TEORÍA Y ACCIÓN EN LA DOCTRINA MARXISTA
(Resumen de la Reunión de Roma del 1º de abril de 1951)
SUMARIO
1.- Contra la situación de desbarajuste en que se encuentran la ideología, la organización y la acción revolucionaria, es un falso remedio contar con una inevitable y gradual decadencia del capitalismo que ya se habría iniciado y en el fondo de la cual esperaría la revolución proletaria. La curva del capitalismo no tiene rama descendente.
2.- La segunda crisis histórica e internacional oportunista, con el derrumbe de la Tercera Internacional, deriva del intermedismo, concepción que pretendía colocar objetivos políticos generales transitorios entre la dictadura burguesa y la dictadura proletaria. Es una posición errónea aquella que –para evitar el intermedismo– renuncia a las reivindicaciones económicas particulares de los grupos proletarios.
3.- La justa praxis marxista afirma que la conciencia del individuo, y aun la de la masa, sigue a la acción, y que la acción sigue al impulso del interés económico. Solamente en el partido de clase la conciencia y –en ciertas fases– la decisión de la acción precede al choque de clase. Pero tal posibilidad es inseparable orgánicamente del juego molecular de los impulsos físicos y económicos iniciales.
4.- Según todas las tradiciones del marxismo y de la Izquierda italiana e internacional, el trabajo y la lucha en el seno de las asociaciones proletarias es una de las condiciones indispensables para el éxito de la lucha revolucionaria, junto a la presión de las fuerzas productivas contra las relaciones de producción, y a la justa continuidad teórica, organizativa y táctica del partido político.
5.- En las varias fases de la trayectoria burguesa (revolucionaria, reformista, contrarrevolucionaria), la dinámica de la acción sindical sufrió profundos cambios (interdicción, tolerancia, sumisión); pero esto no quita que sea orgánicamente indispensable tener –entre la masa de los proletarios y la minoría encuadrada en el partido– otro estrato de organizaciones que sean políticamente neutras por principio, pero constitucionalmente accesibles sólo a los obreros, y que organismos de este género deben resurgir en la fase en que la revolución se avecina.
I – LA INVERSIÓN DE LA PRAXIS EN LA TEORÍA MARXISTA
1.-Desorden ideológico en los numerosos grupos internacionales que condenan a la orientación estalinista y que afirman estar en la línea del marxismo revolucionario.
Incertidumbre de tales grupos respecto a lo que ellos llaman análisis y perspectiva: desarrollo moderno de la sociedad capitalista –posibilidad de reanudación de la lucha revolucionaria del proletariado.
2.- Resulta evidente para todos que la interpretación reformista del marxismo se derrumbó con las grandes guerras, con los grandes choques internos y con el totalitarismo burgués.
3.- Entretanto, dado que el agravamiento de la tensión social y política va acompañado, no con el poderío sino con la total degeneración de los partidos ex–revolucionarios, surge la cuestión de saber si no se debería revisar la perspectiva marxista y también la perspectiva leninista, que establecía como desembocadura de la primera guerra mundial y de la revolución rusa el incendio de la lucha proletaria por el poder en todo el mundo.
4.- Una teoría totalmente errónea es la de la curva descendente del capitalismo, que conduce al planteamiento de esta cuestión: ¿cómo es posible que, mientras el capitalismo declina, la revolución no avanza? La teoría de la curva descendente compara el desarrollo histórico a una sinusoide: todo régimen, como por ejemplo el régimen burgués, inicia una fase de ascenso, alcanza un máximo, después comienza a declinar hasta un mínimo, luego del cual asciende otro régimen. Tal visión es la del reformismo gradualista no existen discontinuidades, quebraduras ni saltos (ver Apéndice, gráfico 1).
5.- La visión marxista puede ser representada, con el propósito de claridad y de brevedad, por varias ramas de curvas siempre ascendentes hasta aquellos vértices (en geometría, puntos máximos singulares) que son seguidos de una brusca caída casi vertical, comenzando, a partir de abajo, un nuevo régimen social, otra rama histórica ascendente (Apéndice, gráfico 2 ).
6.- De acuerdo con esta visión, que es la única visión marxista, todos los fenómenos de la actual fase imperialista están dados por descontado integralmente desde hace un siglo; en economía: trusts, monopolios, dirigismo estatal, nacionalización; en política: implacables regímenes policíacos, super–poderío militar, etc.
7.- No menos evidente es la posición según la cual el partido proletario no debe contraponer reivindicaciones gradualistas y de restauración y renacimiento de las formas liberales y tolerantes en la situación moderna.
El error opuesto del movimiento proletario y sobre todo de la III Internacional, ha determinado la ausencia de tensión revolucionaria comparable al altísimo potencial capitalista.
La explicación de este segundo derrumbe del movimiento de clase, aún más grave que el del socialpatriotismo en 1914, conduce a las difíciles cuestiones de la relación entre los impulsos económicos y la lucha revolucionaria, entre las masas y el partido que debe guiarlas.
8.- Del mismo modo que deben ser descartadas las posiciones de los grupos que subestiman las tareas y la necesidad del partido en la revolución, cayendo así en posiciones obreristas o, peor aún, dudan del empleo del poder de Estado en la revolución, también debemos considerar como descarriados aquellos que consideran al partido como la agrupación de los elementos conscientes, sin discernir sus necesarios vínculos con la lucha de clase física, ni el carácter de producto de la historia, así como de factor de ésta, que presenta el partido.
9.- Tal cuestión nos lleva a restablecer la interpretación del determinismo marxista tal como fue construida en su primera enunciación, colocando en su debido lugar el comportamiento de cada individuo bajo la acción de los estímulos económicos, y la función de los cuerpos colectivos tales como la clase y el partido.
10.- También es útil trazar aquí un esquema que explique la inversión marxista de la praxis. En el individuo, se pasa de la necesidad física al interés económico, a la acción casi automática para satisfacerla; sólo después se pasa a los actos de voluntad y, por último, a la conciencia y al conocimiento teórico. En la clase social, el proceso es el mismo: sólo que se exaltan enormemente todas las fuerzas que convergen en la misma dirección. En el partido, mientras desde abajo confluyen todas las influencias individuales y de clase, su aporte crea una posibilidad y una facultad de visión crítica y teórica y de voluntad de acción, que permite transmitir a los individuos militantes y proletarios la explicación de situaciones y procesos históricos, y aun las decisiones de acción y de combate (Apéndice, gráfico VIII) .
11.- Así pues, mientras el determinismo excluye para el individuo la posibilidad de una voluntad y de una conciencia que precedan la acción, la inversión de la praxis los admite únicamente en el partido, como resultado de una elaboración histórica general. Si, por lo tanto, voluntad y conciencia deben atribuirse al partido, debe negarse que éste se forme del concurso de la conciencia y de la voluntad de individuos de un grupo, y que tal grupo pueda considerarse, en lo más mínimo, fuera de las determinaciones físicas, económicas y sociales existentes en todo el ámbito de la clase.
12.- Por lo tanto, no tiene sentido el pretendido análisis según el cual existen todas las condiciones revolucionarias, pero falta una dirección revolucionaria. Es exacto decir que el órgano de dirección es indispensable, pero su aparición depende de las propias condiciones generales de lucha, jamás de la genialidad o del valor de un líder o de una vanguardia.
Esta clarificación de las relaciones entre el hecho económico–social y el hecho político, debe servir de base para ilustrar el problema de las relaciones entre el partido revolucionario y la acción económica y sindical.
II – PARTIDO REVOLUCIONARIO Y ACCIÓN ECONÓMICA
Conviene recordar cuál ha sido la actitud de la Izquierda Comunista italiana frente a las cuestiones sindicales, pasando después a examinar lo que ha cambiado en el campo sindical después de las guerras y de los totalitarismos.
1.- Cuando el Partido italiano no había sido aún constituido, en el IIº Congreso de la Internacional (1920) fueron debatidas dos grandes cuestiones de táctica: la acción parlamentaria y la acción sindical. Ahora bien, los representantes de la corriente abstencionista se alinearon contra la pretendida izquierda que propugnaba la escisión sindical y la renuncia a conquistar los sindicatos dirigidos por oportunistas. En el fondo, estas corrientes colocaban en el sindicato, y no en el partido, el centro de la acción revolucionaria, y lo querían puro de influencias burguesas (Tribunistas holandeses, KAPD alemán, Sindicalistas americanos, escoceses, etc.).
2.- La Izquierda desde entonces combatió ásperamente contra los movimientos análogos al «Ordine Nuovo» de Turín, para quienes la tarea revolucionaria consistía en vaciar los sindicatos en provecho del movimiento de los consejos de fábrica, considerados como la trama de los órganos económicos y estatales de la revolución proletaria iniciada en pleno capitalismo, confundiendo gravemente los momentos y los instrumentos del proceso revolucionario.
3.- Las cuestiones parlamentaria y sindical se sitúan sobre muy distintos planos. Es claro que el Parlamento es el órgano del Estado burgués, donde se pretende que están representadas todas las clases de la sociedad, y todos los marxistas revolucionarios concuerdan en que sobre él no se puede fundar otro poder que el de la burguesía. La cuestión es si la utilización de los mandatos parlamentarios puede servir a los fines de propaganda y de agitación para la insurrección y la dictadura. Quienes lo negaban sostenían que, incluso con este solo fin, es contraproducente la participación de representantes nuestros en un organismo común con los r e presentantes burgueses.
4.- Cualquiera que sea la dirección de los sindicatos, éstos, siendo asociaciones económicas de profesión, agrupan siempre a elementos de una misma clase. Es bien posible que los proletarios organizados elijan representantes de tendencias no sólo moderadas sino incluso directamente burgueses, y que la dirección del sindicato caiga bajo la influencia capitalista. Sin embargo, queda el hecho de que los sindicatos están compuestos exclusivamente por trabajadores y, por lo tanto, nunca se podrá decir de ellos lo que se dice del Parlamento, o sea, que son susceptibles únicamente de una dirección burguesa.
5.- En Italia, antes de la formación del Partido Comunista, los socialistas excluían el trabajo en los sindicatos blancos de los católicos y en los amarillos de los republicanos. Más tarde, los comunistas, ante la gran Confederación dirigida predominantemente por reformistas y frente a la Unión Sindical dirigida por los anarquistas, establecieron sin ninguna vacilación y unánimemente no fundar nuevos sindicatos y trabajar para conquistar del interior los arriba mencionados, tendiendo incluso a su unificación. En el campo internacional, el partido italiano unánime sostuvo no sólo el trabajo en todos los sindicatos nacionales socialdemócratas, sino también la existencia de la Internacional Sindical Roja (Profintern), quien consideraba a la Central de Amsterdam como una entidad no conquistable por estar conectada con la burguesa Sociedad de las Naciones a través de la Oficina Internacional del Trabajo. La Izquierda italiana se opuso violentamente a la propuesta de liquidar al Profintern para constituir una Internacional Sindical única, sosteniendo siempre, en lo que concierne a los sindicatos y a las confederaciones nacionales, el principio de la unidad y de la conquista interna.
6.- a) A través de las sucesivas fases históricas, la actividad sindical proletaria ha determinado muy diversas políticas de los poderes burgueses. Ya que las primeras burguesías revolucionarias prohibieron cualquier asociación económica, consideradas como tentativa de reconstitución de las corporaciones antiliberales del Medioevo, y dado que cualquier huelga fue reprimida violentamente, todos los primeros movimientos sindicales tomaron aspectos revolucionarios. Ya desde entonces, el Manifiesto advertía que cada movimiento económico y social conduce a un movimiento político y tiene grandísima importancia porque extiende la asociación y la coalición proletaria, mientras que sus conquistas puramente económicas son precarias y no menoscaban la explotación de clase.
b) En el período sucesivo, la burguesía, comprendiendo que le era indispensable aceptar que se planteara la cuestión social, precisamente para conjurar la solución revolucionaria, toleró y legalizó los sindicatos, reconociendo su acción y sus reivindicaciones; esto tiene lugar en todo el período exento de guerras y, relativamente, de bienestar progresivo que se desarrolló hasta 1914.
Durante todo este período, el trabajo en los sindicatos fue un elemento de importancia capital para la formación de los fuertes partidos socialistas obreros, y fue claro que los mismos podían determinar grandes movimientos, principalmente a través del manejo de los resortes sindicales.
El naufragio de la II Internacional demostró que la burguesía se había procurado influencias decisivas sobre gran parte de la clase trabajadora por medio de sus relaciones y compromisos con los jefes sindicales y parlamentarios, los cuales dominaban en casi todas partes el aparato de los partidos.
c) Con la reanudación del movimiento después de la revolución rusa y del fin de la guerra imperialista, hubo que hacer justamente el balance de la desastrosa derrota del encuadramiento sindical y político, y se intentó llevar al proletariado mundial sobre el terreno revolucionario eliminando –con las escisiones de los partidos– a los jefes políticos y parlamentarios traidores, y procurando que los nuevos partidos comunistas, a través de su militancia en las filas de las más vastas organizaciones proletarias, lograsen expulsar de éstas a los agentes de la burguesía. Frente a los primeros éxitos vigorosos en muchos países, el capitalismo, para impedir el avance revolucionario, se encontró en la necesidad de acometer con la violencia y de poner en la ilegalidad no solamente a los partidos, sino también a los sindicatos en que éstos trabajaban. Sin embargo, en el transcurso de las complejas vicisitudes de estos totalitarismos burgueses, nunca se adoptó la abolición del movimiento sindical. Al contrario, fue propugnada y realizada la formación de una nueva red sindical plenamente controlada por el partido contrarrevolucionario y, ya sea de una manera o de otra, esta red fue impuesta como única y unitaria, y estrechamente adherida al engranaje administrativo y estatal.
También allí donde, después de la segunda guerra mundial, según la formulación política corriente, el totalitarismo capitalista parece haber sido substituido por el liberalismo democrático, la dinámica sindical continúa desarrollándose ininterrumpidamente en el pleno sentido del control estatal y de la inserción en los organismos administrativos oficiales. El fascismo, realizador dialéctico de las viejas instancias reformistas, ha llevado a cabo la del reconocimiento jurídico del sindicato, de modo que el mismo pudiera ser el titular de los convenios colectivos con el patronato, hasta el efectivo aprisionamiento de toda la organización sindical en las articulaciones del poder burgués de clase.
Este resultado es fundamental para la defensa y la conservación del régimen capitalista, precisamente porque la influencia y el empleo de las organizaciones asociacionistas sindicales son un estadio indispensable para todo movimiento revolucionario dirigido por el partido comunista.
7.- Estas modificaciones radicales del contexto sindical no provienen, por supuesto, únicamente de la estrategia política de las clases en conflicto y de sus partidos y gobiernos, sino que están también profundamente vinculadas con el mutado carácter de la relación económica entre empresario y obrero asalariado. En las primeras luchas sindicales, con las cuales los trabajadores procuraban oponer al monopolio de los medios de producción el de la fuerza de trabajo, la aspereza del conflicto derivaba del hecho que el proletariado, desde hacía tiempo despojado de toda reserva de subsistencia, no tenía ningún otro recurso que el salario cotidiano, y cada lucha contingente lo conducía a un conflicto de vida o muerte.
Mientras la teoría marxista de la miseria creciente se confirma por el continuo aumento numérico de los proletarios puros y por la apremiante expropiación de las últimas reservas de estratos sociales proletarios y medios, expropiación que es centuplicada por las guerras, destrucciones, inflación monetaria, etc., y mientras en muchos países la desocupación y la misma matanza de los proletarios alcanza cifras enormes, es indudable que allí donde la producción industrial florece, toda la gama de las medidas reformistas de asistencia y previsión crea para el asalariado ocupado un nuevo tipo de reserva económica que representa una pequeña garantía patrimonial que perder, en cierto sentido análoga a la del artesano y a la del pequeño campesino; el asalariado tiene pues algo que arriesgar, y esto (que es un fenómeno por otra parte ya observado por Marx, Engels y Lenin en las llamadas aristocracias obreras) lo vuelve irresoluto e incluso oportunista en el momento de la lucha sindical y, aún más, de la huelga y la revuelta.
8.- Por encima del problema contingente de la participación –o de la no participación– del partido comunista revolucionario en el trabajo en determinados tipos de sindicatos de un país dado, los elementos de la cuestión resumida hasta aquí conducen a la conclusión de que en toda perspectiva de todo movimiento revolucionario general no pueden dejar de estar presentes estos factores fundamentales: 1) un amplio y numeroso proletariado de asalariados puros; 2) un gran movimiento de asociaciones con contenido económico que abrace una parte imponente del proletariado; 3) un fuerte partido de clase, revolucionario, en el que mílite una minoría de los trabajadores, pero al cual el desarrollo de la lucha haya permitido contraponer válida y extensamente su influencia en el movimiento sindical a la de la clase y del poder burgués.
Los factores que han conducido a establecer la necesidad de todas y cada una de estas tres condiciones, de cuya eficiente combinación dependerá el resultado de la lucha, han sido dados: por el correcto planteamiento de la teoría del materialismo histórico que conecta la primitiva necesidad económica del individuo a la dinámica de las grandes revoluciones sociales; por la correcta perspectiva de la revolución proletaria en relación con los problemas de la economía, de la política y del Estado; por las enseñanzas de la historia de todos los movimientos asociativos de la clase trabajadora, tanto en su pleno desarrollo y en sus victorias, como en sus corrupciones y en sus derrotas.
Las líneas generales de la perspectiva desarrollada aquí no excluyen que puedan verificarse las coyunturas más diversas tocantes a la modificación, la disolución, y la reconstitución de asociaciones de tipo sindical, siendo esto válido para todas aquéllas que en los diversos países se presentan, ya conectadas con las organizaciones tradicionales que pretendían fundarse sobre el método de la lucha de clase, ya relacionadas más o menos con los más diversos métodos y orientaciones sociales, incluso conservadores.
APÉNDICE
PREFACIO
En la Reunión de Roma del 1 de abril de 1951, la relación sobre La inversión de la praxis en la teoría marxista fue completada con la presentación y el comentario de ocho gráficos, de los cuales (y por razones relacionadas con las dificultades y las estrecheces que atravesaba en aquel entonces el Partido) sólo tres gráficos (I, II y VIII) aparecieron en el Apéndice especial del «Boletín interno» nº1 del 10 de septiembre de 1951. Cada uno de los tres gráficos fue acompañado de un comentario breve, pero suficiente, que se insertaba perfectamente en lo que ya había sido dicho en la relación escrita.
En el Apéndice actual han sido incluidos por primera vez los otros cinco gráficos (III, IV, V, VI y VII), a los que se ha agregado, sin alterar el equilibrio total, un único comentario que no es más que una lectura de los cinco esquemas, según el espíritu de los otros tres comentarios.
Que las consideraciones que siguen sirvan para una utilización más incisiva de dichos gráficos, los que exponen la representación de la dinámica social según las ideologías fundamentales contra las cuales el movimiento revolucionario del proletariado ha ajustado definitivamente sus cuentas sobre el plano teórico, mientras debe, desgraciadamente, hacerlo todavía sobre el plano de la lucha práctica.
Marx y Engels escriben en La Ideología Alemana, 1846, I, A:
«La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es el proceso de su vida real. Y si en toda la ideología los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en una cámara oscura, este fenómeno resulta de su proceso histórico de vida, tal como la inversión de los objetos al proyectarse sobre la retina deriva de su proceso físico inmediato.
Exactamente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco de los hombres tales como son pensados, representados o imaginados, para llegar, arrancando de aquí, a los hombres de carne y hueso; se parte de los hombres que realmente actúan y, basándose en el proceso de su vida real, se explica incluso el desarrollo de los reflejos y de los ecos ideológicos de este proceso de vida. Aun las imágenes nebulosas que se forman en el cerebro del hombre son sublimaciones necesarias de su proceso material de vida, proceso empíricamente constatable y sujeto a condiciones materiales. La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra forma ideológica, y las formas de conciencia que a ellas corresponden pierden, así, la apariencia de su propia autonomía. No tienen historia, no tienen desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material y sus relaciones materiales transforman también –junto a esta realidad propia– su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia. Desde el primer punto de vista, se parte de la conciencia como individuo viviente; desde el segundo punto de vista, que es el que corresponde a la vida real, se parte de los mismos individuos reales vivientes y se considera la conciencia solamente como su conciencia.
Este modo de considerar las cosas no está exento de premisas. Parte de las premisas reales y no se aparta de ellas ni por un instante. Sus premisas son los hombres, pero no aislados y fijados a través de la fantasía, sino en su proceso de desarrollo real que se produce en condiciones determinadas y que es empíricamente constatable. Tan pronto como se expone este proceso de vida activa, la historia deja de ser una colección de hechos muertos, como lo es para los empiristas, quienes son también abstractos, o una acción imaginaria de sujetos imaginarios, como para los idealistas».
El materialismo histórico-dialéctico, contraponiéndose a las concepciones de marca iluminista e idealista, no ve pues en la ideología, es decir, en la representación mistificada e invertida de las relaciones reales, el fruto de un error que debe ser corregido para abrir los ojos a los ciegos, sino el resultado indispensable de un proceso real correspondiente a relaciones materiales, las mismas que la ideología proyecta distorsionándolas. A su vez, tal distorsión deriva necesariamente de la situación histórica de las fuerzas sociales que se expresan en la ideología y la imponen al conjunto social, siendo siempre la ideología de la clase dominante la ideología dominante. La concepción marxista rechaza igualmente la idea iluminista del «engaño consciente» de los jefes-ideólogos (los «astutos sacerdotes»), ya que la misma representación de la ideología –que es forzosamente fantástica porque es la sublimación de un estado de cosas históricamente caduco– se impone justamente como programa y superestructura necesaria de factores y traspasos sociales necesarios. Así, por ejemplo, la ideología burguesa se basa en la libertad efectiva de los trabajadores conquistada contra los vínculos jurídicos feudales: la burguesía no puede repudiarla, ya que haciéndolo se repudiaría ella misma.
Lo mismo que la función de las clases, la función de la ideología sufre la transformación dialéctica antiformismo-reformismo-conformismo ilustrada en nuestro trabajo Líneas Maestras de Orientación Marxista. Ultima clase explotada, el proletariado es la única que tiene la función histórica de eliminarse a sí misma junto a todas las demás. La suya no es, pues, una ideología que pueda asumir un carácter reformista y conformista, dando lugar a una representación suprahistórica de su dominación, sino que es ciencia revolucionaria, más aún, es ya ciencia de especie, no sólo porque el proletariado (así como otras clases en el pasado) representa el porvenir, sino porque este porvenir podrá dar únicamente lugar a una sociedad de especie, exenta de clases y de los correspondientes conflictos –y que constituye el salto de calidad de la prehistoria clasista a la plena historia humana.
La contraposición del marxismo a las ideologías que se han sucedido en el pasado y que aún hoy dominan en diverso grado, es pues rigurosamente histórica y dialéctica, lo cual no excluye, sino que por el contrario implica, que la ciencia global, con la cual el marxismo se identifica, pueda ser la única capaz de reconstituir los reales procesos subyacentes al andamiaje ideológico, descubriendo cómo la ideología mistifica la realidad existente prescindiendo de todo «conocimiento» individual y colectivo. Habiendo dicho todo esto sumariamente, pasamos a ilustrar el sentido y el correcto modo de empleo de los cinco esquemas.
GRÁFICO III
ESQUEMA TRASCENDENTALISTA (AUTORITARIO)
Es típico de las religiones reveladas, del feudalismo y del absolutismo teocrático; ha sido adoptado incluso por la moderna sociedad capitalista. Esta concepción recurre a una divinidad, quien, en el acto mismo de la creación, ha infundido en los hombres un espíritu, el cual, encontrándose en todo individuo, asegura la igualdad «frente a Dios» –por lo menos pues en el mundo extraterrestre– y asegura un comportamiento inspirado en principios comunes de origen divino. El Estado, a su vez, controlando la conciencia y la actividad de los individuos, permite el desenvolvimiento de la vida espiritual y física según su orden jerárquico, que respeta el plan «divino» revelado en las sagradas escrituras.
GRÁFICO IV
ESQUEMA DEMO–LIBERAL
Es común a expresiones ideológicas muy diferenciadas como el iluminismo en sus variados matices (empirismo, sensualismo, materialismo mecanicista), el criticismo kantiano, el idealismo objetivo y dialéctico de Hegel, el positivismo, el neoidealismo, el inmediatismo libertario (Stirner, Bakunin) y reformista. Se trata de la más pura absolutización del «principio democrático», basado en el Yo, el cual –ya como individuo, ya como «espíritu del pueblo», «voluntad colectiva», etc.– posee en sí mismo, en su ser profundo, las normas de su comportamiento (esto puede conducir, como en el anarquismo, a negar el Estado como ente representativo de la voluntad colectiva, y a substituirlo por la «opinión social» o abstracciones similares, que tienen la misma función que la del Estado «ético» en el pensamiento burgués clásico, del cual por otra parte deriva directamente). La vida ética, la vida económica, la voluntad de actuar en el ambiente externo, son el desenvolvimiento de las fuerzas de conciencia y de racionalidad propias del «espíritu humano» que está presente en todos los individuos («igualdad frente a la ley»). El Estado, y la organización social en general, está pues concebido como la proyección y al mismo tiempo como la garantía de la libertad de los individuos, «es la realidad ética de la Idea».
GRÁFICO V
ESQUEMA VOLUNTARISTA–INMEDIATISTA
Es típico de la visión corporativa pequeño-burguesa y, por consiguiente, de formas oportunistas (proudhonismo, anarcosindicalismo, obrerismo, ordinovismo, socialismo de consejos) y reformistas (laborismo, etc.); se inscribe evidentemente en la concepción liberal de la cual constituye una de las variantes. En ella el individuo, quien representa siempre el elemento de base del proceso, toma conciencia de los impulsos físicos y económicos que forman el substrato de su existencia: tal toma de conciencia condiciona la voluntad, y ésta a su vez la acción. La organización económica y política resulta del confluir de las tomas de conciencia individuales: por su parte, la clase es el resultado del adicionarse y conectarse de organizaciones inmediatas en una red –y es por lo tanto una noción en total ruptura con todo sentido de orientación histórica, de clase en sí y para sí en el sentido marxista de la expresión.
GRÁFICO VI
ESQUEMA ESTALINIANO
Es el esquema de la ideología consecutiva a la contrarrevolución estaliniana. También en ésta es el individuo quien alcanza la conciencia, pero después que su acción ha sido determinada por una libre «elección» y decisión. Es característica de ella la asimilación partido–Estado: pero ya que los impulsos y los intereses económicos, partiendo del individuo y pasando a través de la clase, llegan al Estado–partido, y son utilizados por este pseudo–«binomio» para decidir y guiar a fin de establecer líneas de conducta prácticas y orientaciones teóricas, es claro que, de hecho, en el «binomio» el partido se evapora y subsiste únicamente para «justificar» la acción del Estado.
GRÁFICO VII
ESQUEMA FASCISTA
Por definición, el fascismo es ecléctico, no posee una doctrina propia, pero sin embargo expresa ideológicamente su papel de unificación de las fuerzas capitalistas (imperialistas), de realización del programa reformista, y de movilización de las «semi–clases», en una concepción que no es por acaso análoga a la del estalinismo. Así como el estalinismo, el fascismo no puede abandonar algunos postulados ideológicos burgueses esenciales, como la igualdad jurídica de los individuos, la «voluntad del pueblo», el carácter «popular» de su dominación. Sin embargo, como punto de partida, el sujeto individuo es substituido por la «nación», el «pueblo» e incluso la «raza», quien recibe las motivaciones físicas en primera instancia (véase la concepción nacionalsocialista de la «sangre y tierra») y se expresa en el Estado. El individuo está concebido como «receptor pasivo» de impulsos éticos provenientes del pueblo–nación, y de impulsos voluntaristas y activistas procedentes del Estado–partido.
GRÁFICO I
ESQUEMA DE LA FALSA TEORÍA DE LA «CURVA DESCENDENTE» DEL DESARROLLO HISTÓRICO DEL CAPITALISMO
La afirmación habitual de que el capitalismo está en su rama descendente y no puede volver a subir, contiene dos errores: el fatalista y el gradualista.
El primero es la ilusión de que una vez que el capitalismo haya terminado de descender, el socialismo vendrá de por sí, sin agitaciones, luchas ni choques armados, sin preparación de partido.
El segundo, expresado por el hecho de que la dirección de la trayectoria del movimiento se curva insensiblemente, equivale a admitir que elementos de socialismo penetran progresivamente en el tejido capitalista.
GRÁFICO II
INTERPRETACIÓN ESQUEMÁTICA DE LA SUCESIÓN DE LOS REGÍMENES DE CLASE PROPIA DEL MARXISMO REVOLUCIONARIO
La visión de Marx no es la de un ascenso del capitalismo seguido de un declinar del mismo sino, por el contrario, la del contemporáneo y dialéctico exaltarse de la masa de fuerzas productivas que el capitalismo controla, de la acumulación y concentración ilimitada de ellas y, al mismo tiempo, de la reacción antagónica constituida por aquélla de las fuerzas dominadas que es la clase proletaria. El potencial productivo y económico general continúa creciendo siempre hasta que el equilibrio es roto, teniendo lugar entonces una fase explosiva revolucionaria en la cual, en un brevísimo período de brusca caída, con la ruptura de las antiguas formas de producción, las fuerzas de producción recaen, para reorganizarse luego en una nueva forma y reemprender un ascenso más potente.
DIFERENCIA ENTRE LAS DOS CONCEPCIONES
En el lenguaje de los geómetras, la diferencia entre las dos concepciones, representadas en los gráficos I y II, se expresa así: la primera curva, o curva de los oportunistas (revisionistas tipo Bernstein, estalinistas emulativistas, intelectuales revolucionarios seudomarxistas) es una curva continua que «admite una tangente» en todos los puntos, esto es, que procede prácticamente por variaciones imperceptibles de intensidad y de dirección. La segunda curva, con la cual se ha querido dar una imagen simplificadora de la tan criticada «teoría de las catástrofes», presenta en cada época puntos que en geometría se llaman «vértices» o «puntos singulares». En tales puntos, la continuidad geométrica –y por lo tanto la gradualidad histórica– desaparece: la curva «no tiene tangente» o, aun, «admite todas las tangentes» –como en la semana que Lenin no quiso dejar pasar.
Apenas es preciso notar que el sentido general ascendente no pretende ligarse a visiones idealistas sobre el progreso humano indefinido, sino al dato histórico del continuo agigantarse de la masa material de las fuerzas productivas, en la sucesión de las grandes crisis históricas revolucionarias.
ESQUEMAS DE LA DINÁMICA SOCIAL SEGÚN LAS IDEOLOGÍAS DE LA CLASE DOMINANTE
A continuación están reproducidos los esquemas que representan la dinámica social según las ideologías fundamentales contra las cuales el movimiento revolucionario del proletariado ha debido y debe, sobre distintos planos, ajustar sus cuentas (de acuerdo con lo expuesto en el Prefacio). En contraposición con ellos, reproducimos al final el esquema marxista de la inversión de la praxis.
GRÁFICO III
ESQUEMA TRASCENDENTALISTA (AUTORITARIO)
GRÁFICO IV
ESQUEMA DEMOLIBERAL
GRÁFICO V
ESQUEMA VOLUNTARISTA–INMEDIATISTA
GRÁFICO VI
ESQUEMA STALINIANO
GRÁFICO VII
ESQUEMA FASCISTA