burguesía en un sentido oportunista, y esto, precisamente a través de los sindicatos y de los partidos socialdemócratas.

Mi análisis reposa justamente sobre este estado de cosas característico de la situación en Occidente. Las posibilidades de movilización ideológica de la clase obrera son mucho más vastas en países que tienen tradiciones liberales de lo que eran en Rusia, y por esta razón las organizaciones socialdemócratas conocen en Occidente un importante desarrollo. El compañero Bujarin, pues, no puede decir que yo me contradigo, que me hago culpable de transposiciones mecánicas. Ciertamente, yo no estoy de acuerdo con él cuando dice que la experiencia rusa nos impone precisamente aplicar en Occidente en gran escala la táctica del frente único. Creo que los compañeros rusos cometen un error en eso. Ciertas maniobras que podían tener éxito con los partidos menchevique o socialista–revolucionario, ligados menos sólidamente al aparato de Estado, ciertas soluciones tácticas no pueden ser transferidas sin peligro a los países occidentales. Si intentamos hacerlo, chocaremos con una eventual movilización del proletariado por la burguesía, y sufriremos graves decepciones.

No quiero profundizar ahora este análisis que, por otra parte, ya he hecho en mi primera intervención. Simplemente subrayo que las contradicciones de que hablaba el compañero Bujarin no existen.

Para poder resolver los problemas tácticos tenemos necesidad de algo muy distinto de la sola bolchevización del postulado según el cual no hay más que referirse a la historia del partido bolchevique para encontrar las soluciones. También tenemos necesidad de otras experiencias, y estas experiencias, la Internacional debe sacarlas del movimiento obrero y comunista mundial.

Todavía una objeción. Según el compañero Bujarin, yo habría dicho, al hablar de la diferencia de la cuestión de las células en Rusia y en Occidente, que el problema del Estado, es decir, el problema político central, que se ha encontrado planteado en Rusia por la historia, no lo sería en Occidente. El compañero Bujarin pretende por esta razón que yo tengo una perspectiva pesimista, socialdemócrata. Pero lo que yo he dicho es que los trabajadores comunistas corren el riesgo de olvidar el problema central de la conquista del poder si limitamos su actividad al marco de la célula de empresa. Yo pienso que este problema también será planteado por la historia en Occidente, pero que nuestro papel como partido comunista consiste precisamente en dar al proletariado los medios para resolverlo de un modo unitario. El partido debe evitar entregarse a maniobras que salvarían a la burguesía. Debe evitar el laborismo, que ya ha ayudado frecuentemente a la burguesía a permanecer en el poder. El problema se ha planteado ya, pero nosotros no hemos sabido explotar la ocasión; no basta, pues, que la historia lo plantee. Así pues, esta objeción también es injustificada.

Paso a la cuestión italiana. El compañero Ercoli ha afirmado que mi crítica a la táctica hacia los anti–fascistas y de la proposición de un anti–parlamento es equivocada porque no tengo en cuenta el análisis de la situación, mientras que la dirección del partido se apoya felizmente en un análisis exacto de la nueva situación. Pero yo sostengo que este análisis es falso. Tenemos en las manos un documento que ha provocado muchas discusiones durante la preparación del congreso. Es el informe del compañero Gramsci al centro del partido, redactado en septiembre de 1924 (Matteotti fue asesinado en junio). Este informe contiene una visión totalmente falsa; si hubiese que creer en él, el fascismo estaba ya batido por la oposición burguesa, y la monarquía misma iba a liquidarlo prácticamente por vía parlamentaria.

ERCOLI: Nosotros hemos previsto simplemente el compromiso entre el fascismo y el Aventino, que efectivamente ha tenido lugar.

BORDIGA: Vosotros habéis previsto el alejamiento de Mussolini. La relación de fuerzas entre el fascismo y la oposición ha sido apreciada de un modo completamente falso, y por consiguiente, todo el análisis de la situación era erróneo. Nos las teníamos que ver, pues, con un error de perspectiva y con una falsa maniobra del partido. Se ha utilizado la fórmula: la situación es democrática. Este pretendido análisis de la situación es verdaderamente sorprendente: cuando la situación es reaccionaria, el partido comunista no puede hacer nada; y si la situación es democrática, es a los partidos pequeñoburgueses a los que les toca actuar. Esto equivale a suprimir a nuestro partido comunista.

Otro argumento de Ercoli es: esta maniobra era buena, puesto que ha dado resultado. Primeramente, la crítica que los compañeros de la izquierda han hecho de la táctica antiparlamentaria ha sido, en cierta medida, hasta cierto punto reconocida como justa por los mismos compañeros del centro. Se dice, por ejemplo, que la decisión de volver al parlamento habría debido ser tomada mucho antes y no sólo después de las vacaciones parlamentarias. Nosotros decimos más: desde el primer momento, no había que seguir a la oposición burguesa, no había que participar en sus sesiones ni abandonar la cámara con ella.

Los compañeros del centro dicen: hemos hecho bien, puesto que hemos conseguido éxitos, puesto que la influencia del partido ha aumentado.

Pero la situación es ésta: un hundimiento completo de la oposición antifascista burguesa y semiburguesa. En una situación así, el partido comunista habría debido adquirir una influencia decisiva, sobre todo en el seno de la clase obrera y del campesinado; habría debido mostrarse capaz, por su línea táctica, de desempeñar el papel de tercer factor, independiente de la lucha del politiqueo. Pero el curso de los acontecimientos no ha sido utilizado en este sentido. El éxito de que habla Ercoli ha consistido en un acrecentamiento del número de los adherentes. Pero el problema no debe ser confundido con el número de los adherentes. Actualmente, éste decrece. Sin embargo, nuestra dirección pretende que se trata de una disminución numérica acompañada de un aumento de nuestra influencia. Yo, hablaba del papel del partido en cuanto factor político de la situación. Yo quisiera ser optimista, ciertamente, pero todo prueba que no hemos ganado nada, ni explotado una situación muy favorable.

Y llego a la última cuestión de la que quería hablar, es decir, a la situación interna del partido. Se nos ha acusado de ser una organización fraccionalista, y se ha fundado sobre esta acusación toda la preparación de la conferencia. Afirmo que la fracción de izquierda ha hecho desde el principio del congreso italiano una declaración impugnando la validez del congreso y pidiendo una decisión de la Internacional. No quiero evocar aquí ciertas polémicas, pero pido que los órganos de la Internacional verifiquen ciertas cuestiones, como por ejemplo las acusaciones increíbles lanzadas por el compañero Ercoli en esta tribuna contra los compañeros de la izquierda. Nosotros jamás hemos incitado a permanentes del partido a que abondonen el partido y a trabajar para el Comité de Entendimiento. Jamás lo hemos hecho, pues, habría sido una falta grave. El documento sobre el que reposa esta acusación jamás ha sido producido. Exactamente, hay una carta del compañero que supuestamente recibió esta sugerencia, y se pretende que también existe la carta en la que se le hizo. Pero esta carta, jamás se ha visto. Ahora se afirma que existe; pero, tratándose de una acusación tan grave, tenemos el derecho de exigir que se la apoye con pruebas; entonces podremos demostrar que toda esta afirmación es completamente falsa. Dejemos esto. Se ha hablado de la actividad de la izquierda. Se ha dicho, por ejemplo, que hemos sido batidos en las federaciones más fuertes y que el partido se ha debilitado en aquellas en las que teníamos influencia. Pero lo cierto es exactamente lo contrario. Las federaciones de que habla Ercoli: Milán, Turín y Nápoles son precisamente aquellas en las que la fracción de izquierda es más fuerte.

En lo concerniente al modo en cómo ha sido preparado el congreso hay que decir que se ha inventado un sistema de consulta del partido tal, que yo, Bordiga, en tanto que miembro de una sección del partido, ¡he votado por las tesis de la dirección! ¿Cómo se ha llegado a eso? lo veremos otra vez. Pero esto da una idea del valor de las cifras de votos ofrecidos por el congreso.

Sin embargo, esto nos importa poco. Solamente quiero decir a los compañeros que en nuestra polémica en el congreso hemos criticado el ordinovismo de las posiciones ideológicas y políticas del centro de nuestro partido. Para acabar, considerando el hecho de que se nos forzaba a participar en la política del centro, hemos hecho una declaración sin equívocos.

Acabo, compañeros. En lo tocante al régimen interno y a la inversión de la pirámide, no puedo responder aquí a lo que ha dicho el compañero Bujarin sobre esta cuestión y la de las fracciones. Pero pregunto: ¿habrá en el futuro un cambio en nuestras relaciones internas? ¿Muestra esta sesión plenaria que se tomará una nueva vía? En el momento mismo en el que se afirma aquí que debe cesar el régimen del terror, las declaraciones de los delegados franceses e italianos suscitan en nosotros algunas dudas, aunque las tesis hablen de dar al partido una vida interna nueva. Esperamos veros en esta obra.

Por mi parte, creo que va a continuar la caza al pretendido fraccionismo y que dará los resultados que ha dado hasta ahora. Se puede ver igualmente en el modo como se esfuerza uno en arreglar la cuestión alemana y otras diversas cuestiones. Debo decir que este método de humillación personal es un método deplorable, incluso cuando es utilizado contra elementos políticos que merecen ser combatidos duramente. No creo que sea un sistema revolucionario. Pienso que la mayoría de los que hoy prueban su ortodoxia divirtiéndose a expensas de los pecadores perseguidos está compuesta muy probablemente por antiguos ex–oponentes humillados en su momento. Sabemos que estos métodos han sido aplicados, y quizá lo sean en el futuro, a compañeros que no sólo tienen una tradición revolucionaria, sino que siguen siendo elementos preciosos para nuestras luchas futuras. Esta manía de autoinmolación debe cesar si verdaderamente queremos presentar nuestra candidatura a la dirección de la lucha revolucionaria del proletariado.

El espectáculo de esta sesión plenaria me abre sombrías perspectivas en lo referente a los cambios por venir en la Internacional. Así pues, votaré contra el proyecto de resolución que ha sido presentado.

 

 SESIÓN DECIMOSEXTA (8 DE MARZO DE 1926)

La breve declaración hecha en nombre de la Izquierda en la sesión decimosexta (8 de marzo de 1926) sigue inmediatamente al discurso final de Zinóviev sobre la táctica de la Internacional.

Zinóviev había reafirmado la justeza de la línea del frente único en la versión ya ilustrada, la justeza de la bolcehvización, de la lucha contra las desviaciones paralelas de derecha y de izquierda. También había renovado el compromiso de instaurar una democracia interna creciente en el seno de la Internacional. En cuanto a los «errores de Bordiga», presentados como de costumbre bajo una apariencia arbitraria (mito del «partido puro», pretendida «subestimación» del problema campesino, «anticentralismo» implícito en la teoría de la «inversión de la pirámide», orígenes extramarxistas del «abstencionismo», etc.), el argumento principal de Zinóviev había sido, por un lado, el aislamiento en el que Bordiga había acabado por encontrarse en relación al conjunto de la asamblea mundial y, de otro, el desmentido aportado a sus posiciones erróneas por el desarrollo impetuoso y el reforzamiento creciente de los partidos comunistas en todos los países. No habrá que esperar ni seis meses para que la Oposición rusa se levante contra las graves desviaciones que se habían producido en el seno de lo que entonces se presentaba como un bloque único en progreso constante, las desviaciones que incluso su contradictor de marzo había denunciado. En diciembre, ella se encontrará en el VII Ejecutivo ampliado tan sola como la Izquierda italiana. Las venganzas de la historia son implacables...

En su declaración, Bordiga repite que habiendo sacado de los trabajos del Ejecutivo ampliado la amarga confirmación de que no había visto ningún «curso nuevo», votará contra la resolución sobre «las cuestiones corrientes del movimiento comunista internacional» (será el único en hacerlo), aún haciendo votos por ese «curso nuevo».

Apenas es útil añadir que la demanda de publicación por la Internacional de la parte general de las Tesis de Lyon antes del VI Congreso (que no se reunirá sino dos años más tarde, después de la victoria del estalinismo y de la liquidación de toda oposición interna e internacional) jamás fue satisfecha. En cuanto a las tesis sobre la táctica de la Internacional presentadas por la Izquierda en el V Congreso mundial (1924) y publicadas en la edición alemana y francesa del Boletín publicado en Moscú durante el Congreso, no difieren en lo esencial de las tesis redactadas para el IV Congreso (diciembre 1922), que ya hemos publicado.

BORDIGA: Por las razones que he expuesto en mis dos discursos, voto contra la resolución propuesta.

Ésta menciona la necesidad de un cambio en el régimen interior de la Internacional, pero en vista de que los trabajos mismos del pleno no manifiestan el empleo de un nuevo método y no inauguran una nueva vía en la vida de la Internacional, debo igualmente mantener mi oposición sobre este punto. Sin embargo, expreso al mismo tiempo mi deseo de ver que los hechos aporten la prueba de una seria mejora.

No presento aquí ni tesis ni resolución, pero me refiero a las tesis presentadas en el V Congreso así como a las propuestas por la izquierda del Partido comunista de Italia en el último Congreso del partido.

Pido al Ejecutivo que se publique la parte general de estas tesis presentadas antes del VI Congreso. 

 

SESIÓN DECIMONOVENA (14 DE MARZO DE 1926)

La declaración que sigue, hecha en el curso de la decimonovena sesión (14 de marzo de 1926), tiende a precisar el verdadero sentido de lo que Bordiga había sostenido en una reunión de la «comisión alemana» y que, en su discurso del mismo día, Bujarin había expuesto de nuevo «a su manera», es decir, en el estilo demagógico y agitador ya denunciado como un síntoma característico del deterioro del régimen interior de la Internacional. Así pues, no necesita comentarios:

BORDIGA: Como el compañero Bujarin ha tenido la amabilidad de exponer una vez más aquí la crítica que he desarrollado en comisión, me veo forzado a precisar otra vez los dos puntos que ya expliqué en la comisión. He protestado contra el método de lucha utilizado en la resolución, el método que consiste en extraer de su contexto citas de compañeros para probar así que son desviacionistas. Creo que este modo de lucha no contribuye a clarificar las ideas de las masas.

Además, me he opuesto en la comisión contra la práctica excesiva del terror ideológico, es decir, contra el hecho de que se presente uno en toda ocasión ante los simples miembros del partido y se les declare, antes de darles aclaraciones políticas, que si se oponen al contenido político de los informes del Comité central o del Ejecutivo, son enemigos del Ejecutivo, adversarios del comunismo, etc. No basta afirmar que se hace una distinción entre los dirigentes de izquierda y los obreros de izquierda; hay que acabar con este método de terror ideológico y decidirse a explicar realmente a los obreros el contenido político de las cuestiones. No he reclamado que se entregue uno a un estudio detenido de las obras de los compañeros de la Izquierda, pero quisiera poner en guardia al Ejecutivo y a los compañeros presentes contra el peligro que hay en descuidar la ligazón con las masas. Es cierto que se me reprocha haber descuidado o ignorado yo mismo esta ligazón con las masas, pero sin embargo me mantengo en recordar a los compañeros que deben prestar atención a no romperla ellos mismos.

 

 VIGÉSIMA SESIÓN (15 DE MARZO DE 1926) 

Tomando la palabra por última vez en la vigésima sesión plenaria (15 de marzo de 1926) después de un discurso de Togliatti tendente a demostrar que la «lucha contra el revisionismo» se llevaba de modo justo tanto con respecto de la derecha como de la izquierda (o de la ultraizquierda), Bordiga reafirma con vigor la necesidad de atajar el real peligro oportunista, del cual aportaban una confirmación dramática los trabajos del Ejecutivo ampliado en todos sus desarrollos. Repite que «esta reacción sana, útil y necesaria no puede ni debe tomar la forma de una maniobra o de una intriga» como sería inevitablemente el caso si ella se solidarizase con hombres y grupos (las diferentes «oposiciones» alemanas en primer lugar) que, cuando «no encuentran nada que objetar a la línea política general (de la dirección de la I.C.) pasan a veces a la oposición porque en tanto que grupos, dirigentes o exdirigentes, no están contentos con las resoluciones que conciernen a su partido y a su país». Renueva a las vanguardias obreras sanas del mundo entero la invitación a tomar posición claramente sobre la táctica de su propio partido y, sobre todo, sobre los graves problemas de la política del partido ruso, piedra angular del problema de la revolución mundial. En consecuencia, anuncia que también votará contra la resolución sobre la cuestión alemana (y francesa).

BORDIGA: La discusión sobre el informe de la comisión alemana ha llegado a un punto tal, que me veo obligado a hacer una segunda declaración e incluso una declaración muy neta, tanto más cuanto que el compañero Ercoli ha dicho que el tono de Bordiga se hacía cada vez más agresivo.

Ante todo, declaro que, a mi parecer, existe efectivamente un peligro derechista. El compañero Ercoli pretende que en el curso de las discusiones políticas se ha efectuado un análisis exacto y se ha establecido que el peligro derechista reside en Francia. Yo me pregunto si es posible considerar como una aplicación seria del método del análisis marxista un análisis que cree poder indicarnos hasta la dirección de este peligro derechista, y según el cual éste habría elegido domicilio en el número 96 del paseo de Jemmapes o en el 123 de la calle Montmartre, es decir, en la Sede de «Révolution prolétarienne» o en el «Bulletin communiste». ¿Quizá se nos precisará también que el peligro derechista recibe por la tarde de 6 a 8? Este análisis debe ser emprendido de modo completamente distinto. El peligro derechista existe; aparece no sólo en las resoluciones escritas, sino ante todo en los hechos y en el comportamiento político del Komintern, como lo he explicado en mi intervención en el debate de política general.

Este peligro derechista existe igualmente en las resoluciones adoptadas aquí: tanto en las cuestiones de política general como en los problemas de los diversos partidos, la cuestión del partido alemán o del partido francés. Se manifiesta también en la negativa a someter los problemas rusos a este foro del Ejecutivo ampliado. Ya he subrayado en mi discurso que las secciones de la Internacional Comunista, en su estado actual, no tienen la posibilidad de ocuparse de la cuestión rusa, y he dicho que esto confirma mi crítica. Es absolutamente indispensable que la Internacional se ocupe del problema central que constituyen las relaciones de la lucha revolucionaria del proletariado mundial y la política del Estado proletario y del partido comunista en Rusia; es indispensable que la Internacional adquiera la capacidad de discutir estos problemas.

Es de desear que se manifieste una resistencia de izquierda contra este peligro derechista; no digo una fracción, sino una resistencia de las izquierdas a escala internacional. Sin embargo debo declarar francamente que esta reacción sana, útil y necesaria no puede ni debe tomar la forma de una maniobra o de una intriga. Estoy de acuerdo con el compañero Ercoli cuando encuentra absurdo que compañeros que han aprobado plenamente el informe y las tesis del debate político, se opongan ahora en el último minuto no a la desviación derechista internacional, sino a la resolución sobre la cuestión alemana. Estos compañeros, que no encuentran nada que objetar a la línea política general de la Internacional pasan a veces a la oposición porque en tanto que grupos, dirigentes o exdirigentes, no están contentos con las resoluciones que conciernen a su partido y a su país. Por esta razón no puedo declararme solidario con ellos, de la oposición llamada de ultraizquierda. No digo esto para atraerme la simpatía de la mayoría, a la que precisamente hago responsable de los procedimientos de los oponentes de hoy, tanto más cuanto que éstos han sido apoyados hace poco por esta misma mayoría, que los consideraba como los mejores dirigentes.

Llego a la conclusión: en lo que concierne más especialmente a la cuestión alemana, pienso que hay que decir a los buenos obreros revolucionarios alemanes de la izquierda, que deben guardarse de dos falsas orientaciones –la del derrotismo y la desconfianza hacia la Internacional y la revolución rusa, que se ocultan bajo las declaraciones aceptadas unánimemente, así como de la del optimismo ciego que pretende evitar toda discusión y todo conflicto, que realmente no desea una utilización de las experiencias y una colaboración de la vanguardia comunista del proletariado, sino un respeto devoto hacia posiciones dogmáticas. He explicado por qué esta última actitud es tan nefasta como la primera para las relaciones entre el proletariado mundial y la revolución rusa. El partido ruso y la Rusia soviética poseen la más grande experiencia revolucionaria, sólo ellos han conseguido la victoria revolucionaria, pero los obreros revolucionarios de Alemania también tienen sus propias experiencias. Deben apoyarse también en las lecciones de sus luchas y sus derrotas. Su tradición y su instinto de clase merecen ser consultados a propósito de las amenazas derechistas que, precisamente, los han golpeado duramente en el curso de las últimas luchas. Esta vanguardia obrera debe tomar posición claramente tanto sobre la táctica del partido tal como se manifiesta hoy, con sus maniobras muy dudosas hacia la socialdemocracia y la famosa campaña por el plebiscito, como sobre la línea general del Komintern y los problemas de la política del partido ruso, que están en el centro de la política de la revolución mundial. Puesto que la revolución rusa es la primera gran etapa de la revolución mundial, ella es también nuestra revolución, sus problemas son nuestros problemas, cada miembro de la Internacional revolucionaria tiene no sólo el derecho, sino también el deber, de colaborar en su solución.

 

MOCIÓN PRESENTADA EN LA VIGÉSIMA SESIÓN

La moción siguiente fue presentada en la vigésima sesión después de un discurso en el curso del cual Bujarin invitaba a Bordiga a hacer proposiciones concretas con vistas a una discusión internacional sobre la cuestión rusa. Remitida al Pleno, la moción quedó en letra muerta, mientras que el Ejecutivo ampliado se acababa en medio del sonido de las trompetas que no se puede escuchar hoy sin amargura, y con el de Zinóviev: «¡El Komintern acabará con todos los obstáculos!». De hecho estaba en vísperas de ser liquidado.

BORDIGA: Quiero formular por escrito mi posición en lo que concierne a la discusión sobre los problemas rusos. Tengo el derecho a constatar que el Pleno no ha discutido las cuestiones rusas, que no tiene la posibilidad ni la preparación requeridas para hacerlo, y esto me da derecho a concluir que ahí tenemos uno de los resultados de la política general errónea de la Internacional y de las desviaciones de derecha de esta política. Es la misma constatación que hice en mi primer discurso durante la discusión general.

Concretamente, propongo que el Congreso mundial sea convocado el verano próximo, teniendo en el orden del día precisamente la cuestión de las relaciones entre la lucha revolucionaria del proletariado mundial y la política del Estado ruso y del partido comunista de la Unión Soviética, quedando bien establecido que la discusión de estos problemas debe ser preparada correctamente en todas las secciones de la Internacional.

(Se decide por unanimidad trasmitir esta proposición al Presídium de la Internacional).

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“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

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